El 2 de febrero pasado murió ahorcado en la comisaría tercera de William Morris el joven Ricardo Laurito, en otro hecho que pinta lo que es la vida de quienes están detenidos en esas seccionales. Laurito fue llevado allí esa misma noche a raíz de una pelea con la familia de la novia y no había ninguna imputación en su contra. Lo concreto es que Riki, como le decían, apareció colgado de los barrotes de la celda y el ahorcamiento se produjo con los cordones de sus propios zapatos. El Ministerio de Seguridad bonaerense dispuso sancionar a los efectivos que estaban esa noche de guardia poniéndolos en disponibilidad: es de manual que a un preso se le sacan los cordones y el cinturón.

Los presos que estaban detenidos esa noche declararon en la causa judicial que instruye la fiscal Karina Iuzolino y algunos firmaron una carta dirigida a la familia de la víctima sugiriendo que se trató de un homicidio perpetrado por los policías a cargo. Por ahora, la causa está caratulada como “averiguación de causales de muerte”, pero el abogado de la familia Laurito, Pedro Javier Molina, cree que, como mínimo, hubo una instigación al suicidio. Según sostienen algunos de los presos, los oficiales le dijeron a Riki que lo iban a meter en la celda de los demás detenidos para que lo violen, le pegaron en forma reiterada y le dijeron que si se quería matar que lo hiciera. Cuando el joven apareció ahorcado, los oficiales decían “el puto se ahorcó”, según declararon los demás presos.

La fiscal ordenó una pericia mecánica de los cordones y se confirmó que eran aptos para que Riki se ahorque o para que alguien lo cuelgue. Allí está el centro del debate judicial en este momento, pero el caso ya provocó varias marchas a la comisaría de vecinos que no pueden entender cómo una persona, que no estaba siquiera acusado de un delito, termina colgado de las rejas. La muerte de Laurito seguramente llegará a juicio oral con la comisario Bosanova y otros oficiales sentados en el banquillo de los acusados.