NOTA DE TAPA
› Por Roberto Navarro
Dos náufragos llegan a una isla; el primer día uno come dos pescados y el otro nada: la estadística dirá que comieron uno per capita. El viejo chiste de los analistas de cifras de la economía cabe para el 8,5 por ciento de desempleo que anunció el Indec la semana pasada. En ese promedio se mezclan diversas realidades que disfrutan y sufren los trabajadores. La desocupación entre los empleados registrados es inferior al 3 por ciento, y entre los que están en negro el índice supera el 15 por ciento. En profesiones como analistas de sistemas, ingenieros en software, electrónicos, navales y muchas otras especialidades hay pleno empleo. Es más, existe una cada vez mayor demanda insatisfecha que se refleja, por ejemplo, en que en 2006 entre la Universidad de Buenos Aires y la Tecnológica se recibieron 950 ingenieros y sólo Repsol requirió 500. La contracara son el 10 por ciento de subocupados, un 40 por ciento de trabajadores en negro y casi dos millones de personas registradas como ocupadas y que son cartoneros, limpiavidrios o mendigos, entre otros conchabos indigentes.
La informática está cada vez más presente en todos los sistemas de producción. Desde operadores, pasando por administradores de redes, ingenieros en sistemas y hasta analistas tester son cada vez más necesarios no sólo en las grandes compañías sino también en cualquier empresa que ambicione aumentar su competitividad por pequeña que sea. Estos especialistas, que se forman en academias, escuelas técnicas y universidades, son muchísimos menos de los necesarios. Según la cámara que agrupa a las empresas de computación, en 2006 se recibieron 2590 especialistas en el tema y las empresas demandaron cubrir 5207 puestos. La estimación para este año amplía aún más la brecha.
El fenómeno se repite en otras especialidades tecnológicas. En 2006, en la Universidad de Buenos Aires se recibieron sólo 350 ingenieros entre especialistas en sistemas, electrónica, industriales, electricidad, ingenieros civiles, químicos, navales y textiles. Y en 2007 sólo el 13 por ciento de los inscriptos eligió estas carreras. Entre 2003, año en que comenzó la recuperación económica, y 2007, la inscripción en ingeniería en la UBA se redujo a la mitad. Un caso similar se repite en la Universidad Tecnológica Nacional, en la que en 2006 se recibieron 600 ingenieros, la mitad de ellos especialistas en sistemas de computación.
La falta de profesionales y el constante crecimiento económico está creando cuellos de botella en recursos humanos en varios sectores. Según datos del Indec, el 50 por ciento de las empresas de elaboración de molienda, alimentos preparados para animales y alimentos que buscaron personal en el primer trimestre de este año no lo consiguió o no logró satisfacer por completo su demanda. También el 40 por ciento de las compañías que producen metales comunes fracasó en su intento por conseguir el personal deseado. En tercer término, los fabricantes de artículos de cuero que salieron a buscar personal encontraron uno de cada tres empleados que necesitaban. En mayor o menor medida el fenómeno se está difundiendo a la mayoría de los sectores productivos e incluso al comercio.
Un estudio realizado por el Conicet sobre la escasa inclinación de los jóvenes por las carreras duras indica que “en las últimas dos décadas ha habido un relajación de la cultura del trabajo, provocada por la alta desocupación y los bajos salarios”. Y agrega: “esta baja propensión al esfuerzo choca con que la duración de una carrera técnica es de seis años y una de ingeniería es cómo mínimo de otros seis. A la vez, los jóvenes no se sienten seguros de que al finalizar sus estudios seguirá existiendo la actual oferta laboral ni a qué nivel de salarios será recompensado lo que ellos consideran un gran esfuerzo”, explica el informe.
La demanda insatisfecha no se limita a técnicos e ingenieros. Lo mismo ocurre con algunos oficios, como matricero, tornero o fresador, por citar algunos ejemplos. Miles de pequeñas y medianas empresas, en general proveedoras de grandes compañías, que habían cerrado sus puertas en los ’90 debido a la competencia de insumos importados, volvieron a abrir y se encontraron que sus antiguos empleados ya no estaban disponibles. La Cámara de la Industria de San Martín elaboró una interesante investigación en la que da cuenta de hechos tan infrecuentes como el de que varias empresas compartan un fresador o que se contraten a personas ya hace muchos años jubiladas para formar a jóvenes sin experiencia. Según el informe, sólo en ese partido faltan más de tres mil trabajadores especializados en distintos oficios.
El grado de desarrollo de una economía se define en gran medida por el nivel del valor agregado de los bienes y servicios que produce. Por eso la evolución del sector de software y servicios informáticos es de fundamental importancia en esta instancia de crecimiento económico. En la actualidad, esta industria tiene 37 mil empleados (más que el sector automotriz o el farmacéutico) y contribuye con el 1,2 por ciento al PIB nacional, lo que significa que está entre los veinte sectores más importantes de la economía. Es justamente en este sector en el que se plantea el mayor cuello de botella en materia de recursos humanos. El crecimiento es impresionante. Según cifras de la cámara sectorial, en la actualidad trabajan 8367 programadores y en 2007 se necesitan 3918 más; hay trabajando 2407 analistas de sistemas y se requieren sólo para este año 1027 más. Muchas empresas están contratando a estudiantes que aún cursan la mitad de sus carreras.
Dentro del 8,5 por ciento de desocupados también conviven realidades mucho menos agradables. Según un estudio realizado por el equipo de la Universidad Católica Argentina, a cargo del sociólogo Agustín Salvia, dentro de las 14,5 millones de personas que el Indec cuenta como ocupadas se encuentran cartoneros, trabajadoras sexuales, vendedores ambulantes, traficantes de objetos robados y droga y hasta mendigos, que al momento de ser encuestados contestan que están trabajando. En la actualidad el total de estos trabajadores, calificados por la Organización Mundial del Trabajo como indigentes, alcanza casi a 2 millones. Estos se suman al 10 por ciento de subocupados y al 40 por ciento de trabajadores en negro para constituir un enorme universo de precarización laboral. Todos ellos, los perdedores del sistema, conviven en ese mismo índice que elabora el Indec con esos muchachos que en tercer año de ingeniería informática ya son buscados para ganar 3000 o 4000 pesos mensuales. Desde 2002 se crearon tres millones de puestos de trabajo y así se llegó a la tasa de desocupación del 8,5 por ciento. La cuestión es, como en el caso del náufrago que no comió, quién les explica a los perdedores que es una buena noticia.
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