SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por C. A.
Apenas se pisa el barrio, las coreografías del territorio se mueven, se dejan sentir en su inquietud, la mirada torva hacia los de afuera. Varias veces, en ésta y en otras oportunidades, el cronista ha pisado la zona y siempre el guía, el que fuera, va señalando por lo bajo las ubicaciones de los transas, sus negocios, sus expendios, sus custodios. Cristina Rosa Herrera cuenta la historia de sus hijos muertos en la maraña del paco pero se niega a hablar de los tráficos, de los flujos internos que convierten a la villa 21 en una de las zonas más calientes de la ciudad. Pero hay otros que conocen, otros que saben: todos. Así, una mujer describe su barrio como “un polvorín”. Un hombre apunta a la policía. Otro a “los peruanos”. Uno más a “los paraguayos”. Un chico que la noche en que mataron a Matías vio a los asesinos cruzar el pasillo con el arma todavía en la mano, explica: “Violencias entre los fisuras vemos muchas. La primera que vi fue la de una piba. Vino un capito cuando estábamos todos en el paredón y le dio una puñalada en el pecho. La mató. Después la tiraron allá atrás, donde los tiran a todos”.
Así, vida y muerte de Matías son un solo relato de la extrema vulnerabilidad. Su mamá describe la situación en el barrio sin hablar de “transas” pero sí de un clima que parece ser el que impera: la decadencia, la desconfianza y la traición. “Yo hace doce años que estoy acá. Pero los primeros tiempos no era tanto. Ahora es como que ya llegó al que estudia, el que trabaja, chicos educados, no es la droga de los más pobres, es de todos en realidad.”
–¿Cómo se nota el impacto sobre el barrio?
–Por ejemplo, hay poca gente que no les compra a los chicos lo que venden desesperados. La mayoría se aprovecha de la enfermedad que tiene el pibe para sacarle una campera de marca, que capaz que la madre se la compró a 70, 80 pesos, por 5 pesos. Ahí es así, los códigos son así en el barrio. No hay otra cosa, no hay otra opción.
–Entonces, ¿es legítimo que venga la madre del pibe y pida “devolveme tal cosa”?
–Sí, pero hay veces que vas y te dicen que no. Hay veces que tenés que sostenerte porque tenés ganas de romperle la cabeza. Porque sabés que la tienen, porque tu hijo te está diciendo “a esta persona se la vendí”, y te dice, “no, porque se la llevó un chico que vino a comprar justo, a comprar ropa y se fue, no vive acá”. Te hacen así. Y a veces sí, a veces te dan las cosas. Yo les pedía: “No le compres más, que están enfermos, yo estoy a punto de internarlo, está en tratamiento ambulatorio, lo quiero salvar”.
El chico entrevistado por este cronista abunda, aunque en unos cortos quince minutos, en el relato de lo que llama, casi como un experto, “las violencias”. Por ejemplo, la de la nena de 14 a la que un transa “pinchó”, que es herir con una punta, sin intención de matar, punzando en zonas no vitales, como un escarmiento por una “buchoneada”. A la de Matías lo precedió otra muerte de un consumidor: lo conocían como Pity y en el barrio, su muerte –le dieron seis puñaladas– es conocida como la del pibe del volquete, el lugar donde finalmente su cuerpo fue abandonado a la vista de la vecindad.
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