SOCIEDAD
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Un Icaro ya sin retorno
› Por Roque Casciero
Aunque sólo sus fans más acérrimos puedan tomarse en serio que Michael Jackson todavía se autoproclame Rey del Pop, lo cierto es que hubo un tiempo en que los tabloides no hablaban de él como Jacko Wacko y la prensa musical se rendía a sus pies. En los ’80, el mundo bailó al ritmo que imponía Jackson, en especial con un álbum memorable como Thriller, que se mantuvo durante 37 semanas consecutivas en el tope de los rankings norteamericanos y que se consagró como el más vendedor de la historia, con 51 millones de copias facturadas en todo el mundo. Al margen de los números, la contribución de Jackson a la historia de la música pop difícilmente pueda ser puesta en duda: en cierto sentido, puede decirse que definió el sonido de una era. Claro que llegó tan alto que se convirtió en una especie de Icaro, sin alas derretidas por el sol pero con el cerebro en evidente cortocircuito. De todos modos, siguió un camino parecido al del personaje de la mitología griega y la caída fue dolorosa. Y por más que lo hayan absuelto por abuso de menores, ya no hay vuelta atrás: su carrera nunca remontará el vuelo de antes.
¿Cómo podría Jackson levantar una imagen pública en la que se amontonan las acusaciones de abuso, los acuerdos millonarios para zafar de la cárcel, los juicios patéticos, el comportamiento lunático y megalómano, las paternidades y los matrimonios cuestionados, los cambios de piel, las cirugías mutilatorias, las ridículas declaraciones dignas de Peter Pan en un hombre de 46 años? Lógica pura: caminar en arenas movedizas hizo que la carrera artística de Jackson se resintiera. Invincible, su último disco (de 2001), llegó al tope del chart y fue doble platino. Sin embargo, no recuperó los 55 millones de dólares que se gastaron en promocionarlo. Desde entonces, el cantante está en guerra con Sony BMG, el sello que publica sus discos: Jackson dice que los directivos lo boicotean por racismo (es entonces cuando recuerda que es negro) y porque quieren apoderarse de los derechos de las canciones de los Beatles, que él compró en 1985. Dicen que su fortuna está en jaque. Pero lo peor, para él y para la música pop, es que también lo está su talento.
Resulta difícil creer que el tipo que hace unos años agradeció que lo nombraran artista del milenio cuando apenas le habían dado una estatuilla cualunque sea el mismo que dominó la estética y el sonido de los años ’80. De hecho, ni su apariencia ni su voz son las mismas, debido a los extreme makeovers a los que se sometió. ¿Quién puede reconocer en la máscara actual aquella mirada llena de brillo del Michael estrellita de 11 años? En los Jackson 5, su desenfado sobre el escenario y especialmente su sorprendente garganta hacían que se destacara entre los hermanos que papá Joe manejaba con mano tiránica. Michael tenía un ángel especial y pronto evolucionó de pequeño imitador de James Brown a gran promesa del soul y el funk. Su debut discográfico –con los 5– fue en 1969, para la Motown, y pronto el grupo entró en la historia al ser el primero en colocar cuatro singles en lo más alto del chart norteamericano. En medio de los álbumes exitosos de los Jackson 5, el legendario sello se encargó de promover a Michael como solista. Cuando los hermanos se desbandaron, el cantante conoció al productor Quincy Jones, quien iba a cambiar su destino. El irresistible Off the wall instaló a Jackson como artista adulto, capaz de hacer bailar a todos con su beat disco pop o de conmover a los adolescentes con las baladas. Luego llegó Thriller, con su artillería de hits, de invitados famosos (Paul McCartney, Eddie Van Halen) y de records para la historia. Entonces, en su mansión de Neverland, el Rey del Pop empezó a encerar sus alas. Como Icaro.
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Un Icaro ya sin retorno
› Por Roque Casciero