LA CRISIS DE 2001, LA ACTUAL POLITICA ECONOMICA Y EL LARGO PLAZO
Luego de la traumática salida del uno a uno, la economía se recuperó pero falta un modelo de desarrollo, sostiene el economista Boyer.
› Por Natalia Aruguete y Walter Isaia
“El Consenso de Washington se murió ideológicamente”, sentenció el economista francés Robert Boyer. En su paso por Buenos Aires, invitado por el CEIL-Piette y el IADE, Boyer analizó los rasgos de la crisis de 2001 y la política económica actual. Y consideró que el presente momento es muy interesante para la economía internacional porque ya no prima la ortodoxia. En diálogo con Cash aseguró que la crisis del 2001 fue “estructural sistémica, en la cual la gente no estaba segura si a la mañana siguiente la economía argentina existiría”.
¿Cuáles fueron los factores que llevaron a esa crisis?
–El gran error fue intentar conservar la convertibilidad luego del ’97. Hubo una estabilización de la inflación, un desarrollo del consumo y de la inversión, pero después se estancaron las exportaciones, crecieron las importaciones y sólo el flujo de capital extranjero permitió conservar el equilibrio externo. Los economistas y el gobierno eran ciegos. Se sabía que el régimen no era sostenible, pero declaraban que la situación era muy buena e hicieron que la crisis fuera más grave.
¿Cómo caracteriza la salida de la convertibilidad?
–Creo que no se podía evitar la devaluación. Los expertos creían que con la pesificación se produciría una fuga de capitales en dólares. Pero el éxito fue la recreación de una moneda nacional, relativamente eficiente en la organización del crédito y de los pagos. El episodio fue dramático, aunque el manejo no fue tan malo.
¿Y hoy cómo ve la política económica del Gobierno?
–Hubo una recuperación después de una depresión muy larga. Pero no es un régimen de acumulación; es sólo la corrección de la demanda efectiva. Nadie conoce cuál es la solución a largo plazo. Algunos piensan que es el dinamismo de las exportaciones. Otros piensan, como el Plan Fénix, que si se reduce la desigualdad se puede desarrollar el consumo popular, que da lugar a la expansión de las empresas domésticas. La tercera visión se basa en impulsar un dinamismo de la innovación tecnológica que genere industrias nuevas con alto valor agregado, que sustituiría la exportación de productos básicos.
¿Por cuál modelo se inclina usted?
–La lucha contra la pobreza puede dar lugar a nuevas formas productivas. Además China e India son grandes economías con problemas agrícolas y se puede imaginar una especialización en la que Argentina compita con Estados Unidos y Europa en la producción de productos agrícolas sofisticados.
¿Qué debería hacer el Estado para que las inversiones tengan una impronta productiva de desarrollo?
–Hay que construir reglas para la inversión extranjera y aceptarlas si aportan nuevas tecnologías, y construir un sistema financiero doméstico para estimular el desarrollo y la producción de las pequeñas empresas.
¿Qué rol cumplieron los analistas financieros en la década del ’90?
–Los analistas financieros son muy listos, pero se equivocaron en todo. Cuando hay un crecimiento piensan que la economía es sólida y bajan la valoración de la prima de riesgo, cuando viene la crisis alzan ese índice de tal modo que no anticipan el mercado, simplemente extrapolan el ciclo económico. Prolongan el optimismo de los mercados financieros pero no detectan las crisis. Ellos difundieron a nivel mundial la idea de que las finanzas van a resolver los problemas de la gente, que no se necesita trabajar ni innovar, sólo hacer transacciones financieras.
¿Qué visión se lleva de Argentina?
–Hay más debates entre los economistas. El Gobierno es más pragmático que el de Menem, que era más dogmático. Está buscando soluciones y hay una perspectiva de propuestas. En los noventa el discurso único era cerrado. También la economía internacional está cambiando.
¿Cree que también en América latina murió el Consenso de Washington?
–Sí. De hecho hay un derrumbe del Consenso de Washington, pero no hay otra visión de largo plazo. Quizá los asiáticos impongan una visión mucho más pragmática que los americanos, que son dogmáticos.
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