La inflación está
obligando a la mayoría de los consumidores a modificar sus hábitos
de compras. La caída del poder adquisitivo provocó que la gente
realice compras más pequeñas y busque en distintos negocios los
precios más baratos. En ese proceso se están beneficiando los
negocios de barrio, que por primera vez le están quitando clientes y
ventas a las cadenas de supermercados. Un relevamiento realizado por la Cámara
de Mayoristas de Comestibles, que proveen a los pequeños comercios, revela
que en abril los negocios barriales tuvieron una caída en sus volúmenes
físicos de ventas con respecto al mismo mes del año pasado de
sólo el 8 por ciento. Mientras que los supermercados perdieron el 31
por ciento de sus despachos. La diferencia se debe a que hubo un trasvasamiento
de ventas desde los grandes hacia los pequeños comercios. La razón
principal es que muchos almacenes están vendiendo a precios más
bajos que las cadenas. Según datos del Indec, la canasta básica
de alimentos aumentó un 35,2 por ciento desde la devaluación.
Pero este incremento es un promedio de una suba del 39 por ciento en los supermercados
y de un 28 por ciento en los almacenes y autoservicios.
Un aceite de primera marca en envase de litro cuesta 1,59 peso de promedio en
los supermercados y se consigue a 1,49 en un grupo de pequeños comercios
de La Plata que se unieron para competir. Lo mismo ocurre con la leche en sachet,
que las cadenas venden a 1,17 y esos negocios barriales a 1,12. En la década
pasada hubo un fortísimo proceso de concentración en la venta
de comestibles y otros bienes de uso hogareño. Las 78 cadenas de supermercados
que operan en el país llegaron a acaparar el 65 por ciento de esas ventas.
Y las primeras cinco facturaban el 75 por ciento de los despachos del sector.
Pero el fenómeno se está revirtiendo.
En los últimos tres años las cadenas que manejan el mercado comenzaron
a aumentar sus márgenes de comercialización mediante dos recursos:
presionando a sus proveedores para conseguir bajar sus costos de reposición
de mercaderías y aumentando sus precios al público. En el mismo
período muchos comercios pequeños se asociaron para poder negociar
mejor con las empresas productoras y grandes mayoristas. Así lograron
mejorar su poder de compra para competir con los supermercados. En este contexto
llegó la devaluación. Y ambos canales de distribución tuvieron
una conducta distinta: los pequeños comercios trataron de postergar el
traslado de los incrementos de precios a sus clientes, para no perder ventas;
las cadenas remarcaron de inmediato para maximizar sus utilidades. Durante los
períodos inflacionarios la política de compras de los supermercados
las obliga a remarcar los precios de inmediato, ante el sólo anuncio
de un proveedor de que un producto va a aumentar. La razón es que estos
grandes negocios no hacen stocks: compran y reciben mercaderías dos veces
por semana. Lo hacen para invertir menos capital de trabajo. Los almacenes y
autoservicios, en general, se proveen en depósitos mayoristas, que a
su vez le compran a las empresas productoras. Esos intermediarios tienen stocks
de mercaderías para vender más de un mes. De esa manera, cuando
las empresas les anuncian un aumento, tienen la posibilidad de mantener el precio
anterior durante un período más prolongado o de promediar el precio
nuevo con el viejo. Esa ventaja se la trasladan al comercio barrial, que es
su cliente.
Los empresarios del sector supermercadista aducen que los almacenes, verdulerías
y carnicerías pueden tener precios más bajos porque no pagan impuestos.
En parte es cierto, ya que el comercio minorista de alimentos ha sido identificado
por la AFIP como uno de los de mayor evasión. Pero también muchas
cadenas han sido multadas y recibieron ajustes de la DGI por falsear sus declaraciones
impositivas. La razón por la que los supermercados están vendiendo
muchos productos más caros que sus competidores tiene que ver, fundamentalmente,
con los mayores márgenes de comercialización que están
aplicando. En verduras, hortalizas y frutas, por ejemplo, las cadenas están
vendiendo hasta un 1.000 por ciento más caro que el Mercado Central,
complejo de compras en el que se proveen la mayoría de las verdulerías
y también algunos supermercados. Un ejemplo de estas diferencias es el
tomate perita, que el Mercado Central vende a 23 centavos y Disco a 2,95 pesos.
