INVESTIGACION: EL NEGOCIO DE LA BASURA
Casi 50 mil personas viven de la basura. En estos años de crisis se fue desarrollando una pirámide del reciclado, donde los cartoneros están en la base. Luego se ubican los acopiadores y más arriba los recicladores.
› Por Esteban Magnani
La industria de la basura mueve millones. La Argentina produce anualmente unos 12,3 millones de toneladas de basura con un costo altísimo que, sólo en la ciudad de Buenos Aires, implica un costo de recolección de 13 millones de pesos por mes. Otro costado de esa actividad son los cartoneros que viven de la basura y cuyo número oscila en cerca de 40.000, aunque los domingos a la noche, el momento de mayor trabajo, pueden llegar a ser 50.000, según cálculos de varias ONG. Las cifras son variables porque el negocio es precario y cambian según el oleaje de la economía. En esta “industria” hay dos extremos que se tocan. Por un lado, una masa de gente en extrema necesidad dispuesta a trabajar por una ganancia muy exigua y, por el otro, la urgencia ecológica de que ya no hay dónde poner el cerca de kilo y medio diario de basura que produce un ciudadano porteño por más dinero que se gaste.
Debajo de la pirámide del reciclado están los cartoneros que, en realidad, deberían llamarse “plastiqueros”, ya que el mercado del reciclado es muy fluctuante y el valor de los materiales varía mucho. Mientras que el kilo de cartón vale cerca de 20 centavos al pie del carrito, un kilo de PET (botellas de gaseosas, sobre todo) se puede vender a un acopiador por 40 centavos el de color y 60 el transparente (al que llaman “cristal”). En el mejor de los casos, una familia puede juntar en una muy buena noche unos 80 kilos de materiales, que vendidos a un promedio de 50 centavos el kilo le brindarán unos 40 pesos.
Pero no es tan fácil: para llegar a esas cifras tienen que darse varias condiciones. Primero, que no llueva. Si vive cerca de una estación de la que sale un tren para cartoneros, puede negociar con sus pares una zona para él. Mientras no la abandone por demasiado tiempo, puede confiar en que nadie le saque el material de sus manzanas. Además, es probable que con el tiempo los porteros, vecinos y comerciantes lo reconozcan y le den lo reciclable ya separado, sea por solidaridad o para evitar que rompan las bolsas.
Para los que viven lejos de las estaciones de tren (Esteban Echeverría, Laferrère, Virrey del Pino, etc.), el tema es más complicado. El camionero que lo lleva se queda con un 20 por ciento del material y les gestiona las ventas. En el interior, la situación es más complicada porque en las ciudades pequeñas suele haber un solo comprador que pone los precios a gusto. Un cartonero de Suárez afirmó a Cash que en una buena semana se podía llevar unos 200 pesos. “Ahora hay más plata en el barrio. Hay más trabajo y menos competencia. Por eso, si salís encontrás más material en la calle”, aseguró.
Representante del escalón siguiente de la pirámide es la Cooperativa Tren Blanco, un grupo de 10 ex cartoneros que vieron que la mayor parte de la ganancia se la llevaban los acopiadores y decidieron hacer las cosas de otra manera, es decir, pagando mejores precios en su barrio, Suárez, y llevándose algo más a casa. La historia comenzó a mediados de 2004 cuando se unieron en una cooperativa, empezaron a comprar material en el barrio, separarlo y revenderlo con un leve margen de ganancia. El PET, según la época, limpieza y color, lo pueden vender de 60 a 90 centavos el kilo. La poca ganancia se la quedaba el fletero que llenaba su camión con pocos bolsones compactados a fuerza de pisotones: el plástico es muy elástico y en cuanto la presión se va, vuelve prácticamente a su posición inicial. La mejora llegó cuando una transnacional donó una prensa que reducía los volúmenes 4 veces y multiplicaba por la misma cifra la eficiencia de lo que se le pagaba al fletero. Ese salto parecía un sueño, pero produjo traumas de crecimiento: por un lado, los fardos pesaban mucho más y moverlos requería un autoelevador o al menos una zorra, la que finalmente consiguieron. Y hacía falta más espacio para poder trabajar con volúmenes grandes. Así fue que consiguieron alquilar un galpón vecino a la estación de San Martín, en enero de 2005.
