Dom 02.06.2002
cash

La revancha de Don Manolo

La inflación está obligando a la mayoría de los consumidores a modificar sus hábitos de compras. La caída del poder adquisitivo provocó que la gente realice compras más pequeñas y busque en distintos negocios los precios más baratos. En ese proceso se están beneficiando los negocios de barrio, que por primera vez le están quitando clientes y ventas a las cadenas de supermercados. Un relevamiento realizado por la Cámara de Mayoristas de Comestibles, que proveen a los pequeños comercios, revela que en abril los negocios barriales tuvieron una caída en sus volúmenes físicos de ventas con respecto al mismo mes del año pasado de sólo el 8 por ciento. Mientras que los supermercados perdieron el 31 por ciento de sus despachos. La diferencia se debe a que hubo un trasvasamiento de ventas desde los grandes hacia los pequeños comercios. La razón principal es que muchos almacenes están vendiendo a precios más bajos que las cadenas. Según datos del Indec, la canasta básica de alimentos aumentó un 35,2 por ciento desde la devaluación. Pero este incremento es un promedio de una suba del 39 por ciento en los supermercados y de un 28 por ciento en los almacenes y autoservicios.
Un aceite de primera marca en envase de litro cuesta 1,59 peso de promedio en los supermercados y se consigue a 1,49 en un grupo de pequeños comercios de La Plata que se unieron para competir. Lo mismo ocurre con la leche en sachet, que las cadenas venden a 1,17 y esos negocios barriales a 1,12. En la década pasada hubo un fortísimo proceso de concentración en la venta de comestibles y otros bienes de uso hogareño. Las 78 cadenas de supermercados que operan en el país llegaron a acaparar el 65 por ciento de esas ventas. Y las primeras cinco facturaban el 75 por ciento de los despachos del sector. Pero el fenómeno se está revirtiendo.
En los últimos tres años las cadenas que manejan el mercado comenzaron a aumentar sus márgenes de comercialización mediante dos recursos: presionando a sus proveedores para conseguir bajar sus costos de reposición de mercaderías y aumentando sus precios al público. En el mismo período muchos comercios pequeños se asociaron para poder negociar mejor con las empresas productoras y grandes mayoristas. Así lograron mejorar su poder de compra para competir con los supermercados. En este contexto llegó la devaluación. Y ambos canales de distribución tuvieron una conducta distinta: los pequeños comercios trataron de postergar el traslado de los incrementos de precios a sus clientes, para no perder ventas; las cadenas remarcaron de inmediato para maximizar sus utilidades. Durante los períodos inflacionarios la política de compras de los supermercados las obliga a remarcar los precios de inmediato, ante el sólo anuncio de un proveedor de que un producto va a aumentar. La razón es que estos grandes negocios no hacen stocks: compran y reciben mercaderías dos veces por semana. Lo hacen para invertir menos capital de trabajo. Los almacenes y autoservicios, en general, se proveen en depósitos mayoristas, que a su vez le compran a las empresas productoras. Esos intermediarios tienen stocks de mercaderías para vender más de un mes. De esa manera, cuando las empresas les anuncian un aumento, tienen la posibilidad de mantener el precio anterior durante un período más prolongado o de promediar el precio nuevo con el viejo. Esa ventaja se la trasladan al comercio barrial, que es su cliente.
Los empresarios del sector supermercadista aducen que los almacenes, verdulerías y carnicerías pueden tener precios más bajos porque no pagan impuestos. En parte es cierto, ya que el comercio minorista de alimentos ha sido identificado por la AFIP como uno de los de mayor evasión. Pero también muchas cadenas han sido multadas y recibieron ajustes de la DGI por falsear sus declaraciones impositivas. La razón por la que los supermercados están vendiendo muchos productos más caros que sus competidores tiene que ver, fundamentalmente, con los mayores márgenes de comercialización que están aplicando. En verduras, hortalizas y frutas, por ejemplo, las cadenas están vendiendo hasta un 1.000 por ciento más caro que el Mercado Central, complejo de compras en el que se proveen la mayoría de las verdulerías y también algunos supermercados. Un ejemplo de estas diferencias es el tomate perita, que el Mercado Central vende a 23 centavos y Disco a 2,95 pesos. Otro es el repollo, que el mercado vende a 13 centavos y Wal Mart a 87 centavos.
Durante la década pasada, período en el que el supermercadismo se consolidó en el país, las cadenas vendían los productos casi al costo. Incluso en muchos casos por debajo del precio de lista de la empresa productora. El negocio de ellos pasaba por otro lado. Con cada apertura de una nueva sucursal exigían a sus proveedores varias entregas de mercadería gratis. Además, abusaban de las empresas productoras más pequeñas, enviándoles notas de débito que disminuían el valor de las facturas, con lo que terminaban pagando los productos mucho menos que el precio pactado. Pero las aperturas se detuvieron por la recesión y las maniobras con las notas de débito se redujeron fuertemente luego de que el año pasado el sector firmó con sus proveedores un acuerdo de buenas prácticas comerciales, bajo presión de la Secretaría de la Competencia. Por esas razones las cadenas comenzaron a buscar mejorar su rentabilidad mediante mayores márgenes de comercialización.
La sequía de billetes en el bolsillo de los consumidores juega a favor de los negocios de barrio. La razón es simple: los almacenes fían, las cadenas no. La mayor parte de la población no posee tarjeta de crédito. Cuando no tiene dinero, sólo puede recurrir al comercio de la esquina para hacerse de los productos indispensables sin pagar en el momento. Las cadenas de supermercados dan empleo a 90 mil personas. Pero en la última década el cierre de locales de barrio generó la pérdida de más de 600 mil puestos de trabajo: por cada empleo que crearon, destruyeron siete. El fenómeno de avance de los pequeños comercios está directamente emparentado con la crisis. Luego de años de perder terreno, la devaluación provocó la venganza del boliche de barrio.

