NOTA DE TAPA
› Por Claudio Scaletta
El mundo comienza a incluir los biocombustibles en su matriz energética y la producción agropecuaria y sus precios sienten el impacto. Para Argentina esto significará la agudización de las transformaciones en su producción agropecuaria y potentes efectos en su macroeconomía. La clave es el fuerte aumento en los precios de las commodities agropecuarias, fenómeno que no es sólo coyuntural. La expansión de la economía mundial, con las revoluciones industriales de los más populosos países asiáticos, es una de las causas, pero el diferencial más potente es provocado por el boom de los biocombustibles, una explosión que recién está en sus albores. El uso de combustibles en base a cereales y oleaginosas amenaza con producir una revolución mundial en los precios de los alimentos que podría generar consecuencias insospechadas en la economía global.
De acuerdo con datos del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, ya para 2010 la Unión Europea demandará 24 millones de toneladas de biocombustibles. Su capacidad de producción actual es de 6 millones de toneladas de biodiésel y 1,2 de etanol. No está claro todavía en qué proporciones la brecha será cubierta por la importación del producto terminado o bien de materias primas.
En Estados Unidos la producción de etanol ya alcanzó el nivel de boom. Existen 118 plantas que producen 23 billones de litros y otras 87 en construcción que agregarán 24 billones de litros más. En el caso del biodiésel, la capacidad estadounidense es hoy de 3,3 billones de litros, mientras que las plantas actualmente en construcción sumarán otros 6,4 billones de litros.
China e India son los que hoy ocupan el 3 y 4 lugar mundial en la producción de etanol, pero enfrentan en el corto plazo un déficit en la producción de aceites vegetales.
En este contexto, comienza a configurarse un esquema de división internacional del trabajo en el que América latina jugará un rol clave, tanto como proveedora de insumos como del producto terminado. La región ya es proveedora de materias primas, en tanto que la producción de biocombustibles ya es una realidad comercial en Brasil, y en Argentina se encuentra en rápida transición hacia una escala comercial. Los mercados no serán sólo los de exportación, sino también los domésticos y ambos países se convertirán en polos de la producción mundial.
Con lógica elemental puede preverse que el impacto de la producción de biocombustibles sobre la demanda mundial de materias primas será enorme. La historia del capitalismo enseña, sin embargo, que las respuestas de la producción agraria no son malthusianas (ver aparte) y que –de la mano de la investigación genética y la expansión de las fronteras agrícolas– seguramente existirá una adecuación por el lado de la oferta. No obstante, siguiendo la misma lógica, también puede predecirse que en el corto y mediano plazo se asistirá a la continuidad de las alzas en los precios de las materias primas.
Las estadísticas de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires muestran que en julio de 2005 la tonelada de maíz se vendía a 72 dólares, la de trigo a 109 y la de soja a 178. Las cifras para junio de 2007 son de 124 dólares para el maíz, 141 para el trigo y 203 para la soja. Dicho de otra manera, en los últimos dos años el precio del maíz subió del 72 por ciento en moneda dura, el del trigo el 29 por ciento y el de la soja el 14 por ciento.
Los mercados mundiales indican en tanto que este proceso de alzas no detendrá su fuerza expansiva. El mercado de futuros de la Bolsa de Comercio de Chicago (www.cbot.com) mostraba esta semana proyecciones de aumentos del maíz del 16 por ciento para julio de 2008 y del 23 por ciento para igual mes de 2009. Para la soja el aumento hacia julio de 2008 es del 8 por ciento y sin operaciones para julio de 2009. En trigo, en cambio, los operadores esperan una caída en torno del 5 por ciento dentro de un año. Parece claro que los mercados más calientes son aquellos con demanda para biocombustibles, como lo muestra el comportamiento pasado y futuro del precio del maíz, insumo del etanol.
Argentina ya posee la industria aceitera más competitiva del mundo. Las sinergias de las aceiteras con la producción de biodiésel son totales y prácticamente todas ellas están invirtiendo en biocombustibles. También cuenta con las materias primas disponibles, como soja, girasol, maíz, caña de azúcar y sorgo. A futuro podría sumar como alternativas la colza, ricino, algas, cártamo, jatropha, remolacha azucarera, biomasa forestal y grasas animales. Las posibilidades de expandir la frontera agrícola son significativas, pues hoy el país sólo produce en un tercio de su territorio.
