SOCIEDAD
• SUBNOTA › LA VERSION DE LOS DUEÑOS DEL MUNDO NOCTURNO
“¿Sabés lo que son los pibes?”
Después de la muerte de Rodrigo, su representante siguió con las caravanas. Sus músicos ruedan seis o siete shows por noche sobre los escenarios de las bailantas del conurbano. A puro vértigo, como en aquella camioneta donde se estrelló Rodrigo. José Luis Gozalo, además de representante, es empresario del mundo de los espacios donde los pibes se mueren en las guerras que se desatan bajo la habilitación del dueño del baile, de los patovicas y de la inercia o desidia, cuando no los golpes o los tiros de las fuerzas de seguridad. “Noooooooo –dice Gozalo ante una consulta de este diario–: los patovicas ya no te pegan. ¿Sabés lo que son estos pibes? A veces había que pegarles, pero desde que está la onda de los escraches, si les pegás, te escupen o te hacen un escrache.”
Los boliches de la provincia de Buenos Aires, por una legislación oficial, no puede tener patovicas. “La seguridad debería estar a cargo de personal de seguridad”, explica uno de los representantes de treinta boliches convencido de que existe alguna diferencia. La presencia de empleados de empresas de seguridad y no de patovicas garantizaría, de acuerdo con su criterio, una suerte de asepsia. Los nuevos porteros, asegura, son “ex policías o policías en actividad que recorren los boliches vestidos con trajes e identificados con una credencial donde está el nombre. Si alguien tiene algún problema hasta puede denunciarlos en una oficina que normalmente está en el mismo baile”.
Pero esa idea de la noche de primer mundo está lejos de lo que le sucede en cada salida, al menos según la docena de los entrevistados por este diario. Ninguno de los relatos cuenta con hadas madrinas. Los porteros, los hombres de seguridad, más bien son recordados como figuras bestiales cuyo disciplinamiento sobre el cuerpo de los jóvenes siempre sospechosos comienza en las colas de la entrada. “Los patovicas agarran las ‘macanas’, que le dicen ellos, una madera envuelta con goma, y cuando ve que los pibes se están drogando les empiezan a pegar”, dice Maxi sobre esas esperas donde el castigo y las miradas van como acostumbrando el cuerpo a la bronca frente a única persona que funciona de acceso a las llaves del reino.
“Para los pibes –sigue Maxi–, los patovicas son dioses. Si los tipos les pegan, les pegan y ya está. Nunca los van a tocar. Puede ser que un patovica le esté pegando a uno de los pibes. Los veinte amigos van a quedarse alrededor pero no van a tocar al patovica. Porque el sábado que viene, el patovica se para en la puerta y puede decir: vos no entrás. Lo sacan y es como que no pueden hacer la suya adentro.”
Los últimos muertos de la salida de los bailes en el conurbano tuvieron en foco a los patrulleros de la policía, a los patovicas y a los propietarios de los bares. Aunque según los chicos, los enfrentamientos suelen ser entre bandas, suelen adjudicarles a ellos la responsabilidad. “Hay policías afuera –dice Cecilia– pero no se hacen cargo porque saben que si pasa algo les echan la culpa a los patovicas. Ellos no se meten. Cuando pasó todo, recién después, pasan a contar los muertos.”
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