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Domingo, 5 de septiembre de 2004

CRíTICA AL LIBRO DE GERCHUNOFF-LUCAS LLACH

Oíd el ruido de ¿rotas? cadenas

Ved en trono a la noble igualdad es el ensayo publicado por Pablo Gerchunoff y Lucas Llach. Ese trabajo tiene “vetustas ideas vestidas con modernos ropajes”, sostienen sus críticos.

Por Nicolás Arceo, Axel Kicillof y Javier Rodríguez*

Ved en trono a la noble igualdad, el ensayo recientemente publicado por el jefe de asesores de Economía del gobierno de De la Rúa, Pablo Gerchunoff, y el economista Lucas Llach, no carece de algún vuelo literario. Llama la atención, también, la particular construcción de los indicadores económicos desde 1880 hasta el presente. Sin embargo, al apreciar el nudo del razonamiento, toda la aparente singularidad del enfoque se disuelve. Y en su contenido, la interpretación no encierra novedad alguna: se limita a actualizar los aspectos centrales de los trabajos de, entre otros, Martínez de Hoz (1967; 1981) y Cortés Conde (1985; 1997). La línea interpretativa reaparece poniendo en escena vetustas ideas vestidas con modernos ropajes.
A la manera de los relatos de la Teología, el texto sostiene que todas las desgracias pueden atribuirse a un supuesto pecado original: “una tras otra –afirman los autores– las generaciones argentinas han estado marcadas a fuego por el mito fundante de sus antecesores europeos arribando a una tierra plena de oportunidades” (p. 6). En su génesis, nuestro país contaba con abundante tierra y escasa población. De este estado inicial, según la teoría económica ortodoxa, se desprenden dos postulados esenciales que constituyen el núcleo de toda la trama histórica posterior. En primer lugar, para gozar de las ventajas del comercio internacional, los países deben especializarse en la producción de aquellos bienes que en su fabricación emplean intensamente los recursos abundantes. Para el caso de Argentina la receta es simple: el crecimiento está asegurado si la producción se dirige principalmente hacia las actividades primarias. Este fue el camino adoptado desde la época de la colonia hasta 1930, con sus consiguientes “ganancias formidables”. Pero la situación de partida de la Argentina es también responsable de haber engendrado las trabas que impidieron un feliz desenlace.
El segundo postulado sostiene que la escasez de mano de obra tuvo como consecuencia que en aquel paraíso agroexportador perdido los salarios fueran excesivamente altos. Los primeros habitantes se acostumbraron a ese estado de bonanza y, lo que es peor, convirtieron la equidad en un “valor político prioritario” que fue transmitiéndose de padres a hijos durante más de cien años. Este punto de partida generó entonces una “dinámica finalmente fatal”, porque para los autores el crecimiento requiere bajos salarios y una completa apertura comercial que permita aprovechar la especialización primaria a escala internacional. Pero los argentinos, en lugar de someterse a su natural destino, reclamaron obstinadamente altos salarios, lo que sólo pudo lograrse mediante medidas proteccionistas, industrialistas y deficitarias.
De esta forma Gerchunoff y Llach sostienen que la búsqueda de equidad se contrapone al crecimiento. La fuerza de esta “pasión igualitaria” de los argentinos tiene su demostración irrefutable: según las insólitas apreciaciones de los autores “Argentina fue, hasta tiempos muy recientes, una nación de altos salarios” (p. 3).
El idílico punto de partida que los autores describen cuando se refieren a la época agroexportadora es un verdadero fraude. La historia argentina se caracteriza por largos períodos de sobrevaluación de la moneda seguidos de violentas devaluaciones. Cuando la moneda está sobrevaluada, el salario medio convertido a dólares al tipo de cambio vigente es elevado en términos de la comparación internacional. El truco está en suponer que los altos salarios medidos en dólares, producto de la sobrevaluación, implican un elevado nivel de vida para la población.
Pero más allá del problema de la determinación del nivel de los salarios y el valor de la moneda en base a las pobres estadísticas de la época, sólo la más burda de las falsificaciones puede describir a la Argentina defines de siglo XIX como el reino de la igualdad. Al llegar a la tierra prometida, los inmigrantes encontraban condiciones tal vez mejores que las de sus países de origen, pero también chocaban con la imposibilidad de acceder a la posesión de tierras, al tiempo que las condiciones de vida urbanas no eran precisamente paradisíacas, tal como atestiguan las crónicas de la época.
De todas formas, no hace falta remontarse 120 años para apreciar la paradoja de los salarios con poder adquisitivo interno deprimido pero elevados en dólares. La estafa de asociar los niveles de vida de los argentinos con su remuneración en moneda norteamericana y no con el salario real salta a la vista al considerar los recientes episodios de sobrevaluación del peso. Durante la década de 1990, los trabajadores veían cómo su bajo salario se estancaba al tiempo que la desocupación, la precarización laboral y la desigualdad distributiva trepaban sin límite. Esta no es la historia que cuentan Gerchunoff y Llach, como en su diccionario apreciación cambiaria significa apreciación salarial, el menemismo se convierte en un período de opulencia para los obreros.
Este argumento se estira hasta el cinismo. Como “ningún gobierno disfruta de su impopularidad” (p. 24), nos ilustran los autores, la sangrienta dictadura de Videla se vio forzada a recurrir al financiamiento externo con el objetivo de sostener “salarios altos en dólares” (p. 24). La pasión igualitaria de los trabajadores logró su cometido, obligando a Videla –prácticamente un populista–, a iniciar la espiral de endeudamiento externo, cuyo propósito era el de mantener los altos salarios en dólares.
En la década de 1990, nuestra protagonista, la pasión igualitaria, también hizo de las suyas. Pero esta vez sus fechorías tuvieron penosas consecuencias para los propios trabajadores: “el elevado nivel de salarios en dólares estableció un límite al aumento del empleo” (p. 25). Y éstas no eran todas las desgracias que ocasionaba el imparable afán de igualdad, también el déficit fiscal crónico y el ahora imparable grado de endeudamiento deben atribuirse a la debilidad del gobierno, incapaz de poner límites a la emancipada pasión igualitaria. “Era con el objetivo explícito de mantener la convertibilidad, es decir, ese apreciado nivel de salarios, que el Estado incurría en todo tipo de gastos” (p. 25). No es justo, a esta altura, negarles a Llach y Gerchunoff cierta macabra originalidad en la argumentación.
El dogma neoliberal según el cual el crecimiento no es compatible con la “equidad” fue desmentido por todas las experiencias de desarrollo mundialmente exitosas. Pero, ciegos ante toda evidencia, y sordos ante todo cuestionamiento de las bases teóricas sobre las que se sustenta, esta afirmación se convirtió en el caballito de batalla de los intereses que a toda costa y en toda circunstancia se oponen al desarrollo industrial y promueven la caída de los salarios.

* Docentes e investigadores de la UBA. Miembros del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino.

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