Dom 23.06.2002

SOCIEDAD • SUBNOTA  › PONEN LA CARPA EN LA COSTANERA Y VENDEN CARNADAS

Los que viven del y junto al río

› Por Horacio Cecchi

“Soy técnico tornero. Y aquí me ves. Pescando.” Pepe no es Pepe, pero prefiere serlo. No porque le guste el apodo, sino porque supone que la publicidad puede aparejar problemas a su actividad. No la de tornero, sino por la venta de artículos imprescindibles para la pesca y, según Pepe, autoridades de cualquier rango y rubro se empeñan en cobrar derecho de peaje. Pepe vive en la Costanera porteña. Literalmente, vive. La carpita que levantó es el mejor testigo. Al lado de la tienda, un cartel dice: “Carnada. Mojarra. Linias. Plomada. Medio mundo. Lombriz”. Durante el día, vende. Durante la noche, pesca para pasar el rato y arrimar a la mesa. “Estás sin trabajo, necesitás rebuscártelas de alguna forma, y no te dejan, te prohíben. Acá vienen de las villas a pedir que no tires el pescado, que se lo des para comer. Dicen que son ladrones. Los ladrones están allá, en el Gobierno, en el Congreso.”
Pepe se turna con Ramón, su socio de José C. Paz, con quien montó la minipyme ribereña. Los dos se las rebuscan para zafar con un valor agregado a lo que la naturaleza provee como mercancía: venden anzuelos preparados por ellos mismos. Su especialidad es el anzuelo para carpa, un platillo semejante a la boga que los pescadores por deporte detestan por lo fácil y desechan por lo indigno. El anzuelo especial se llama “trampa”, es una especie de resorte del cual penden de tres a cinco anzuelos. “Tenemos una matriz donde vamos haciendo la trampa. Una garrafa de gas te da para hacer unos cuarenta.”
“Nosotros hacemos la masa”, explica Pepe, mientras se anima a sacar una mano del bolsillo, una noche helada de Costanera, para señalar un cilindro de unos diez centímetros de largo que parece una albóndiga estirada. “Lleva una parte de polenta, para darle consistencia, una parte de algodón, para que no se desarme en el agua, y otra parte de harina, para que le dé olor. Algunos la bañan en remolacha para que los peces la huelan.” Pepe muestra cómo pega la “masa” alrededor del resorte, y luego le da el toque final que dará el nombre a la “trampa”: clava los anzuelos en el masacote. “La carpa se traga todo el resorte y queda ensartada en los anzuelos.”
La carpa no llega a ser trofeo para el pescador deportivo porque no ofrece la menor resistencia. “Es un pescado bobo”, aclara Pepe. Entonces, los deportistas la devuelven al río. La devolvían. “Ahora no –dice el ex tornero–. Desde hace un tiempo vienen chiquitos o grandes y te dicen, ‘señor, si la va a tirar, démela. Y se la llevan para el buche.”
Pepe vive en Pilar, pero, sin trabajo, no le da el cuero para ir y venir desde allá. Entonces, plantó sede en la Costanera y subsede en lo de Ramón, que está más cerca. “Se me van 9 pesos de viaje. Sin trabajo no da el cuero.” A veces, con Ramón viene Emiliano, uno de sus hijos, largo y flaco como una caña, y con intenciones de llegar tan lejos como las plomadas que lanza. Emiliano, de 16 años y desocupado, mientras ayuda a su padre va ahorrando.
–¿Con qué objetivo?
–Para hacer mi propia empresa –explica Emiliano–. Con lo que ahorré ya compré anzuelos que los vendo y me voy ganando mi plata.

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