SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINION
› Por Sandra Russo
¿Por qué la Iglesia Católica está en contra del placer sexual? ¿Por qué encierra el presunto placer en un cuarto matrimonial en el que esposo y esposa yacen con la esperanza de procrear? ¿Por qué el sexo es un medio para gestar un hijo y no un fin en sí mismo? ¿Por qué sobre la sexualidad humana, desde San Agustín en adelante, se extiende la sombra cristiana, que adivina pecados inconcebibles en las pulsiones que no logran ser reprimidas ni sublimadas por un hombre o una mujer?
Dos paradigmas contrapuestos chocan y se sacan chispas en nuestras mentes contemporáneas, al costo considerable de confusión, culpa y pasaje al acto sin redes que sostengan a quien decide obedecerse. El paradigma freudiano vino a decir, en los albores del siglo pasado, que aquello que finalmente los sujetos logran borrar, suprimir, callar, enquistar, eliminar de sus conciencias, es precisamente lo que esos sujetos dicen con síntomas: Freud vino a decir, en pocas palabras, que lo reprimido enferma.
Pero ni la Iglesia Católica ni el psicoanálisis están demasiado presentes en las vidas de las mujeres que deciden ligarse las trompas, con o sin ley que las avale. Si bien la ligadura de trompas es considerada como un método anticonceptivo más, suele ser, ésta, una decisión que brota del hartazgo de la maternidad. No es la joven debutante y capaz de elegir el rumbo de su vida sexual la que decide ligarse las trompas, sino la madre de cinco, seis o siete hijos cuya vida peligra. Es la mujer sin riendas sobre su propio sexo, muchas veces violada en la cama conyugal. La ligadura de trompas supone un conflicto interno que es posible ubicar en coordenadas sociales en las que los deseos individuales no existen.
No debería preocuparse tanto la Iglesia Católica por la ligadura de trompas, que aunque deviene en método anticonceptivo abre, por su extremismo y su carácter invasivo en el cuerpo femenino, una brecha entre el dolor y el placer difícil de cerrar. Si tomáramos caso por caso de los conocidos, no encontraríamos mujeres esperando recibir descargas voluminosas de placer, sino hembras humanas hartas de padecer las consecuencias del sexo reproductor. Mujeres sin niñeras que cuiden a los niños, mujeres sin otras mujeres que las ayuden, mujeres sin control sobre sus cuerpos, sobre su tiempo, sobre su trabajo, sobre sus vidas. El “parirás con dolor” les copó la carne y ellas están gritando basta.
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