Dom 01.02.2004

SOCIEDAD • SUBNOTA  › LA TORMENTA EN LA VILLA DE LA CAVA

Donde las camas levitan

› Por Carlos Rodríguez

En la casa de Chela, la cama está levitando cerca del techo. No hay ningún poder sobrenatural, sólo que debajo de cada pata tiene una silla de plástico. De todos modos el colchón está húmedo, dañado irreversiblemente por el agua que lo tapó todo, a pesar del recurso desesperado de levantar la cama y ponerle encima las cosas de valor. La Cava suele ser noticia por la supuesta inseguridad que genera para sus vecinos pudientes. Se habla muy poco sobre la inseguridad permanente de los 12 mil pobres que se apiñan en sus casitas bajas, a las que se llega por pasillos que ayer estaban tapados por el lodo. Los habitantes de la villa cuentan que el agua comenzó a llegar, en torrente, a las doce de la noche del viernes. A las tres de la madrugada los pasadizos internos eran ríos tumultuosos.
Solidarios a pesar suyo, los hermanos de Chela Báez, y también su madre, quedaron bajo el agua y ayer trataban de rescatar alguna cosa que pudiera servir. Alejandra, la cuñada de Chela, busca los restos del ajuar del futuro bebé, próximo a nacer: “Ya estoy en fecha”, dice mientras se toca la panza. A metros de allí, Miguel cuenta que tuvo que sacar de su casa “todos los muebles, los aparatos eléctricos y hasta un perro muerto que había arrastrado el agua”. Lo único que quedó en pie fue una bandera azul y amarilla que dice “Campeón de América 2003” y que hace el aguante.
La gente de la Asociación Para Apoyo a Comunidades (APAC), entre ellos el arquitecto Ezequiel Zapiola, dice que la causa de las permanentes inundaciones es la falta de una infraestructura hidráulica adecuada.
“Esto es una aberración hidráulica”, explican señalando el único conducto que atraviesa el barrio por el cual debe salir el agua acumulada de todo el barrio, que ocupa unas 18 manzanas, y de buena parte del entorno.
Por la calle Jorge Newbery, que parte en dos a la villa, se puede ver el pozo al que el barrio le debe su nombre. A un lado de la calle, los cimientos de las casas están a nivel del asfalto. Del otro lado, los que están a la misma altura son los techos. Mario y Cinthia, su mujer, tienen veinte centímetros de agua dentro de la casa. Con sus dos hijos pasaron el día en la capilla de La Cava. Perdieron todo.
“Hasta ahora no vino nadie, ni un funcionario, ni un colchón, ni un sachet de leche”, dice Mario, mientras el párroco Aníbal Filippini asiente con la cabeza. En la casa de Claudia, el agua llegó cerca del techo. Por todos los pasillos, algunos de ellos sobre lajas que dicen “Posse -1995”, quedó el tendal de ropas, muñecas, colchones, almohadas, muebles destrozados por el agua. Claudia muestra la casa, despotrica contra los políticos que “sólo vienen para las elecciones” y levanta el volumen para escuchar un chamamé que la ayude a seguir con la limpieza. “Nosotros sufrimos más que nadie la inseguridad”, afirma mientras sigue fregando y las nubes anuncian que la lluvia está por regresar.

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