Jue 23.12.2004

SOCIEDAD • SUBNOTA  › CRONICA DE UN DIA CON LOS RESIDUOS EN LA CALLE

Bolsas y quejas a montones

En los canteros, al pie de un árbol, recostadas en las esquinas como elefantes marinos, las bolsas de basura se adueñaron ayer de los sentidos de los porteños. En diversas presentaciones –las tradicionales negras, las verdes con pretensiones ecológicas y las blancas de supermercado– coparon la atmósfera y definieron posiciones entre los vecinos. Para algunos había que reprimir como en los tiempos de Roca, para otros siempre es saludable protestar, más allá de que las bolsas sean incubadoras de enfermedades, como alguien objetó. Un encargado, sin preocuparse demasiado, ofreció una teoría insospechada: “Son para darle la bienvenida al Carlos”.
Sólo se oyó el ruego gubernamental de dejar la basura en los edificios de oficinas. En los de viviendas, las sacaron: “Dónde me las voy a meter si no”, fue la apreciación unánime. La “estrategia de emergencia” del gobierno porteño se hizo notar en las avenidas y en las zonas más populosas, donde estaba tan limpio como en tiempos de servicio normal, con lo que ello supone. En los barrios era otra cosa. Las palomas picoteaban las bolsas abiertas con algarabía, los perros seleccionaban su porción favorita y los gatos se valían de sus uñas para llegar a su sustento.
Ante este panorama, a la puerta de un edificio sobre Humberto 1º, hablaban Néstor, el encargado, y Susana, la inquilina.
–A todos los recolectores habría que echarlos. Darles a elegir entre la indemnización o la calle –dijo Susana.
–Sí, pero no es fácil. Están Moyano y todos esos –interpuso Néstor.
La mujer solucionó todo con la frase infaltable: “Acá hace falta mano dura. Si no, se descontrola todo”. Y pasó a indicarle al encargado los motivos de la medida de fuerza. “Ah, no –dijo Néstor luego de escucharla–. Estos quieren la chancha, las veinte y la máquina de hacer chorizos.” Con varios grados de virulencia, esta postura predominó entre los porteños.
En un bar de Constitución, tres hombres tomaban una cerveza a metros de una pirámide de bolsas. Uno de ellos, Victorino, opinó que “la protesta está bien”. El de al lado, llamado Moyano “como el otro”, fue más radical: “Los pibes estuvieron muy flojos. Tendrían que haber tirado la basura adentro del Congreso y quemar a todos los que están ahí”.
Por Suipacha y Corrientes, apareció algo inesperado. Un camión de Cliba realizaba su trabajo a reglamento. Página/12 se acercó a los dos recolectores, que se mostraban sus hallazgos: un portasahumerio y la hoja de un cuchillo. “El que es bueno para dar entrevistas es el Morsa”, dijo uno apuntando al camionero que, efectivamente, tenía unos bigotes que justificaban el sobrenombre. “¿Cuánto me vas a pagar por la nota? A todos los artistas les pagan”, bromeó el hombre que, desde el trono de su vehículo, ya sabía de la calma por diez días en el conflicto. Se presentó como “el comisario”. Es verdad, tenía una intimidante y clásica cara de policía. Arrancó y, a la altura de Esmeralda, el comisario ayudó a sus compañeros a subir bolsas rotas a pedido del dueño enojado de un local.

Informe: Sebastián Ochoa.

Nota madre

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