Dom 29.05.2005
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HISTORIA DEL ALGODóN EN LA ARGENTINA

La promesa que no fue

El Chaco algodonero nació de una catástrofe en la producción de EE.UU. Su desarrollo quedó limitado por subsidios de los países centrales como por la miopía de la política local.

Por Diego Ramirez *

Hacia 1922 la cadena algodonera norteamericana sufrió una catástrofe cuando una plaga conocida como picudo proveniente de México infectó el 96 por ciento de la producción de Estados Unidos. El desastre se veía venir desde el final de la Primera Guerra Mundial, por eso en 1920 el USDA, el departamento de agricultura de Estados Unidos, envió a varios expertos a distintos países del mundo con el objeto de impulsar el cultivo del algodón en otras latitudes. La previsión perseguía el objetivo de que los precios internacionales del algodón no se incrementaran tanto como para provocar la quiebra de la industria textil norteamericana. En pocas palabras, Estados Unidos impulsó la oferta mundial de algodón para que la falta de materia prima o su elevado costo no perjudicara a sus industrias que absorbían buena parte de su población económicamente activa.

En la Argentina, la política de comercio exterior que imperaba por entonces determinaba que no se desarrollara ninguna industria que pudiera competir con el principal socio comercial, Gran Bretaña. De modo que las pocas industrias textiles que existían se basaban en la fibra de lana, pero no en el agregado de valor del algodón que a la sazón era un cultivo casi inexplorado en nuestro país. Llegado el momento en que el precio del algodón efectivamente se disparó como consecuencia de la plaga en Estados Unidos, el gobierno de Marcelo T. de Alvear, a través de su ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón, intentó impulsar el desarrollo del sector algodonero y entre las medidas adoptadas se contrató el servicio de especialistas norteamericanos en la materia.

Donna J. Goy de la Universidad de Arizona recogió en un trabajo reproducido por la Revista de Estudios Rurales de la UNLP, el optimismo exultante de sus compatriotas. Hacia 1924, M. T. Meadows, director de la Sección Textil del Departamento de Comercio de Estados Unidos, publicó un artículo en Review of the River Plate titulado “El Rey Algodón en el Chaco”, que se basaba en la información remitida por los expertos norteamericanos. Sin embargo, el desarrollo de la producción algodonera en la mirada de los dirigentes de la Argentina ignoraba por completo a la industria textil. El único negocio que vislumbraban los estrategas de entonces, empresarios y políticos, era la exportación de algodón sin valor agregado. Los costos de producirlo en el Chaco eran todavía elevados, pero el alto precio internacional los justificaba, de manera que se distribuyó semilla y se instaló a colonos para incentivar el cultivo.

Los expertos norteamericanos contratados resaltaron las fortalezas de la región, principalmente climáticas y agronómicas, pero también advirtieron sobre las debilidades que se verificaban en la acción humana. Estas eran fallas en el sistema de comercialización, falta de selectividad en la calidad de algodón, y ausencia de industria que agregara valor a la producción. Los especialistas razonaban que los precios altos del algodón no durarían eternamente, y que el verdadero impulsor de la cadena algodonera sería el consumo interno con el desarrollo de industria textil en la misma provincia productora.

La imaginación de los norteamericanos albergaba un Chaco que gradualmente aumentaría la calidad y la producción de algodón y que desarrollaría un polo de industria textil que potencialmente podía convertirse en uno de los más fuertes del mundo. Pero la imaginación de los argentinos no iba más allá de aprovechar el alza de los precios aumentando a como diera lugar la producción de algodón. Aunque el mercado interno finalmente se consolidó en las décadas posteriores y hubo un desarrollo de la industria textil algodonera, las fábricas no se asentaron en la zona de producción: Chaco, Formosa, Santiago del Estero y norte de Santa Fe.

Con el tiempo se sumaron otras variables, y el cultivo de algodón sigue siendo aún hoy extraordinariamente vulnerable a los precios internacionales. Como afirma la FAO los países desarrollados destinan 4000 millones de dólares por año a subsidiar a sus productores, y la oferta dealgodón mundial estimulada en forma ficticia provoca que los precios se derrumben recurrentemente. Cómo podría competir Chaco contra el peso económico de esos subsidios, si según el informe elaborado en noviembre de 2004 por la Secretaría de Política Económica del Ministerio de Economía, el producto bruto geográfico de la provincia es apenas el 1,25 por ciento del PBI nacional, unos 2200 millones de dólares.

El Chaco y las demás provincias algodoneras están completamente inermes en el escenario que plantean las naciones desarrolladas mediante sus políticas de subsidios. M. T. Meadows parece haber sobreestimado la capacidad de la clase dirigente en la Argentina. A las condiciones agronómicas y climáticas de la provincia del Chaco se oponían hacia mediados de la década del veinte la desidia, la especulación y la miopía política. Para la misma época varios funcionarios recorrieron la provincia con entusiasmo sopesando el potencial caudal productivo algodonero y los altos precios internacionales. No habrá faltado alguno que entusiasmado con los recursos naturales haya afirmado convincente “El Chaco está condenado al éxito”.

*Especialista en temas agropecuarios.

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