Dom 16.09.2007
cash

POLITICAS DE PRECIOS EN LOS MERCADOS HORTICOLAS

Riesgos de la sintonía fina

Las políticas de precios, en particular tras las distorsiones inducidas en los indicadores oficiales, se convirtieron en el flanco débil del Gobierno.

› Por Claudio Scaletta

La disparada en el precio de las hortalizas continuó esta semana. Una explicación recurrente se encuentra en la posible ineficiencia de los controles y subsidios tal cual fueron empleados hasta ahora. Subsidiar a los supermercados, por ejemplo y como se anunció esta semana con la papa, no resiste más análisis que el de la lógica de subordinar la política de precios a las necesidades de cortísimo plazo en la construcción de la canasta del IPC. Sin embargo, como no dudaría en afirmar cualquier economista del mainstream, “meterle mano al mercado” es tarea delicada, una sintonía fina que requiere mucho arte e información. Las intervenciones improvisadas pueden traer daños colaterales. A veces será mejor el remedio que la enfermedad. A veces no. Un segundo factor contribuye a sumar confusión: las políticas de precios, en particular tras las distorsiones inducidas en los indicadores oficiales, se convirtieron en el flanco débil del Gobierno y los críticos hacen cola para pegar; es fácil y es gratis.

Las intervenciones improvisadas pueden traer daños colaterales. Foto: Leandro Teysseire

Ante la potencial confusión puede resultar útil barajar y dar de nuevo, volver al principio. Frente a una política de tipo de cambio competitivo en un contexto de estabilidad macroeconómica las decisiones microeconómicas esperables de las empresas o productores son la readecuación de la oferta a la exportación, más aun cuando el mercado interno se encontraba resentido, como en los primeros años de la post convertibilidad. Esta realidad, palpable en todas las ramas productivas, también operó en los mercados frutihortícolas, donde los productos que vivieron un mayor desarrollo fueron los orientados al mercado externo, quedando el interno como plan B para las mercancías de menor calidad.

Otro dato es que a diferencia por ejemplo de las frutas, muchas producciones hortícolas tienen ciclos productivos muy cortos, a veces de pocos meses. Ciclos cortos significan la posibilidad de una rápida adecuación a las señales de precios: esta semana, por ejemplo, en algunos supermercados porteños la lechuga se vendía por debajo de los 2 pesos (1,80 en uno chequeado por Cash) luego de haber superado los 10 pesos apenas pocos meses atrás. Sí, es verdad, “en la verdulería de a la vuelta” quizá esté más cara, pero son sólo inercias bien aprovechadas. Lo que pudo verse en el mercado de la lechuga fue una rápida adecuación de la oferta en respuesta a los precios. Qué hubiese pasado si, por las razones que fueren, esta señal no hubiese llegado a los productores primarios: hoy no habría suficiente oferta de lechuga y los precios seguirían en la estratosfera. Y no sólo por obra de los especuladores, que suelen ser como las brujas. Está claro que si esta situación se yuxtapone a los problemas climáticos que a veces padecen las actividades agrícolas se producirá una retroalimentación de las consecuencias.

Volviendo a la papa, el subsidio a la venta final responde a esta lógica: debería permitir que la restricción sobre el precio al consumidor no llegue al productor primario, que es quien finalmente decide qué plantar vis a vis rentabilidades esperadas. Sin embargo, la intermediación de los supermercados no parece ser la más confiable, pues se trata de actores a quienes los productores primarios acusan por los magros precios recibidos. ¿Por qué los elige el Gobierno? Porque son un “agente agregado”: es más fácil subsidiar a grandes supermercados, que son pocos, que a una constelación de oferentes. Vale recordar que no es el primer sector en el que se decide aplicar esta lógica.

Por último, existen dos datos a tener en cuenta. El primero, que algunos críticos, no sin cierta falta de nobleza, evitan recordar, es que estos aumentos en el mercado interno son también el reflejo de un costado saludable: existe una demanda que convalida mayores precios como consecuencia directa del crecimiento económico y los mayores ingresos. Es a partir de este momento cuando la sintonía fina de la política de precios debe evitar provocar restricciones involuntarias en la oferta futura. Parece simple, quizá no lo sea. El segundo dato, complicado para el Gobierno, es el fuerte efecto en materia de “percepción de inflación” que el alza de los productos frescos provoca en la mayoría de la población, algo que ya sucedió en los remotísimos ‘80, en épocas del Plan Austral, de allí la necesidad “macroeconómica” de políticas puntuales.

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