SOCIEDAD • SUBNOTA › UN TESTIMONIO SOBRE LAS CONDICIONES LABORALES
Los empleados de origen boliviano que trabajaban en el taller textil incendiado de Caballito niegan que fuesen explotados por sus patrones. Sin embargo, reconocen que las jornadas de trabajo podían durar hasta 14 horas y que vivían en el mismo lugar en el que cosían jeans. Para algunos vecinos, las condiciones de vida y de trabajo distaban de lo ordinario. “Es todo anormal, esto iba a pasar”, se quejaron. En el mismo barrio, el gobierno porteño clausuró ayer un taller similar al incendiado.
Rubén Cari nació en La Paz. El y su esposa, Cristina Mamani, trabajaban desde hace tres años en el taller que ardió. Ayer, junto a los sobrevivientes y sus hijos estaban en la Asociación Deportiva del Altiplano, donde fueron recibidos por la comunidad boliviana. Rubén no concordaba con aquellos que señalan que eran explotados. “No es como la gente dice. No hay maltratos. No estábamos encerrados, vivíamos ahí. Abajo estaba el taller y arriba las habitaciones. El que quería podía salir y los chicos iban a la escuela”, comentó. “Si quieres puedes vivir ahí, porque el dueño te deja”, contó Cristina, incluso con cierta gratitud por no tener que pagar un alquiler.
Pero los hechos pueden ser interpretados de otro modo: “Trabajábamos de 8 de la mañana a 8 de la noche. Algunos se quedaban más tiempo, hasta las 10”, reconoció, como si una jornada de catorce horas fuese lo aceptable. También señaló que el patrón les daba la comida y que les pagaba un peso por cada pantalón confeccionado.
En el barrio, mientras tanto, las manchas de hollín sobre las dos ventanas del taller eran los rastros que aún quedaban del fuego que se llevó seis vidas. Del mismo modo funcionaban como indicio la pared frontal rajada y a punto de desmoronarse, y las vallas de la policía que vedaban el paso hacia la cuadra de Luis Viale al 1200. Ya con otros parámetros para evaluar condiciones laborales, podían oírse las voces de algunos vecinos que reclamaban por el estado en el que estaban los trabajadores.
Desde hace 25 años, Juan José vive en esa cuadra, justo al lado del lugar que se incendió. Dice que siempre funcionó como taller textil, pero desde hace un año las cosas dejaron de ser como eran. “Es todo anormal, por eso habíamos empezado a reclamar”, explicó a este diario. “Ahí vivían 40 personas con 14 menores. Estaban hacinados y cocinaban con una garrafa en el medio de las telas que cosían. Se escuchaban las máquinas trabajar hasta en la madrugada. No podían salir por ningún lado, estaban encerrados trabajando de lunes a lunes –relató–. Es terrorífico. Nadie puede vivir de esa manera. Ni en una fábrica ni en ningún lugar. Y hay otros tres lugares así en la manzana.”
“Hay más talleres por la zona. A la vuelta hay uno que es del mismo dueño”, coincidió María Teresa, otra vecina. De hecho, rodeando la manzana, en Galicia 1241, un galpón similar, enrejado y con dos candados, lucía una faja de clausura de Control Comunal. Al lado de la fecha, “31/03/06”, se leía en letra manuscrita: “Se clausura por seguridad”.
Informe: Lucas Livchits.
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