Encuesta sobre el comportamiento de los consumidores
Comprar lo justo y lo necesario

Por R. N.

Cada nuevo aumento de precios pone a prueba la capacidad de los consumidores para hacer rendir más sus ingresos, que en la mayoría de los casos se mantienen congelados. Según una encuesta de la consultora AC Nielsen, uno de los principales recursos de la población es disminuir la frecuencia con la que realizan las adquisiciones.
La idea es comprar exactamente lo que se va a consumir. Hasta el año pasado la mitad de los argentinos se proveía de alimentos y otros bienes hogareños una o dos veces por mes. Y el otro 50 por ciento de la población lo hacía por lo menos una vez por semana. En la actualidad dos de cada tres argentinos hacen sus compras cada dos o tres días. Esa es una de las razones por las que la gente prefiere ir a un almacén de barrio, que le queda más cerca. No les conviene costear un viaje hasta un supermercado por unos pocos artículos.
Esta vez la sociedad no respondió a la inflación comprando más artículos para acaparar. Según AC Nielsen, sólo el seis por ciento de la población reconoce haber realizado un stock de mercaderías para resguardarse de futuros aumentos. Del total de los encuestados, el 87 por ciento aseguró que redujo sus consumos de alimentos y productos de tocador. Pero, al contrario de lo que podría creerse, la reducción fue más importante en los supermercados. Mientras el 68 por ciento señaló que redujo sus compras en supermercados, sólo el 50 por ciento disminuyó sus volúmenes de compra en negocios barriales.
El mismo informe revela que el 82 por ciento de los consumidores cambió su lugar habitual de compras o comenzó a comprar en varios comercios distintos. De estas personas, sólo el 30 por ciento pasó de negocios barriales a supermercados. El 70 por ciento siguió el camino inverso.

