SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por Cristian Alarcón
Mientras el general Hidalgo, el hombre que comanda la Dirección Antidrogas de la Policía Nacional –la Dirandro– explica las rutas de la cocaína desde el Valle del río Apurímac, hacia Bolivia, y de allí a la Argentina, en los sótanos del edificio fortificado un grupo de argentinos recién caídos esperan que pasen los quince días de trámites antes de pasar ellos también a un penal como el de Santa Mónica. “Es cada vez más común que entre las personas que detectamos intentando pasar por el aeropuerto con cocaína haya gente de su país”, confirma. En un libro de registros que llevan en la Dirección se pueden ver las fotos de los burriers que durante febrero fueron detectados cuando pretendían subir a uno de los vuelos de TACA Perú, Aerolíneas Argentinas o LanChile, las empresas que vuelan hacia el aeropuerto de Ezeiza. El perfil de los correos humanos va de la joven teñida de rubio ceniza al señor entrado en canas que muestra los panes pegados al vientre con cinta de embalaje, la señora que posa ante la cámara policial junto a la radiografía en la que se ven las cápsulas de cocaína envueltas en látex como insectos en el estómago.
Al general lo sorprende el caudal de burriers detectados. “Si tomamos el mes de enero pasado, son unos 195 los intervenidos en el aeropuerto internacional. De ellos, 45 tenían destino a Buenos Aires, algunos peruanos y algunos argentinos.” Hidalgo sostiene que este crecimiento es nuevo. Y los expertos como Rubén Vargas, representante legal de Diálogo Ciudadano y ex asesor del gobierno de Alejandro Toledo, sostienen que uno de los motivos es el aumento considerable del consumo de cocaína de alta calidad en un país de tránsito como la Argentina. “El otro motivo es que las rutas no son fijas. Cambian permanentemente. En ese sentido, no es raro que durante un tiempo sea más frecuente la salida desde el aeropuerto con burriers cargadas hacia Buenos Aires. Eso tiene que ver con la efectividad de los controles en Lima –donde sí se controla– y con la del punto de llegada, que desconozco”, sostiene.
Página/12 ya ha publicado dos investigaciones sobre el tráfico de droga a través de correos humanos. En ellas dio cuenta del violento destino de algunas de las mulas que cargan cocaína en el estómago: los ingestados. Las escuchas telefónicas que algunos juzgados federales han hecho de las organizaciones criminales que operan con el sistema de mulas son lapidarias: “te mando el envase”. O “se rompió el envase”, dicen los coordinadores al referirse a las personas que contratan para el transporte de la sustancia. De hecho, durante parte de 2005 y todo 2006, según una investigación de los forenses de la morgue porteña, aparecieron once cadáveres de ingestados en diversos puntos de la ciudad de Buenos Aires. Tres de ellos estaban eviscerados, o sea los narcos, en algunos casos con la intervención de profesionales, habían quitado los órganos de las mulas para extraerles la sustancia. De hecho, hubo un caso en particular en el que el hombre se descompuso al bajar del avión que venía desde Lima: tal fue su suerte que lo atendieron a tiempo en el “hospitalito” de Ezeiza, en el que suelen encargarse de las presuntas mulas, radiografiarlas, y lograr que “depongan” las cápsulas. El burrier peruano fue operado. Le abrieron el estómago y lograron dar con la cápsula que filtraba. Milagrosamente se salvó: está preso en la cárcel del Ezeiza.
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