Dom 30.03.2008
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BUENA MONEDA

La cuerda

› Por Alfredo Zaiat

Tienen la virtud de estar siempre en segundo plano. Se deslizan a través de la historia con una discreción increíble pese al lugar central que ocupan en la cadena de comercialización. Se encuentran en el nudo principal del sistema alimentario del planeta. Son unas pocas compañías, poderosas e influyentes. Fieles a la estrategia de pasar desapercibidas, han estado ausentes en debates, gritos y protestas en el piquete verde. Las multinacionales exportadoras de granos y subproductos son un eslabón clave de la cadena agroindustrial. Como si las recubriese un manto de santidad, los productores no apuntaron a esas compañías que se quedan con parte importante de la renta de la actividad del sector, colaborando en esa evidente política de invisibilidad. El pequeño y mediano productor agropecuario es exprimido en el recorrido flete-acopiador-exportador por esos gigantes de la intermediación entre la producción y el consumidor mundial de cereales y oleaginosas. El Estado cobra las retenciones a los exportadores, no a los productores. Y esas grandes compañías trasladan ese tributo más otros gastos, con cifras no siempre muy confiables, a la primera ficha de ese circuito. Definen de ese modo el precio neto que recibe el productor. Apenas tres gigantes mundiales concentran del 45 al 50 por ciento de los despachos al exterior de la cosecha argentina: Cargill, Bunge y Dreyfus.

En el libro Los traficantes de Granos. La historia secreta del pulpo mundial de los cereales: Cargill, Bunge, André, Continental y Louis Dreyfus, publicado en 1979, un periodista del Washington Post, graduado en Harvard, Dan Morgan, investigó las prácticas y las facetas ocultas de los grandes trusts cerealeros. En la introducción explica que el comercio de granos “es comparable al del petróleo y al de armas, por su volumen y su influencia sobre las relaciones internacionales y sobre el bienestar de la humanidad”. Son apasionantes las historias familiares de esas compañías, los vínculos con el poder político y la relación con el productor de la materia prima de su actividad que describe Morgan en su obra. En uno de los capítulos resulta ilustrativa la descripción que presenta de la relación de Bunge con el agricultor a comienzos del siglo pasado. Aunque la situación actual ha cambiado apenas un poco, en lugar de trigo es soja y existen otros agentes en el negocio, Morgan hace referencia a que Bunge “vinculaba a la Argentina con la economía triguera mundial; y cuando había ganancias, los agricultores eran por lo general los últimos en recibirlas”. Apunta que en el país se decía que “Bunge da el crédito al agricultor, le vende la semilla y le compra el grano. Y cuando las cosechas se han levantado, Bunge le vende al agricultor la cuerda para que se ahorque”. Morgan concluye que “este comentario exagera muy poco el poder de los exportadores de granos”.

Con retenciones a las exportaciones o sin ese impuesto, hoy una de las claves de cómo se distribuye la extraordinaria renta del complejo agrícola se encuentra en las inadvertidas multinacionales de la exportación de granos. Al respecto, un documento del Grupo de Reflexión Rural es esclarecedor al señalar que “es paradójico que, cuando los representantes del campo protestan, lo hacen contra el Estado que aplica las retenciones y no contra las corporaciones que, en nombre del Estado y abusando de su rol en la cadena de comercialización, las socializan con ellos”. Luego resaltan que “abrevando en obsoletos criterios antiestatistas de entraña liberal, hacen causa común con los mismos finales de la cadena que los abusan e invisibilizan, o sea con ADM (Archer Daniels Midland), con Bunge, con Dreyfus, con Cargill”. Como a comienzos del siglo pasado, “la dependencia que sienten hacia las corporaciones es tan grande que siendo sus víctimas, prefieren operar como cómplices y acusar al Estado”, explica el Grupo de Reflexión Rural.

En el actual conflicto con el campo, los grandes exportadores no fueron los únicos que quedaron fuera del foco de la protesta. Por esas raras alquimias políticas o mediáticas, o por complicidad de los líderes del lockout patronal, otros importantes actores que también concentran gran parte de la renta agropecuaria han quedado ocultos detrás del piquete de pequeños y medianos productores. Esos integrantes del negocio agrario pasaron a ser parte de la actividad con la nueva organización productiva a partir de los transgénicos y la siembra directa. Son las transnacionales proveedoras de insumos de base científica y sus centros de servicio (Monsanto, Syngenta, Bayer, Hoesch), la red de semilleros locales (por ejemplo, Don Mario), los fabricantes de fertilizantes (Profertil y Petrobras), los grupos empresarios locales (por caso, Los Grobo, El Tejar) y los contratistas, que son proveedores de servicios que se mueven a lo largo de todo el territorio. Todos ellos integran el sistema de la explotación de la tierra y su posterior distribución de la renta, con lógicas productivas diferentes a las que tradicionalmente se hacían en el campo. Actualmente, se puede encarar el negocio como una inversión inmobiliaria con la compra de campos para su alquiler posterior. También como una inversión financiera en la que participan los denominados pools de siembra o como reserva de valor al destinar una porción del capital para la compra de un campo como un ahorro. Esos esquemas de negocios son ajenos a los conocidos por el campo tradicional, que terminan descolocando y luego desplazando a los pequeños y medianos productores.

Con los ánimos no tan inflamados, el Gobierno tiene que dar cuenta de esa realidad, abandonando la cómoda posición de tratar sólo con los poderosos con la falsa idea –como se probó en estos días– de que así puede controlar mercados sensibles. A la vez, este conflicto puede servir al pequeño y mediano productor para tomar conciencia de sus propios intereses e identificar con más claridad quiénes son, en realidad, los agentes del propio sector que los están exprimiendo. También para poder romper la cuerda.

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