Otro es el repollo, que el mercado vende a 13 centavos y Wal Mart a 87 centavos.
Durante la década pasada, período en el que el supermercadismo
se consolidó en el país, las cadenas vendían los productos
casi al costo. Incluso en muchos casos por debajo del precio de lista de la
empresa productora. El negocio de ellos pasaba por otro lado. Con cada apertura
de una nueva sucursal exigían a sus proveedores varias entregas de mercadería
gratis. Además, abusaban de las empresas productoras más pequeñas,
enviándoles notas de débito que disminuían el valor de
las facturas, con lo que terminaban pagando los productos mucho menos que el
precio pactado. Pero las aperturas se detuvieron por la recesión y las
maniobras con las notas de débito se redujeron fuertemente luego de que
el año pasado el sector firmó con sus proveedores un acuerdo de
buenas prácticas comerciales, bajo presión de la Secretaría
de la Competencia. Por esas razones las cadenas comenzaron a buscar mejorar
su rentabilidad mediante mayores márgenes de comercialización.
La sequía de billetes en el bolsillo de los consumidores juega a favor
de los negocios de barrio. La razón es simple: los almacenes fían,
las cadenas no. La mayor parte de la población no posee tarjeta de crédito.
Cuando no tiene dinero, sólo puede recurrir al comercio de la esquina
para hacerse de los productos indispensables sin pagar en el momento. Las cadenas
de supermercados dan empleo a 90 mil personas. Pero en la última década
el cierre de locales de barrio generó la pérdida de más
de 600 mil puestos de trabajo: por cada empleo que crearon, destruyeron siete.
El fenómeno de avance de los pequeños comercios está directamente
emparentado con la crisis. Luego de años de perder terreno, la devaluación
provocó la venganza del boliche de barrio.
Encuesta sobre el comportamiento
de los consumidores
Comprar lo justo y lo necesario
Por R. N.
Cada nuevo aumento de precios
pone a prueba la capacidad de los consumidores para hacer rendir más
sus ingresos, que en la mayoría de los casos se mantienen congelados.
Según una encuesta de la consultora AC Nielsen, uno de los principales
recursos de la población es disminuir la frecuencia con la que realizan
las adquisiciones.
La idea es comprar exactamente lo que se va a consumir. Hasta el año
pasado la mitad de los argentinos se proveía de alimentos y otros bienes
hogareños una o dos veces por mes. Y el otro 50 por ciento de la población
lo hacía por lo menos una vez por semana. En la actualidad dos de cada
tres argentinos hacen sus compras cada dos o tres días. Esa es una de
las razones por las que la gente prefiere ir a un almacén de barrio,
que le queda más cerca. No les conviene costear un viaje hasta un supermercado
por unos pocos artículos.
Esta vez la sociedad no respondió a la inflación comprando más
artículos para acaparar. Según AC Nielsen, sólo el seis
por ciento de la población reconoce haber realizado un stock de mercaderías
para resguardarse de futuros aumentos. Del total de los encuestados, el 87 por
ciento aseguró que redujo sus consumos de alimentos y productos de tocador.
Pero, al contrario de lo que podría creerse, la reducción fue
más importante en los supermercados. Mientras el 68 por ciento señaló
que redujo sus compras en supermercados, sólo el 50 por ciento disminuyó
sus volúmenes de compra en negocios barriales.
El mismo informe revela que el 82 por ciento de los consumidores cambió
su lugar habitual de compras o comenzó a comprar en varios comercios
distintos. De estas personas, sólo el 30 por ciento pasó de negocios
barriales a supermercados. El 70 por ciento siguió el camino inverso.
Hugo Miguens titular de la Cámara de Autoservicios Mayoristas La
estrategia de los almacenes] ¿Por
qué piensa que los consumidores están comprando más
en comercios barriales? |
Pablo Azcarate gerente de Estudios Especiales de AC Nielsen Habitos
de consumo ¿Cómo
está influyendo la crisis económica en los hábitos
de consumo? |
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