Por Alejandro Bercovich
“No confíe en
ningún economista, y menos en mí”, advierte el inglés
Alan Freeman, uno de los principales referentes vivos de la economía
marxista. Muestra a Cash las revistas argentinas de negocios que lleva en su
portafolio y ahí nomás se larga a preguntar sobre el movimiento
piquetero. Autor de numerosos ensayos críticos sobre deuda externa, desarrollo
desigual y dinámica de las crisis, Freeman mantiene intacta la causticidad
que hace unos años lo llevó a escribir un paper preguntándose
por qué si sus colegas de disciplina son tan ricos, no son en cambio
nada inteligentes. Hasta mediados de los ‘80 trabajó codo a codo
con el teórico y dirigente trotskista Ernest Mandel, y hoy asesora al
reelecto alcalde londinense Ken Livingtone (“El rojo”). Además,
acaba de formar el Comité de Justicia Económica para Argentina,
que viene a promocionar en el país invitado por la revista Realidad Económica.
¿Cuál es el objetivo de ese Comité?
–La idea central es que el FMI deje de presionar a la Argentina para que
el país acepte las posiciones de los acreedores. Impulsamos una solución
justa del problema de la deuda. Para eso hace falta una investigación
transparente y clara que verifique el origen de cada porción de la deuda.
Y que saque a la luz las circunstancias en las que fue tomada. Originalmente
éramos un grupo de gente interesada en cómo la deuda distorsiona
los circuitos monetarios mundiales. Porque por un lado la deuda pesa sobre la
sociedad que tiene que pagarla, pero por otro distorsiona la actividad del país,
al privar a los circuitos productivos del capital que necesitan para crecer
y dedicarlo a la especulación.
¿Respaldan la posición del gobierno de Kirchner?
–No necesariamente. Lo que pedimos es una investigación que reconozca
la corresponsabilidad de los acreedores, de los bancos, de las instituciones
financieras internacionales. Y quizá de los que aceptaron en un principio
los créditos, tanto gobiernos anteriores como empresas privadas particulares.
El FMI no tiene derecho a imponer su posición porque es una parte en
la negociación, y dista de ser objetivo. Está demasiado metido
como para hacer de juez. Al contrario, las soluciones que vendía al pueblo
argentino como neutrales no funcionaron. Y recién ahora lo está
empezando a reconocer. Hay un gran debate en el propio FMI respecto de su tarea
en la Argentina.
¿Y qué le parece la propuesta oficial argentina para volver a
pagar?
–Es interesante y sus principios son buenos porque marcan que la responsabilidad
primaria de un gobierno es hacer crecer al país y respetar los derechos
humanos de su pueblo. Pero nuestra posición es que no queremos, precisamente,
tomar posición al respecto. Nuestro rol no es aconsejar al Gobierno sobre
lo que tiene que hacer, sino proteger su derecho de hacer lo que crean necesario
hacer para garantizar esos derechos.
¿Pero alcanza con esa enunciación de principios? ¿Da lo
mismo crecer de cualquier manera?
–Crecer es, por lo menos, lo primero. Como dice la declaración de
Copacabana (firmada hace tres meses por Kirchner y Lula), hace falta dejar de
lado (en el cómputo del superávit primario) los fondos necesarios
para la inversión en infraestructura y el gasto social para proteger
a la gente. Esos son principios muy buenos. Hay que invertir en producción
de bienes y servicios que se puedan vender en el exterior. Esto es lo más
importante.
¿Encuentra realistas los supuestos macroeconómicos implícitos
en la propuesta argentina?
–La paradoja es que no se ve por qué la Argentina tiene una deuda.
A priori no es obvio, porque es un país que exporta, que normalmente
tiene superávit comercial. Entonces: ¿por qué no puede
generar su propio capital? Es claro que desde el origen la deuda fue producida
por el sectorfinanciero, en especial. De todos modos, el superávit fiscal
primario del 3 por ciento del PBI es mucho más de lo que cualquier país
occidental puede aceptar. En la propia Gran Bretaña está muy difundida
la idea de que el déficit debe ser cero en todo un ciclo, o sea que incluye
un superávit en la fase de crecimiento y un déficit en la recesión.
Y si es inaceptable un superávit permanente para un país rico,
no veo cómo un país pobre puede aceptarlo.
Algunos analistas advierten sobre el ajuste fiscal sin precedentes que operó
vía devaluación.