Los efectos sobre la producción y los precios inducidos por la nueva demanda mundial serán muy diferentes según desde dónde se los mire. En el mundo de los agronegocios, la revolución en ciernes provoca no poca excitación. Los precios de los campos, que parecen no encontrar techo, son un preanuncio de la superrentabilidad que se viene. Visto desde la macroeconomía, en cambio, la situación no estará exenta de complicaciones.
Entre la maraña de perpetuas quejas sectoriales, existe un punto de consenso entre los economistas de distintas tendencias: los costos de producir bienes agropecuarios en el mercado local son al menos la mitad que el promedio mundial. Frente a las evoluciones de precios y tipo de cambio de los últimos años esto tuvo dos consecuencias que en la jerga económica se catalogan como de flujo y de stock. La primera fueron los mayores ingresos para los productores agropecuarios. La segunda, un efecto riqueza “puro” por la revaluación de parte del capital sectorial: la tierra.
Este proceso se reforzó porque la última restauración de un “tipo de cambio competitivo” (devaluación de salida de la convertibilidad) coincidió con el inicio de la expansión de los precios internacionales de las commodities. La nueva situación reforzó la reaparición, aunque aggiornada, de los viejos dilemas de la economía local. El país exporta en buena medida los bienes que consume. Exportar alimentos es exportar los bienes de la canasta salarial, lo que supone las consabidas tensiones inflacionarias o, valga el neologismo, “socioinflacionarias”. Las retenciones a las exportaciones fueron el mecanismo histórico, y macroeconómicamente virtuoso, con el que se intentó mitigar estas tensiones, aunque lejos estuvieron de abortar la superrentabilidad agraria. El boom de los biocombustibles y la esperada continuidad del aumento de cereales y oleaginosas –y por lo tanto de muchos otros derivados de la canasta alimentaria/salarial, como carnes y lácteos– son un augurio de la profundización de estas tensiones. Así como el mundo de los agronegocios se prepara para la fiesta del porvenir, también el sector público deberá evaluar las políticas a seguir frente a la profundización de las contradicciones básicas del modelo económico.
Frente a la inevitable tendencia al agotamiento del petróleo, la emergencia de los biocombustibles como contribución a la matriz energética mundial fue recibida con sumo optimismo por el mundo de los agronegocios. En tanto, y a pesar de ser vendidos como una alternativa “verde”, muchos ecologistas los recibieron como una nueva amenaza a la biodiversidad y a la denominada “soberanía alimentaria”, pensamiento azuzado por el rol estratégico que Estados Unidos decidió otorgarle a la cuestión en el contexto de sus conflictos con el mundo.
Sin dudas, el uso de los recursos agrarios para producir combustibles significará una muy potente inyección a la demanda que provocará una reconfiguración del mundo agrario. El primer dato es que esta mayor demanda será una competencia directa con el destino tradicional de la producción agropecuaria: la alimentación. Algo de esto vieron ya los consumidores mexicanos que tienen la tortilla de maíz en la base de su alimentación.
Pero aunque esta competencia es innegable, el razonamiento tiene mucho de malthusiano: creer que la producción agraria no puede crecer más allá de cierta velocidad, un dato sucesivamente negado por la historia del capitalismo, con sus revoluciones de los agroquímicos, primero, y de la genética después. Por otra parte, la afirmación contiene otro presupuesto fuerte, que el problema del hambre en el mundo responde a la escasez en la producción. El dato, según las estadísticas, es inexacto. La cantidad de alimentos producidos en el mundo multiplica los requerimientos alimentarios. El hambre, entonces, no es un problema de escasez, sino de distribución. En este sentido, el pensamiento supuestamente crítico tiene mucho de conservador.
Hoy, las multinacionales semilleras destinan ingentes recursos al desarrollo de nuevos cultivos ricos en aceites y que pueden crecer en climas y regiones adversos para las producciones tradicionales. Pero los efectos de estas investigaciones se verán en el futuro. En la primera etapa, como ya sucede, los biocombustibles se producirán con cultivos tradicionales: maíz, soja, caña de azúcar. Esto tendrá efectos predecibles en la demanda de estos productos, en sus precios y en su producción. Los mayores precios de los alimentos no agudizarán el problema de escasez, sino el de distribución. Y el efecto inmediato será una aceleración de las tendencias actuales del capitalismo agrario, las positivas y las negativas.
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