Dom 24.02.2008
cash

EXPORTAR MATERIAS PRIMAS TIENEN UN COSTO OCULTO EN AGUA

Lo que la soja se llevó

En el mundo existe una preocupación creciente por la escasez de agua. Para América latina, el negocio de vender commodities presenta su costado oscuro.

› Por Diego Rubinzal

“Afrontando la escasez” fue el inquietante lema elegido en la última conmemoración de Día Mundial del Agua. Un informe reciente del Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza advirtió acerca de las consecuencias del riego excesivo. Actualmente, se estima que existen alrededor de dos mil millones de personas –en 40 países– que sufren escasez de agua. A la par de las advertencias de los especialistas, se han diseñado hipótesis de eventuales escenarios de conflicto para controlar este recurso natural.

Las organizaciones ambientalistas sudamericanas denuncian que las grandes corporaciones transnacionales intentan dominar las reservas estratégicas de agua en América latina. Cuando Luis D’Elía cortó los alambrados de un campo correntino –propiedad del estadounidense Douglas Tomkinson–, algunos sectores sociales reclamaron una ley que prohíba a los residentes extranjeros comprar tierras asentadas sobre el Acuífero Guaraní.

Más allá de este debate pendiente, lo cierto es que los países europeos y asiáticos (fundamentalmente China) están usufructuando el recurso acuífero sudamericano sin la necesidad de comprar tierras o apelar al uso de tropas. El mecanismo utilizado es la exportación de “agua virtual”. Los especialistas sostienen que aproximadamente el 15 por ciento del agua utilizada en el mundo se termina “exportando”.

El 15 por ciento del agua utilizada se termina exportando. Foto: Télam

Esto ocurre porque cuando se comercializa soja, trigo, carnes o aceites no solamente se venden productos tangibles, sino que también se transfiere el agua que se utilizó para obtenerlos. La cantidad de agua necesaria para producir los alimentos se calcula, en general, en un metro cúbico cada 1000 calorías de origen vegetal, y cinco metros cúbicos para la misma cantidad pero de origen animal. Por ejemplo, para producir un kilo de soja se necesitan 2100 litros de agua; para un kilo de pollo, 2800 litros; para uno de cerdo, 5900 litros, y para un vacuno, 16.000 litros.

En su trabajo “Agua virtual, agronegocio sojero y cuestiones económico-ambientales” (Realidad Económica N° 223), el ingeniero agrónomo Walter Pengue señala que “en la campaña sojera 2004/2005, de 38,3 millones de toneladas, Argentina exportó gratuitamente más de 42.500 millones de metros cúbicos de agua”. Por lo tanto, si bien la Argentina está obteniendo importantes divisas por las exportaciones derivadas de su producción primaria (ya sea en forma bruta o industrializada), no se están contabilizando los costos que este esquema trae asociado.

Los especialistas sostienen que la agricultura consume aproximadamente el 70 por ciento del total de agua dulce utilizada. En el caso de la Argentina, ya existen 1.300.000 hectáreas que utilizan el riego artificial. Pengue afirma: “El principal porcentaje de maquinaria y equipo para riego no se ubica, como podría pensarse, en las áreas con mayores limitaciones hídricas (por ejemplo, el Noreste o el Noroeste argentino) sino en la región pampeana, donde los cultivos de la agricultura industrial demandan agua de manera más intensiva”.

Los especialistas –consultados por Cash– advierten que el incremento en el uso del agua aumenta los riesgos de salinización y degradación del suelo, lavado de nutrientes y contaminación. Esto puede derivar en una reducción futura de las áreas de producción agrícola y en un agotamiento de la disponibilidad de los recursos hídricos. En este sentido, el Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza señala que las variedades de cultivo industrial están creciendo velozmente y dan mayor rendimiento con abundante riego. Pero los buenos resultados agrícolas tienen su contracara: en muchas zonas han causado falta de agua y daños en los ecosistemas y –según el organismo ambiental– eso causará, en el futuro, peores sequías.

Mientras los países exportadores corren el riesgo de comprometer sus reservas acuíferas por su uso intensivo, las naciones importadoras se ahorran el gasto de agua. En los últimos años, el flujo transfronterizo de agua virtual ha venido creciendo a un ritmo sostenido. Según la FAO, mientras que en 1961 apenas se vendían 450 kilómetros cúbicos de agua “virtual”, en el 2000 la exportación había aumentado hasta los 1340 kilómetros cúbicos.

Pengue advierte que “la sobreexplotación y subvaluación de recursos como los nutrientes exportados, y ahora la de agua virtual, no reconocida aún por los traders compradores, amerita identificar si este modelo de crecimiento sesgado hacia uno o dos cultivos para la Argentina (soja y maíz) no pone, por un lado, en peligro la estabilidad estructural agropecuaria y, por el otro, la estabilidad ambiental y la seguridad alimentaria nacional en el mediano plazo”. Pensar un modelo sustentable más allá de la coyuntura parece ser el tema a resolver.

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