–Es claro que si se deja de lado la deuda, la Argentina tiene los recursos
para crecer. Ahora que no están pagando hay un gran superávit,
así que puede evitar su relación de esclavo financiero con las
instituciones y los acreedores. Para una economía no puede ser eficiente
una tasa de desempleo como la actual. Y entregar subsidios (planes Jefas y Jefes
de Hogar) a la gente simplemente para existir y no para producir es válido
como actitud moral, pero desde el punto de vista de la racionalidad económica
hace falta un aumento de la producción y de la inversión. Si los
circuitos mundiales y los propios inversores argentinos no están dispuestos
a proporcionar ese capital, el Estado tendrá que jugar ese rol en la
inversión, impulsando sobre todo a los sectores de alta tecnología.
¿Eso no implicaría una ruptura política más fuerte?
–Yo preferiría no dar tantas recomendaciones porque la Argentina
tiene el derecho de llegar a su propia solución. Lo importante es que
la Argentina crezca. Ese principio que enunció Kirchner es justo. Ya
no estamos en la Edad Media en la que a un deudor se lo encerraba de por vida
junto a sus hijos y sus nietos. Y en esto lo importante es reconocer que el
FMI no tiene la solución. Ellos no son expertos. Son representantes de
intereses privados específicos. Y esas fracciones que han representado
siempre, sobre todo los sectores financieros estadounidenses, no tienen una
relación con la producción argentina, sino con el sector especulativo.
Esto conduce a todo lo que la sociedad rechaza, como la corrupción, el
fraude, el clientelismo. No es válida la idea general de que la liberalización
de los movimientos del capital llevará a una economía sana.
¿El Fondo representa sólo a Wall Street o también a otros
centros de poder?
–Bueno, aquí por ejemplo casi todas las empresas privatizadas aparecen
en manos de grupos europeos, mientras que en general el capital estadounidense
tiene las inversiones en el sector financiero y también en la producción
agrícola. A los financistas norteamericanos les da dolor no haber podido
obtener el manejo de los servicios públicos. La eliminación de
la Ley de Subversión Económica, la reforma de la Ley de Quiebras
y otras medidas pedidas por el FMI benefician claramente a esos grupos.
Y en caso de que se pudiera cambiar esa situación, ¿el Fondo tiene
algún rol positivo que cumplir?
–Esto es interesante. En Gran Bretaña hay mucho interés de
sectores oficiales, parlamentarios y organizaciones no gubernamentales con lo
que está sucediendo en la Argentina. Se la ve como un caso testigo en
todo lo que tiene que ver con la deuda, sobre el rol que tienen que jugar instituciones
como el Banco Mundial y el FMI. Por eso uno de mis objetivos de esta visita
es investigar la situación e informar a la gente en Gran Bretaña.
El rol multilateral de dirigir casi toda la política de un país
me parece excesivo e incorrecto. Las privatizaciones forzadas, los planes de
ajuste social, todo eso termina en catástrofe. Probablemente lo mejor
es que el FMI se limite a la coordinación de lo estrictamente financiero,
sin incluir la deuda.
Otro tema en común entre Inglaterra y la Argentina es el fracaso de las
privatizaciones. Ustedes están empezando a discutir algunas de las privatizaciones
de la época de Margaret Thatcher. ¿Cree que hay margen político
para dar marcha atrás?
–La experiencia que tenemos en Gran Bretaña es que las privatizaciones
han deteriorado mucho los servicios, sobre todo en el transporte. Hay una contradicción
que no ha sido percibida por los neoliberales, quizá por la manera ideológica
en la que perseguían la privatización, entre el negocio y la necesidad
de proveer ciertos servicios a la población. El Estado se puede lavar
las manos mientras un servicio está privatizado, pero permanece su deber
de mantenerlo. Implícitamente el gobierno asume los riesgos de los empresarios.
Es similar al caso de los fondos de pensiones argentinos (AFJP). El problema
es que los empresarios saben esto, saben que si entran en quiebra el Gobierno
deberá rescatarlos, y por eso no siguen la disciplina del mercado. Las
regulaciones no han logrado balancear bien esto. Lo necesario es evitar un debate
de ideologías. Ni la nacionalización ni la privatización
son soluciones para todo.
¿Conoce los casos de empresas recuperadas por sus trabajadores?
–Muy poco. Quiero conocer más. Voy a encontrarme aquí con
representantes de estos movimientos para conocerlos mejor. Sé que hay
gente que quiere la recuperación de las empresas quebradas, pero no conozco
la situación en la que están, sus reivindicaciones, sus posibilidades.
Estoy aquí para hablar pero también para escuchar. Yo invertiría
la pregunta y les diría a los lectores de Página/12 que expresen
sus ideas en nuestro Comité, y nosotros estaremos a su disposición
para distribuirlas entre los británicos.
