SOCIEDAD
• SUBNOTA › CONMOCION EN UNA ZONA MUY EXCLUSIVA DE LA CIUDAD
Un barrio paquete alborotado
› Por Alejandra Dandan
Y dicen que a las tres de la tarde se oyó el disparo, cuenta Mary, la empleada cama adentro del edificio del Tabac. “La gente culta, como se dice, no dice nada, no comenta. Pero el director del Museo dicen que mató al cuñado, pero todo debe ser cuestión de plata, debe ser mucha plata para mantener todo esto.”
Pocos minutos después de las siete de la tarde, Mary seguía ahí, frente a ese portón de arquitectura francesa de Palermo Chico donde funciona el majestuoso y ahora misterioso Museo Metropolitano. La última Navidad ella pudo acercarse hasta uno de los pisos donde se hizo una feria de ropa. “Ropa –dice de nuevo–: como ahora está de moda vender ropa por todos lados, vinimos acá.” A su lado alguien la corrige. La mentada feria de ropa al parecer no fue un emprendimiento de culto organizado por los dueños, sino una actividad filantrópica para los pocos menos ricos del barrio.
“Porque acá enfrente –dice Mary–, ¿vio usted la casa de Macri?” Convertida rápidamente en una ocasional guía del barrio invita con una recorrida al paso: “Esa es la casa de Macri, esa toda blanca”. Con rejas, garita en la puerta, erguida sin sombras sobre Coronel Díaz 2884. “El es el más famoso del barrio, porque para allá viene lo de Susana Giménez que está como a seis cuadras pero manda a los nietos acá a la vuelta.” A la vuelta están la escuela San Martín de Tours, el Consulado de la Embajada de Corea, varias garitas, muchas rejas, alguno de los policías de uniforme que caminan las calles empedradas las 24 horas. “Y la famosa Mater Dei –insiste la guía–: estamos rodeados de gente como uno.”
Hace muchos años, cuando los Saiegh aún no habían abierto el Museo ni inaugurado la historia del crimen del barrio, los chicos jugaban a las escondidas en los pasillos de la que era la casa de los Anchorena. “Yo vivía en Castex y Salguero”, dice Mary. “Pero venía a esconderme acá porque en las casas antiguas podías jugar en las galerías, no como ahora que existen departamentos.”
La patrona no está, comenta en tanto otra de las mujeres que se agolpan a la espera de noticias que echarán a andar como el parte de un médico. Un patrullero de la comisaría 53ª es el único automóvil que ha logrado franquear la entrada cerrada desde la tarde. “Mi esposo me mandó para acá”, aclara Mercedes, de 62 años, chilena y encargada de un edificio de San Martín de Tours y Libertador. “Viste cómo somos los encargados de chusmas, apenas me lo contó Ana, la paseadora de perros, que justo había escuchado la noticia por la radio, vinimos para acá.”
Un enjambre de cámaras, luces, grabadores y cables le daban algo de vida anoche a la calma del barrio. Una rubia, con su perro caniche a esa hora detuvo el paseo ante el portón, en el extremo opuesto a las domésticas. “Usted sabe lo que cuestan las propiedades en Barrio Parque –arrancó–. Este es un barrio muy tranquilo, muy exclusivo. Acá vive Macri, Favaloro vivía a una cuadra. Todos queremos muchísimo, pero muchísimo este barrio.”
–A ver si me entiende –dijo–. Abrir las puertas de este lugar y meterse adentro era como entrar a París.
Tomarse un tecito a las cinco de la tarde en el café del sótano con un cigarrillo o con un libro, “era como estar en París”, repite. “Esto era un lugar muy pero muy privado, para unos pocos. Lástima que después de esto se va a conocer.” Para la rubia, la historia del crimen es como una novela de suspenso. Al director siempre se lo veía, y lo veía bien. Pero algo había cambiado: “Es un barrio tranquilo pero invadido por toda esta gente de la calle que ha empezado a dar vueltas alrededor. ¿Y adentro? Adentro nada había cambiado, se lo veía bien. O sí, se notaba lo de la plata. Falta de mantenimiento”.
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