Lun 26.04.2004

SOCIEDAD • SUBNOTA  › POR QUE IMRE KERTESZ

El horror y la felicidad

Por S. A.

Recibió el Premio Nobel de Literatura en 2002 por reflejar en sus novelas la vida en los campos de concentración nazis. El escritor húngaro Imre Kertész ha volcado en varias obras su brutal experiencia en Auschwitz. La última de ellas, Liquidación, acaba de publicarse en castellano.
Su primera novela, Sin destino, publicada en 1975, pasó prácticamente inadvertida hasta los años ‘90, cuando volvió a editarse. El ya tenía más de sesenta años (nació en 1929) y había escrito otros libros –“Kaddish por el hijo no nacido”, La bandera inglesa– pero no es fácil saber qué clase de emoción le produjo un reconocimiento a esa edad, y la que luego le trajo el Premio Nobel de Literatura en 2002. Parece un hombre inmune a ciertas cosas, aunque no se sabe a cuáles exactamente, pero que sin duda tienen que ver con los sentimientos espontáneos, con la fe en el hombre, con la facilidad para sentir alegría. Por ejemplo, reconoce escribir siempre partiendo de su experiencia en los campos de exterminio nazis, donde estuvo cuando tenía 15 años. Y reconoce haber sentido allí dentro un cierto tipo de felicidad... Para explicar este aparente sinsentido recurre a La educación sentimental, de Flaubert; a la palabra final de ese libro, escrito, dice él, sólo para poder ponerla allí, y que es precisamente la palabra felicidad. Los amigos se interrogan sobre cuándo han sido felices en sus vidas, después de haber vivido muchas aventuras y guerras, y uno de ellos recuerda: “Quizá cuando fuimos por primera vez al prostíbulo fue el momento de más felicidad”. Dice Kertész que nunca se ha sabido mostrar tanta tristeza con una sola palabra.
Todo él destila una especie de tristeza, o de melancolía, con esa actitud perezosa y tranquila de las personas que conocen hasta qué punto las cosas importantes son muy pocas y cómo es la vida de cicatera... Pero parece compasivo, y por eso sonríe y hasta se ríe mientras va contestando preguntas. Lo hace sentado en un bonito sillón, en el vestíbulo de un bello hotel, rodeado de lámparas luminosas, vestido todo de negro, y tocado con un sombrero también muy negro y bien encajado en la cabeza. Parece el judío errante. Y en cierto modo así debe de sentirse yendo de ciudad en ciudad promocionando su último libro.

Nota madre

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