INNOVACION Y FALLAS EN LA PRODUCCION DE ARANDANOS
Comenzaron a cultivarse en la década del noventa en el norte de la provincia de Buenos Aires y en Entre Ríos. Fuerte crecimiento, exportaciones y sobreinversión.
› Por Claudio Scaletta
Casi desconocidos en el mercado local, los arándanos o blueberries se agrupan bajo la generalidad de “frutas finas”. Comenzaron a cultivarse en el país en forma sistemática durante los años noventa en un campo del norte de la provincia de Buenos Aires. Hoy alrededor del 60 por ciento de la producción se concentra en esta provincia y otro 20 en Entre Ríos. Para el empresario pionero en la introducción del cultivo, el gran motivador, la señal del mercado, fueron los precios. Según se reseña en un trabajo publicado el pasado abril en la revista Indicadores de Coyuntura de FIEL, que lleva la firma del economista del Ieral Gabriel Sánchez, la exportación al Hemisferio Norte permitió obtener en las primeras cosechas valores FOB de hasta 20 dólares el kilo en 1994, y 22 en 1995. En los mismos años, Chile, que también exporta en contraestación, no conseguía superar los 2 dólares el kilo, una diferencia atribuible a la situación de los mercados internacionales al momento del ingreso de la oferta de cada país.
Según predice la teoría, en cualquier sector de la economía quien es capaz de producir y comercializar un producto nuevo consigue un precio mayor. Acceder a este diferencial de ganancia monopólica es un justificado “privilegio del innovador”. En las economías contemporáneas, el lapso de tiempo durante el cual el innovador puede mantener su privilegio se reduce progresivamente, tanto porque los competidores “descubren” cómo obtener un producto similar, como por el surgimiento de nuevas innovaciones o productos.
Si la introducción de un nuevo producto agrícola se piensa en este marco teórico puede concluirse que el “privilegio”, la mayor ganancia del momento inicial, debería aprovecharse intensamente para consolidar una producción eficiente para cuando llegue el momento de la competencia. Pero el caso de la producción local de arándanos fue afortunado. El inmenso diferencial de precios tuvo la suficiente potencia para absorber los errores en la producción propios de la etapa de aprendizaje. También sirvió de ejemplo para motorizar la expansión. El ingreso de nuevos actores en los últimos años de los ’90, entre ellos las empresas de biotecnología, y la apertura del mercado estadounidense –también conseguida por el empresario pionero– llevaron la exportación a más de 500 toneladas en 2002. Para entonces, el precio se encontraba ya en valores similares a los actuales, con una nueva media en torno a poco más de 10 dólares FOB el kilo. Según Capab, la Cámara Argentina de Productores de Arándanos y otros Berries, en 2006, las ventas al exterior superaron las 2500 toneladas y generaron ingresos cercanos a los 30 millones de dólares. La predicción para fines del próximo lustro es que las exportaciones alcancen los 180 millones, siempre en divisas.
Las cifras agregadas, que son de bonanza, ocultan sin embargo algunas debilidades del circuito. Los altos precios iniciales y la predicción de su mantenimiento dieron lugar durante mucho tiempo a un proceso de sobreinversión. Los propios productores integrados auguran que en los próximos años se producirá una fuerte caída de precios por esta razón. Y en estos casos, se sabe, “el mercado” muestra su peor cara: es implacable y arrasa con los productores menos eficientes, en general los más pequeños que entraron tarde al negocio y que en un contexto de agricultura intensiva no pudieron integrarse, sea por crecimiento o por asociación.
En materia de política agropecuaria el “caso arándanos” deja hasta hoy el mismo sabor agridulce que sus frutos. Aunque algunos productores locales se posicionaron en la exportación de un nuevo producto, también se pusieron en evidencia fallas de gobierno. Según detalla la investigación de Gabriel Sánchez, el sector público falló tanto en bajar la información necesaria para que los productores estimen las perspectivas reales de la oferta local en los mercados internacionales, como para acelerar los procesos de aprendizaje en las plantaciones. Adicionalmente, antes que proveer bienes públicos proveyó “males”: desde trabas burocráticas para la importación de plantines de nuevas variedades, al tardío intento legislativo de incentivar la expansión en momentos en que el sector comenzaba a dar muestras de la citada sobreinversión. En pocas palabras, aunque se hayan diversificado exportaciones, la ausencia de una intervención pública eficiente, como la que permitió la fuerte expansión chilena en un contexto de menor rentabilidad, podría pagarse en términos sociales con la salida de productores del circuito.
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