Si bien el costo de flete disminuyó, los buenos precios se pagan lejos y decidieron comprar un camión. Cuando funciona, el camión puede llevar unos 3000 kilos de material prensado (unos 15 días de trabajo a buen ritmo) con un margen de ganancia de 25 centavos el kilo para el PET.
En la búsqueda de aumentar el valor agregado, instalaron un molino para picar el plástico, lo que reduce el volumen aún más y lo deja casi listo para ser reutilizado. Pero implica una rigurosa selección para que no se mezcle con otros plásticos y se arruine toda la muestra.
El know-how que desarrollaron estos cooperativistas en un mercado que fluctúa todo el tiempo (por ejemplo, el PET abunda durante las fiestas de diciembre y escasea en el resto del verano) los obliga a adaptarse constantemente. “Volumen, hay que lograr volumen”, repiten. Una vez pagados los costos fijos y las deudas, a cada socio le queda poco más que su Plan Trabajar original. Mirta, miembro de la cooperativa, asegura: “Vamos a salir adelante. Estoy convencida. Esto tiene que funcionar”, dice mientras saca el papel de los envases de jabón en polvo. Y sueñan con pagar las deudas y pasar al siguiente nivel.
Etilplast es una cooperativa un escalón por encima de Tren Blanco en la escala productiva. Casi no compra directamente a los cartoneros y sí a acopiadores. Próximamente recibirá material ya seleccionado por los vecinos de un barrio de Tigre. El plástico es procesado (molido, lavado, agrumado y, más adelante, extrudado) y se vende directamente al último eslabón de la cadena para que haga broches de ropa, cajas de CD o perchas. Esta cooperativa empezó hace tres años limpiando y seleccionando los frascos de champú que le entregaba gratis una fábrica cercana.
El Vasco, presidente de la cooperativa y uno de los iniciadores, relató a Cash esa experiencia: “Nos dieron 3 toneladas de polietileno soplado, que a valor de hoy sería unos 7000 pesos molido”. Ahora, por “cuestiones de seguridad”, esa misma empresa que antes les regalaba el plástico de envases fallados prefiere tirarlas al cinturón ecológico, a pesar de los pedidos y los argumentos ecológicos.
Poco a poco la cooperativa logró reunir un importante capital fijo: dos molinos, dos centrifugadoras, lavadoras, una agrumadora de “film”, que construyeron ellos mismos. Y ahora van por el último paso de la cadena de producción: una extrusora que derrite, filtra y saca el plástico en bolitas que son la materia prima para cualquier productor. El gran atractivo de esta máquina que cuesta cerca de 100.000 pesos (que construyen ellos mismos y que financian con un préstamo del Ministerio de la Producción y apoyo técnico de la Unión Industrial de Tigre) es que el material que recuperan se compra a cerca de 1 peso y se puede vender por 3. Si bien el rendimiento puede parecer enorme, son muchos los pasos hasta llegar al punto final: compran el material, lo separan por tipo, lo cortan en una sierra sinfín, lo muelen, de allí va a una pileta en donde se lava con jabón en polvo, luego se centrifuga y se seca antes de entrar a la extrusora. Mucho trabajo que sólo se justifica en grandes volúmenes.
Los retiros siguen siendo bajos (no más de 200 pesos por semana), pero esto se debe sobre todo a la tradición expansiva de la cooperativa que gasta, como dice su presidente, el Vasco, “todo lo que entra en fierros”.
Tren Blanco y Etilplast están nucleadas en la red Reciclando Valores que reúne más de 15 cooperativas del ramo que, junto a muchos otros emprendimientos, están dando respuestas a dos problemas cada vez más visibles. El primero es la basura que se acumula hora a hora, día a día y mes a mes, que pone a todas las grandes ciudades al borde del colapso ambiental y para la cual el reciclado será, tarde o temprano, la única solución. Y como una pieza que encastra justo con la anterior, se deben “satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos”, tan escasos que implica un esfuerzo enorme extraerlos de una realidad que tiene muy pocas alternativas para ofrecer.
Producción Ramiro Martínez.
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