En las playas del centro de Pinamar, hay también jóvenes que diariamente se internan en las aguas en riesgosas excursiones de pesca, pero no lo hacen por deporte sino para sobrevivir. Diego (24), con tatuajes que le cubren los dos brazos, exhibe desde un más que discreto mostrador unas corvinas, unas pescadillas y otras variedades de pescado que vende a razón de “dos por 5 pesos o cuatro por 10 o 12 pesos, según el tamaño del ejemplar”. Los frutos del mar, retirados puntualmente en dos incursiones diarias, una por la mañana y otra por la tarde, son vendidos antes del mediodía. Los que los compran, por general, son vecinos históricos de Pinamar y algunos turistas avispados. “Es pescado fresco, de eso no cabe ninguna duda, y por eso es más seguro acá que en cualquier pescadería”, afirma uno de los clientes, Roberto, vecino del porteño barrio de Belgrano que veranea siempre aquí, en casa de un hermano.
Mientras Diego realiza la tarea de “limpieza” de los pescados en el camino de regreso de la excursión, sin bajarse del gomón que utiliza para internarse a unos tres mil metros de la orilla, Marcelo y Cristian lo hacen en la playa, sobre una mesa de madera, a la vista de todo el que quiera ver la ceremonia del sacrificio. “Los limpiamos acá porque es más práctico que hacerlo en el gomón y además porque los compradores pueden ver que se trata de pescado fresco, recién sacado del mar”. En todos los casos “la pesca es con línea y anzuelo, nunca con red”. Además, para que todos puedan comprobarlo de una manera más directa, tanto Diego como Marcelo y Cristian, organizan tours de pesca en gomones. “Llevamos hasta tres turistas por vez, con uno de nosotros al mando de la embarcación, en excursiones de cinco horas donde se puede pescar a tres o cuatro mil metros de la costa, a unos 12 o 15 metros de profundidad. Por lo general no hay problemas porque la gente que viene tiene alguna experiencia o está preparado para hacerlo por primera vez.”