CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
El agravamiento de la crisis alimentaria mundial ha reavivado las objeciones al desarrollo de los biocombustibles, que es señalado como una de las causas centrales del encarecimiento de las materias primas porque implica una fuerte demanda adicional que eleva en forma directa los precios de los cultivos que se usan como insumo (por ejemplo el maíz que se usa para producir etanol y la soja para biodiésel), y que en general empuja hacia arriba el precio de toda la producción agropecuaria porque esa nueva demanda enfrenta una cantidad finita de tierra.
Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional fueron algunas de las instituciones que se hicieron escuchar en los últimos días. El presidente del BM, Robert Zoellick, dijo en rueda de prensa que “mientras los estadounidenses se preocupan por lo que cuesta llenar el tanque de nafta, hay gente que tiene problemas para llenar el estómago”, y sugirió que se evalúe la postergación de las fechas en que en Europa y Estados Unidos comience a ser obligatorio mezclar nafta con etanol y gasoil con biodiésel. En igual sentido se pronunció el influyente economista Paul Krugman, que en su última columna de The New York Times escribió que “se necesita dar marcha atrás con los biocombustibles, que han demostrado haber sido una terrible equivocación”. En la Argentina el negocio de los biocombustibles está creciendo a ritmo muy acelerado, al punto de que con las fábricas ya terminadas o en construcción se supera holgadamente las necesidades para el mercado interno que surgen de la ley 26.093, que establece la obligatoriedad de mezclar a partir de 2010 un mínimo de 5 por ciento de etanol en la nafta e igual porcentaje de biodiésel en el gasoil. La abundancia de soja determinó que haya mucha más inversión en biodiésel que en etanol, que en su mayoría es o va a ser elaborado en base a caña de azúcar.
Hay un aspecto fundamental de la lógica del biodiesel en la Argentina que es muy poco conocido. Hoy por hoy es un negocio rentable porque la exportación de biodiésel paga menos retenciones que la exportación del aceite de soja. Hasta el polémico anuncio del pasado 11 de marzo, el biocombustible pagaba 5 por ciento y el aceite arriba de 30, con lo cual en lugar de exportar aceite de soja convenía transformarlo (sin demasiado valor agregado) en biodiésel y ahorrarse los casi 30 puntos de la diferencia impositiva. El nuevo esquema aumentó el derecho de exportación para los biocombustibles al 20 por ciento, que de todas maneras se sigue manteniendo bien por debajo de la franja en que se está moviendo la retención para el aceite de soja. En otras palabras, es el subsidio implícito (lo que deja de recaudar el Estado) lo que le brinda viabilidad a un negocio que no aporta mucho valor ni tampoco divisas, ya que el insumo se exportaría de todas maneras a un precio bastante parecido.
Si a lo anterior se agrega los problemas derivados de la excesiva sojización de la tierra, cobra relevancia prestar atención a alternativas que “ofrecen posibilidades muy superiores”, tal como señalan Jorge Schvarzer y Andrés Tavosnanska en un estudio titulado Biocombustibles: expansión de una industria naciente y posibilidades para la Argentina. Los investigadores del Cespa (Centro de Estudios de la Situación y Perspectivas de la Argentina) sostienen que “puede esperarse que la producción actual se vea reemplazada en poco tiempo por otras fuentes energéticas que hoy son escasamente utilizadas. Las posibilidades de la celulosa o la jatrofa, por ejemplo, o las que ofrecen la cría de algas, tienen mayor eficiencia energética, menor presión sobre la oferta de alimentos y sobre el recurso suelo”. La jatrofa es una oleaginosa que rinde el triple de aceite por hectárea que la soja, y con la ventaja de que es apta para suelos áridos.
En el caso de la jatrofa hay varios emprendimientos chicos en estado embrionario, pero en cuanto a la fabricación de biodiésel con algas, la empresa argentina Oil Fox terminará –según informó a esta columna uno de sus dueños, Jorge Kaloustian– una planta en San Nicolás donde con las algas que se cultivan en piletas ubicadas en esa ciudad y en la provincia de Santa Fe elaborará 60.000 toneladas por año de biodiésel. Ya tienen vendida la producción de los próximos cinco años. Y acaban de asociarse con capitales coreanos para instalar una segunda planta con capacidad para producir el séxtuple, lo que la convertiría en la más grande del país. Además de no utilizar el recurso tierra, las algas se nutren del dióxido de carbono que provoca el calentamiento del planeta.
Es un ejemplo de una iniciativa privada sin promoción del Estado. Pero como señalan Schvarzer y Tavosnanska, “es posible que alguna pueda surgir espontáneamente, impulsada por las condiciones de mercado, pero lo más probable es que esas iniciativas dependan, en gran medida, de la capacidad oficial de señalar un rumbo, sea a través de actividades de investigación, o de apoyos y subsidios a las que resulten más apropiadas”.
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