ACCESO RESTRINGIDO Y UTILIZACION IRRACIONAL DEL AGUA
“Contaminan con impunidad”
Millones de personas no acceden al agua potable por deficiencia del Estado, porque se usa como si fuera un recurso ilimitado y por irresponsabilidad de la industria.
Por Cledis Candelaresi
En Argentina 9 millones de personas no tienen acceso al agua potable, cifra que se eleva hasta los 77 millones en toda América latina. El especialista alemán Horst Ottestetter considera que la región está en víspera de “tensión hídrica”. Esta implica que la falta de agua amenaza retrasar el desarrollo en una de las zonas más pobres y desiguales del planeta. El ex titular de la Organización Panamericana de la Salud y actual presidente de Aidis Interamericana (asociación de ingeniería sanitaria y desarrollo del medio ambiente), acaba de coordinar en Buenos Aires un congreso internacional donde se intentó abordar un problema de varias caras que, según advierte a Cash, difícilmente se resuelva sin intervención estatal.
¿Qué diagnóstico tiene de la disponibilidad y uso del agua en América latina?
–El agua va a ser el factor limitante del desarrollo en América latina si no cambiamos el rumbo. Se usa como si fuera un recurso ilimitado. Como si el agua fuera abundante, de buena calidad y gratis como en la época que llegó Cristóbal Colón. Pero, además, el uso del agua hoy supone una inequidad bastante importante: el 80 por ciento del recurso se destina a la agricultura. Demasiada agua para un sector que tiene que analizar sus prácticas en función de criterios más racionales.
¿De qué manera la escasez de agua condiciona el desarrollo?
–Sin agua de buena calidad no hay salud y sin salud es muy difícil el desarrollo. Es fundamental para la industria y para la agricultura. Cuando el agua falte, todos esos procesos se verán afectados. Y no estoy exagerando, ya que estamos por ingresar a un momento técnicamente definido como de “tensión hídrica” por la falta del recurso. En los últimos treinta años América latina redujo la disponibilidad de agua a la mitad.
¿Por crecimiento vegetativo de la población o por derroche?
–Por ambas cosas. Hoy tenemos el doble de la población con los mismos malos hábitos, como el de usar el cepillo hidráulico en lugar de una escoba para limpiar las veredas.
¿Es un problema cultural o es también de falta de capitales para aprovechar mejor el recurso o desarrollar vías alternativas?
–El agua no es sustituible en la mayoría de sus aplicaciones. Sólo se puede usar con más criterio alivianando la demanda. También es cierto que faltan capitales. Pero lo que faltan, básicamente, son políticas que guíen el uso racional del recurso. En la gran mayoría de los países no existe una clara definición de la gobernabilidad de agua. Por eso muchos sectores lo usan del modo más conflictivo.
¿Por ejemplo?
–La agricultura usa intensivamente el recurso agregándole pesticida y otros agrotóxicos. Y mucha de esa agua va a los ríos, de donde se toma para el consumo humano. Con un gobierno que fije pautas claras, por ejemplo obligando a adoptar el riego por goteo, el problema se atenuaría. Para esto hacen falta inversiones que no tienen un retorno inmediato, ya que el beneficio se obtiene luego por el lado social a largo plazo.
Si esas inversiones no son rentables, ¿deben quedar a cargo del Estado o pueden ser competencia del sector privado?
–Ese es el gran dilema de América latina. El planteo de privado o estatal entraña posiciones radicales no adecuadas para ver el problema. En la región, el Estado es aún el mejor camino de la justicia social. El problema es que esta capacidad social no viene acompañada de la eficiencia. Y que la eficiencia del privado no viene acompañada de un espíritu de justicia social. Acá se necesita encontrar un punto de equilibrio entre ambos.
En Argentina hay 9 millones de personas que no tienen agua potable.
–Está dentro de una media que no es aceptable. No hay ningún justificativo para que hoy en América latina existan 77 millones de personas sin agua potable.
Otra cara del problema son las empresas que contaminan.
–Yo creo que, en general, es relativamente fácil trabajar con la industria. Si no hay una legislación adecuada ni capacidad de fiscalización, hay impunidad para contaminar y eso no ayuda.