Hugo Miguens titular de la Cámara de Autoservicios Mayoristas

La estrategia de los almacenes]
“Mejores precios y servicios”

¿Por qué piensa que los consumidores están comprando más en comercios barriales?
–Las cadenas decían que manejaban el 70 por ciento de los productos de consumo, pero nunca llegaron a tanto. Era falso y varias consultoras lo reconocieron. Lo que ocurre es que es difícil medir con precisión la venta de miles de comercios pequeños diseminados por todo el país. A partir del comienzo de la recesión, los supermercados están en franco retroceso, por una serie de circunstancias.
¿Cuáles?
–La gente que no tiene un empleo fijo y vive de changas compra cada vez que recibe dinero. Eso puede ser dos o tres veces por semana. No les conviene ir a un supermercado. Muchos de los que tienen trabajo se pasan12 o 14 horas en la fábrica o la oficina, por lo que no tienen ni ganas ni tiempo para ir a perder una hora en un supermercado. Las compras las hace la esposa o el personal doméstico en un negocio próximo a sus casas.
¿La actitud de los pequeños comerciantes influyó también?
–Sí, luego de un recambio generacional, los comercios de barrio comenzaron a profesionalizarse. Le ofrecen a sus clientes mejores precios y servicios. Además, se organizaron grupos de compras en todo el país. Se unen entre 20 y 50 negocios y realizan operaciones conjuntas a mayoristas y en algunos casos acceden directamente a las empresas productoras. Por otra parte, estos negocios también se unen para comprar góndolas, computadoras y todo tipo de elementos de última generación, que les permite bajar costos y brindar un mejor servicio.
¿Las cadenas perdieron el impulso de los primeros años?
–Un dato que siempre surge en las encuestas que alejó a los consumidores de los supermercados es que publican ofertas increíbles y cuando la gente va a buscarlas no las encuentra, porque tenían un stock muy pequeño. También hubo muchos problemas porque los precios de góndola difieren de los que efectivamente facturan.

Pablo Azcarate gerente de Estudios Especiales de AC Nielsen

Habitos de consumo
“Cultura de la austeridad”

¿Cómo está influyendo la crisis económica en los hábitos de consumo?
–En los últimos años los consumidores pobres y de clase media se hicieron más racionales y aprendieron a cuidar el peso. A partir de la devaluación, este fenómeno se consolidó en amplias franjas de la población. Incluso hasta en el segmento ABC1. Hay una nueva cultura de la austeridad que ahora es vista como una virtud. Se desarrolla una compra más planificada y mejor evaluada. El estallido de precios les hizo perder las referencias a los consumidores. Por eso comenzaron a caminar y comparar distintos canales de comercialización, como los negocios de barrio y los autoservicios.
¿Además de la inflación, influye la pobreza?
–Claro, desaparecida la fiesta de consumo, en algunos segmentos surge con más fuerza la compra inteligente, y no sólo por falta de dinero. Es una gran toma de conciencia. Además, vamos en camino a un mercado cada vez más dual: la polarización social se traslada a los consumidores. Ahí es donde las marcas líderes tienen una oportunidad. Pero deben tener cuidado, el estallido de precios desató una ruptura de vínculos con las marcas y con los canales de venta. La gente sigue el proceso de prueba y error: un día compra en un negocio pequeño y otro en un supermercado. Los comercios de barrio también están aprovechando la ventaja del fiado.
¿Es un fenómeno duradero o puede revertirse al salir de la actual coyuntura económica?
–Cuando los precios se estabilicen, la tendencia al salto de canales debería calmarse. Las cadenas de supermercados, que ofrecen gran variedad de productos, son negocios diseñados para sociedades sofisticadas. Si Argentina va a ser un país con grandes segmentos de población bajo la línea de pobreza, no va a haber muchos supermercados. Si la situación mejora, la gente va a volver a los negocios que le ofrecen mejor variedad y calidad.

 

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