LA PRESION DE EE.UU., EL ALCA Y EL MERCOSUR
En la Cumbre de las Américas se reinstaló el ALCA como debate regional. La oposición unificada del Mercosur fue la nota destacada.
› Por Alejandro Vanoli *
Luego de fallidos intentos en los años ‘90 de promover el ALCA, hemos asistido en los últimos meses a nuevos intentos por relanzarlo. Hasta ahora se fue estableciendo por partes –Nafta y Cafta– y algunos países andinos están negociando tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. En la última Cumbre hemisférica, Mercosur y Venezuela han rechazado compromisos que, tal como se están formulando, serían negativos para la Argentina. Analicemos el porqué.
La propuesta implica avanzar en compromisos aún mayores a los establecidos en la Organización Mundial de Comercio. Esto implica avanzar en compromisos con reducciones arancelarias simétricas –entre economías muy asimétricas–. Se promueven temas de la agenda estratégica de EE.UU., una liberalización adicional en materia de inversiones, servicios, apertura en las compras gubernamentales y patentes. El tema de los subsidios y restricciones cuantitativas y paraarancelarias agrícolas queda subordinado a lo que ocurra en la ronda de Doha. Demasiado por conceder a cambio de nada.
Sin duda que la decisión de no negociar en dichas condiciones es de una sensatez elemental, que ha generado consenso casi unánime. Un previsible fracaso de la negociación agrícola en la OMC, debido a la poca disponibilidad europea –especialmente francesa–, daría un argumento inobjetable para “darle largas” al ALCA, pero es pertinente plantear una estrategia para el improbable caso de que haya un compromiso global en Hong Kong o que EE.UU. haga algunas concesiones menores, sin reciprocidad europea. En ese contexto, un acuerdo implicaría la posibilidad de obtener algunos beneficios de exportaciones agrícolas y energéticas a cambio de mayores importaciones industriales y de servicios. Desde el punto de vista comercial podría haber algunas oportunidades en productos primarios y amenazas claras por pérdidas de preferencias arancelarias con Brasil a expensas del Nafta. Más allá del saldo comercial, existen enormes riesgos de consolidar una reprimarización de la economía argentina, con pérdidas en términos de producción con valor agregado y por ende menor empleo y una peor distribución del ingreso.
La estructura productiva de Brasil y Argentina es competitiva tanto en agro como en industria de EE.UU., situación bien diferente a la de algunos países andinos y de Centroamérica con poca escala y poco que perder y sí por mejorar en condiciones de acceso al Nafta para su base productiva minera y de alimentos tropicales.
El ALCA no implica una integración al estilo europeo que contemple mecanismos institucionales para salvar las asimetrías productivas, tampoco compensaciones, esquemas de apoyo y financiamiento que tiendan el desarrollo hemisférico. Sin un tratamiento diferencial en compromisos, plazos, salvaguardias, que eviten un patrón de comercio desequilibrado, se profundizaría la heterogeneidad estructural económico-social hoy existente. El ALCA o el TLC además obligarían a renunciar a la adopción de instrumentos prudenciales anticrisis como son los controles a los movimientos de capital financiero de corto plazo que generan distorsiones macro.
El hecho de que el Mercosur mantuviese una posición unificada es un paso positivo. Hubiese sido muy incoherente negociar una mayor liberalización en momentos en que la integración subregional se encuentra en una crisis que demora su profundización. La Unión Europea empezó a negociar acuerdos extrazona una vez que avanzó en el proceso de una verdadera unión económica y consiguió una estructura institucional razonablemente sólida. Mercosur dista de cumplir ambos requisitos.
De lo que se trata entonces es –previo a negociar el ALCA o TLC– de fortalecer la institucionalidad regional. El vigésimo aniversario de los protocolos de la Argentina y Brasil es una oportunidad para profundizar acuerdos sectoriales que contemplen situaciones de ciertos sectores productivos que requieren un tratamiento urgente y específico. En la transición se deberían adoptar cláusulas de adaptación competitiva que eliminen cambios bruscos en los flujos de comercio que afecten sectores vitales de los países miembro.
En el mediano plazo se debe avanzar en la coordinación de políticas macroeconómicas para evitar las asimetrías que quedan expuestas al liberalizar aranceles y establecer un arancel común externo. Una dificultad objetiva fue la convertibilidad en los ‘90. Hoy lo es la política monetaria de Brasil que, más allá del favorable tipo de cambio bilateral actual, retrasa la adopción de una banda cambiaria regional por su sesgo antiproductivo.
Estos problemas coyunturales no deben hacer “perder el norte” de lo estratégico que es Mercosur como forma de insertarse regionalmente en el mundo, construyendo un gran mercado, fortaleciendo emprendimientos conjuntos, aprovechando una especialización intrasectorial que evite la reprimarización de nuestro país.
* Economista.
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