SOCIEDAD • SUBNOTA › LO QUE SE PONE EN JUEGO PARA PAGAR SIN LIMITE EN EL PRECIO
Una mañana de martes en los Campos Elíseos. Aquí abrió Vuitton en octubre la que es su tienda enseña. Nada menos que 1800 metros cuadrados concebidos por los arquitectos Eric Carlson y Peter Marino, y repartidos en varios niveles y estancias para no perder cierta sensación de intimidad al tiempo que sentir la experiencia Vuitton de forma total. Como en un parque temático. Del bolso de cocodrilo hecho sólo bajo pedido hasta el clip para el dinero, pasando por joyas, relojes, ropa...
Una pequeña multitud serpentea, sin gritos ni carreras, entre las estanterías y admira las obras de arte (una instalación, un video, una fotografía) que salpican el paseo. Vuitton ha concebido incluso un Bag bar que viene a ser a la compra de marroquinería lo que las tapas a la restauración: una barra en la que acodarse, y picotear todo lo que entra por los ojos. Ejercicio deliberado de lujo aperturista por parte del líder del mercado, con una facturación anual de más de 1500 millones de euros. La joya de la corona de Bernard Arnault. Una marca que tiene mucho que ver con la cifra record de ingresos del primer grupo del sector, LVMH, en 2005: 14.000 millones de euros, un 11 por ciento más que el año anterior. Una marca que, por sí sola, vale 16.077 millones de dólares, según un estudio de Interbrand publicado en 2005 por BussinessWeek. Más que Honda, Pepsi o Volkswagen.
Un brillante presente cimentado en un sólido pasado. Esa es la fórmula del éxito en el negocio más exclusivo del mundo. A finales de 2005, el International Herald Tribune difundió los resultados de un estudio que trataba de esclarecer qué hacía latir el impulso consumista del cliente de este sector. El ADN del lujo era una iniciativa de una organización de empresas británicas, Walpole, y concluía que lo que le importa es “el alma de la marca, la historia, el mito y la leyenda”, así como “la calidad y rareza del producto”. Hasta ahí, nada sorprendente. Pero el informe incluía también un curioso experimento. Se había presentado un folleto sobre un moderno reloj de lujo chino, llamado Kang Xi en honor de un emperador del siglo XVII. Producto que no existía, pero al que le inventaron una historia completa. El folleto indicaba que su precio era de 10.000 dólares. Casi ninguno de los sujetos se interesó lo más mínimo por el producto. Los relojes de lujo vienen de Suiza, no de China, dijeron.
Así que la reputación y la tradición cuentan. Y hay que difundirlas y alimentarlas. Algo que Vuitton tiene bien claro. Por eso ha convertido la que fuera casa familiar y taller en Asnières, a las afueras de París, en un museo que exhibe algunas de las maletas más emblemáticas y originales hechas por la marca a lo largo de sus 150 años de historia. “Los precios de Vuitton son justos, porque en cada producto de la marca están contenidos 150 años de calidad y artesanía”, argumentan y se enorgullecen de mostrar el primoroso proceso de fabricación de sus bolsos, que, incluso en la producción seriada, incorpora mucho trabajo manual.
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