La economía mundial
Globalización y desigualdad
¿Existe la posibilidad
de una nueva crisis en los centros económicos mundiales, como la que
sacudió a Estados Unidos desde antes de los atentados a las Torres?
–Hay un creciente conflicto de intereses entre los países del Norte
y el resto. Si comparamos el PBI per cápita de los países llamados
desarrollados y los demás, vemos que en los años ‘80 la relación
era 8 a 1 y ahora es 23 a 1, o sea que se ha triplicado la desigualdad en dos
décadas de globalización. Esta brecha se da entre una región
que habitan casi 4 mil millones de personas (sin contar China) y otra que abarca
a sólo 800 millones. Y también hay cada vez más luchas
entre los países adelantados. Todo el mundo acepta que Estados Unidos
está ahora probablemente en una posición mejor que el resto, pero
no toman en cuenta que ha disminuido su crecimiento respecto de los demás.
Esa puja se manifiesta también en la negativa de Francia y Alemania a
la invasión de Irak.
¿Qué alternativas plantea ese panorama para América latina?
–Lo que me sorprendió en una reciente investigación que hice
es que en América latina no hay divergencia sino cada vez mayor convergencia.
El nivel general de PBI per cápita es similar, y por eso creo que una
política regional unitaria puede enfrentar a los países ricos
divididos. Creo que se debe tomar como ejemplo la integración europea,
con un banco regional, una política social común, fondos de inversión
comunes y otros instrumentos.
Para la economía mundial, ¿cambia algo si Kerry le gana a Bush?
–Creo que no. Para mí la política de Bush no es la de un
individuo o un grupo de individuos, sino que responde a la lógica de
la posición de Estados Unidos en el mundo. Con un déficit anual
de 500 mil millones de dólares, tres veces la deuda argentina, no pueden
mantener sus intereses internacionales sin intervención directa sobre
otros gobiernos del mundo. La solución para el pueblo norteamericano
es escapar a la dominación de su propio sector bancario-financiero, y
dedicar sus fondos a la producción doméstica. Pero el gobierno
está en manos de Wall Street. Y lamentablemente hacen falta derrotas
económicas y militares para Estados Unidos para que cambie eso.
¿Sigue vigente hoy entre los intelectuales críticos el debate
entre reforma y revolución?
–Uff... (Sonríe.) Para mí un revolucionario es alguien que
hace reformas sin parar. Un revolucionario no es alguien que diga que no quiere
hacer reformas, sino alguien que considera que las necesidades del pueblo son
más importantes que cualquier trámite político. Y que actúa
en consecuencia, cueste lo que cueste. Entonces no hay ninguna contradicción.
El problema de la política actual es encontrar gente que quiera hacer
reformas, consistentes y sin parar. No alguien que diga que no quiere hacerlas.
COMITE DE JUSTICIA
ECONOMICA Todavía no
quiere dar nombres, pero Alan Freeman asegura que contará con figuras
del deporte, la política y el espectáculo para difundir
las acciones del Comité de Justicia Económica para Argentina.
“El Reino Unido es una influencia poderosa en el seno del FMI y hay
señales preocupantes de que está actuando como una fuerza
intransigente hacia el gobierno argentino”, sostiene el volante de
convocatoria al acto de lanzamiento que realizó el Comité
el pasado 16 de junio en Londres. Un tiro por elevación para la
política exterior del primer ministro Tony Blair, adversario interno
en el Partido Laborista del alcalde de Londres. |
LOS ECONOMISTAS Usted también
es un crítico de los economistas en general, como cuerpo político-cultural
que impone ciertas visiones a la sociedad. ¿Ese es un rasgo común
a todo el mundo o los peores exponentes están en Argentina? |
ALAN FREEMAN En 1968, cuando las primitivas computadoras todavía ocupaban una habitación entera y los jóvenes de París tomaban el cielo por asalto, obtuvo su diploma en Computación en la Universidad de Edimburgo. Una década después concluyó su maestría en Economía en Birbeck y, recién en 1984, escribió en colaboración con Ernest Mandel su célebre Marx, Ricardo, Sraffa, por el que se lo empezó a conocer en el mundillo de los economistas críticos. Después vinieron la especialización en finanzas internacionales y los escritos sobre temas como la transformación de valores en precios y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Hoy, con 58 años, da cátedra en la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad de Greenwich. Pero mantiene la pasión por los chips: en 1994 lo aprobó como entrenador nada menos que Microsoft y, desde entonces, organizó las redes de sistemas de varias multinacionales europeas. Dos de sus recientes obras más notables son La pobreza de las naciones y Los sastres del emperador, ambos escritos para el Grupo de Trabajo Internacional sobre la Teoría del Valor (Iwgvt, por sus iniciales en inglés). |
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