Dom 01.02.2004
cash

APURAR EL DEFAULT, INGRESO DE CAPITALES E INVERSION EXTRANJERA

El espejismo de prosperidad

Desde la ortodoxia se reclama al Gobierno flexibilizar su propuesta de quita de la deuda en default para alentar la inversión extranjera. Esa estrategia de seducción, con la experiencia de los ‘90, no fue positiva.

Por Ricardo Aronskind y Hernan Finkelstein *

A raíz de la renegociación de la deuda algunos economistas, periodistas y empresarios recomiendan ceder rápidamente frente a la necesidad de “volver al mercado internacional de capitales” y de “no dilatar” ese retorno, ya que equivaldría a condenar al país al estancamiento. Según esas opiniones, reconectarse con el mercado mundial de capitales haría fluir nuevamente las inversiones extranjeras hacia la Argentina, crecería la producción, el empleo y el país se recuperaría de la crisis vivida a fines de los ‘90. Para esos comentaristas, Argentina carece de posibilidades de desarrollo sin el aporte masivo de capitales externos, y por lo tanto, la política pública excluyente consiste en tomar las medidas necesarias para “atraer” estos capitales.
No casualmente estos mismos voceros se encargan de transmitir cuáles son los “deberes” a cumplir para que los capitales vengan. En los ‘90 consistieron en el achicamiento del sector público, una amplia desregulación económica y la subordinación de las políticas públicas a las demandas de grupos empresarios locales y extranjeros. Toda esta argumentación, fuertemente instalada en la opinión pública en la década pasada, no resiste la confrontación con los resultados concretos de lo ocurrido durante el período de vigencia de la convertibilidad.
Revisemos algunos de los supuestos:
1. “Los capitales vienen porque se adoptan políticas económicas neoliberales”.
Es interesante destacar que los primeros años de la década del ‘90 se caracterizaron por la afluencia creciente de capitales hacia la mayoría de los países periféricos, debido a procesos económicos ocurridos en los países centrales. Especialmente contribuyó Estados Unidos que a comienzos de los ‘90 no absorbió capitales externos, dejando disponible una masa de fondos que buscaron otros horizontes. Las inversiones se dirigieron en busca de oportunidades de negocios hacia cualquier economía, con cualquier régimen político que garantizara utilidades atractivas. Brasil en América latina fue un receptor mayor de inversiones que la Argentina, aun antes de iniciar su política de privatizaciones. China, a nivel global, fue el gran receptor de inversión productiva. El movimiento global de capitales se resintió con la crisis mexicana de 1995, y si bien se reactivó en el bienio posterior, no recuperó el dinamismo eufórico de comienzos de la década.
2. “Todo ingreso de capitales es inversión”.
La palabra inversión ha adquirido recientemente un sentido confuso y difuso. En la teoría económica clásica, se llamaba inversión a la incorporación de nuevos bienes capaces de ampliar la capacidad productiva de la economía. Las corrientes económicas hegemónicas en los ‘90, parten de no diferenciar las formas de utilizar excedentes financieros. Por supuesto que éstos pueden ser aplicados a generar activos productivos, fábricas, campos, represas, pero también pueden ser utilizados en compraventa de activos preexistentes, obteniendo ganancias circunstanciales, independientes de aumentar la capacidad productiva de la economía. En el peor de los casos, como ocurrió en nuestro país en dos oportunidades desde 1976, pueden servir para generar ganancias extraordinarias sin pasar por el circuito productivo, generando ciclos de grave endeudamiento externo y fuga de capitales, que no dejan “rastros” de inversión sino que provocan desinversión, al desalentar la utilización de recursos en actividades productivas. Según Ricardo French Davis, de cada 3 dólares que ingresaron en los ‘90 en América latina, sólo uno fue canalizado hacia inversiones de largo plazo. Según información oficial, de la inversión extranjera directa computada en los ‘90, cerca del 60 por ciento correspondió simplemente a “cambio de manos”, o sea, compra de empresas ya existentes. Nótese que tampoco esto coincide con la definición clásica de inversión. Menos de un 30 por ciento de la inversión directaconstituye auténticos aportes de capital mientras que el resto se explica por reinversión de utilidades y endeudamiento con casas matrices.
3. “Todos los capitales extranjeros son positivos para la economía”.
En los años ‘60, debido al proceso impulsado por el desarrollismo, se produjo un rico debate en torno a la inversión extranjera –que en aquel entonces fue realmente inversión–, pero que mereció críticas por otras razones: generaba mayores desequilibrios externos, no transfería tecnología al aparato productivo local, provocaba dependencia, asfixiaba el desarrollo industrial nacional. Las dictaduras posteriores y la implantación de un sentido común neoliberal en la sociedad han eliminado estos debates, aunque no la relevancia de los mismos.
El eufórico ingreso de capitales en los ‘90 terminó con una catástrofe económica sin precedentes, dentro de la cual el sector productivo de la economía siguió un curso de desintegración y debilitamiento. En el campo social los resultados fueron devastadores, en contraposición al mito de que “la inversión extranjera creará trabajo”. Si el premio por apurar la renegociación de la deuda es volver a repetir la experiencia de endeudamiento improductivo de la década pasada, es deseable que las autoridades se tomen todo el tiempo necesario para negociar con dignidad, mientras reconstruyen las capacidades estatales para orientar los procesos económicos según las prioridades nacionales.

* Investigadores del Cespa, Facultad de Ciencias Económicas, UBA.

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