INFORME ESPECIAL
El alza de precios amenaza con frenar las mejoras sociales conseguidas desde 2003. La falta de un instrumento creíble de medición no sólo provoca la pérdida de legitimidad de los números oficiales, sino que habilita cálculos privados con dudosa metodología. Sobre la base del desabastecimiento provocado por el piquete verde, los precios se dispararon. En particular, los de los alimentos.
› Por Claudio Scaletta
¡El 20, 30, 40 por ciento anual! ¿Quién da más? La rotura del termómetro del Indec descontroló las estimaciones privadas y también las expectativas inflacionarias. El desabastecimiento del que se jactaron los propietarios y arrendatarios rurales llovió sobre mojado. Los relevamientos privados de precios muestran índices cada vez más altos, y el oficial se torna exótico. Los mayores precios amenazan con frenar las mejoras sociales conseguidas desde 2003. En el tumulto, la ortodoxia abandonó la timidez en que la sumió el desbarranco de los ‘90 y, sacudiéndose la modorra, vuelve a reclamar la receta recesiva de matar al paciente.
Las mediciones del IPC-Indec nunca fueron absolutamente creíbles. Para el ciudadano común siempre existió una sensación térmica diferencial relacionada con la naturaleza de sus consumos, los que matemáticamente pueden diferir del promedio de una canasta de referencia. Sin embargo, con sus defectos, la medición del Indec sobre la inflación cumplió durante décadas su función referencial. En el último año, por razones difíciles de comprender desde la lógica económica, no solo se afectó la sensación térmica, sino que se rompió el termómetro. Sin dudas no puede achacarse al funcionamiento del termómetro el comportamiento de la temperatura, pero la analogía con la física termina aquí.
La inflación es un dato endógeno al actual modelo económico. Las causas reales son múltiples, desde la continuidad de los ajustes de los precios relativos luego de la devaluación, precios dentro de los cuales se encuentran los salarios y la puja distributiva, hasta las tensiones de demanda de una economía en fuerte crecimiento. También suman los factores exógenos, como el aumento de los precios internacionales de los commodities y la depreciación del dólar en relación con otras monedas. En otras palabras, existe una inflación “inmanente” al modelo que se suma a la internacional.
La falta de un instrumento creíble de medición no solo provoca la pérdida de legitimidad de los números oficiales, sino que habilita un sinfín de cálculos privados que, a veces con dudosa metodología, señalan una inflación anual que para 2008 duplicaría y hasta triplicaría a la oficial. La falta de termómetro se traduce entonces en un grave deterioro de las expectativas. Y como la historia argentina de la preconvertibilidad y parte de la literatura económica demuestran, las expectativas pueden ser un componente inflacionario tan importante como las causas “reales”.
Cuando hay expectativas de inflación el comportamiento de la mayoría de los comerciantes es “remarcar por las dudas”. Se pone en marcha una carrera de resultado conocido: los comerciantes ganan, los salarios pierden y la macroeconomía se deteriora.
El lockout agropecuario no se produjo en cualquier escenario, sino en el descripto. Sobre la base del desabastecimiento provocado por el piquete verde los precios se dispararon. En particular, los de los alimentos. Dado que la demanda de estos productos es inelástica respecto de los precios (los consumidores no pueden reemplazar a los alimentos básicos por otros bienes) y que el poder adquisitivo de la población es más alto luego de más de un lustro de crecimiento, la demanda convalidó los aumentos. Se concreta la máxima económica de “la inflexibilidad de los precios a la baja”.
Los precios se encontrarían hoy –no existen mediciones que permitan abandonar el condicional– un escalón más arriba de lo previsto (ver aparte). La transferencia de recursos en detrimento de los sectores asalariados, en particular de los menos formales, podría ser muy superior a la potencial mejora en la distribución lograda por las mayores retenciones. En consecuencia, y al margen de los desprestigiados números oficiales, es bastante probable que en lo que va del año se haya producido un alarmante corrimiento de las líneas de pobreza e indigencia (ver aparte).
No obstante, cuando la inflación se acelera los únicos afectados no son los asalariados. Para las empresas no comerciales, aunque puedan negociar mejor las demandas salariales, también aumentan los costos de los insumos. Con un dólar anclado en los niveles actuales y costos crecientes, se acelera también la erosión del diferencial de competitividad cambiaria del modelo, un dato que puede ser grave para muchas economías regionales, como no tardarán en enterarse los agricultores pymes que apostaron al desabastecimiento. No es una pérdida de competitividad por mayores salarios, pues por la propia lógica de las renegociaciones éstos quedan siempre un paso atrás.
La solución tampoco sería tan fácil como devaluar, pues no es lo mismo la velocidad de reajuste de precios posterior a una devaluación durante un período de recesión profunda, como fines de 2001, que en uno de expansión, como el actual.
Aunque el régimen de convertibilidad significó una impasse, la de “inflacionólogo” fue una de las especializaciones de los economistas locales. Muchos de ellos remozaron sus escritos y vuelven a iluminar con sus recetas. En algunos casos los aportes huelen a naftalina.
Desde las corrientes más conservadoras (neoclásicas, neoliberales) no parecen presentarse mayores desafíos. La misma receta simple se aplica siempre para todo. Por el lado de la demanda el Gobierno gasta mucho a la vez que expande la cantidad de dinero, no importa cuán verdadero sea esto. Por el lado de la oferta cualquier señal de falta de sumisión al capital, incluso de estilo, desalienta la inversión e impide que la oferta acompañe a la demanda. El menú se completa con la crítica a la velocidad de expansión del PIB, el que debe frenarse con restricción monetaria y mayores tasas de interés, el momento del negocio que los capitales financieros siempre esperan. Se evidencia el carácter ahistórico y universal de la receta, que podría aplicarse a cualquier economía en casi cualquier momento de la historia del capitalismo.
El investigador del Cespa Jorge Schvarzer da un paso más en la crítica. Sostiene que en realidad no existe tal cosa como “una receta ortodoxa para combatir la inflación”. Afirma, primero, que no hay déficit fiscal y que la actual emisión es sólo pasiva para acompañar el crecimiento del Producto. También para seguir de atrás los aumentos de precios a fin de evitar que la falta de circulante frene la economía. La intervención monetaria, agrega, solo se realiza para adquirir dólares. No están aquí las causas de la inflación, sostiene. “Actualmente el Producto crece en torno del 9 por ciento. Si se hiciese caso a quienes afirman que hay que frenar la economía el crecimiento se reduciría, por ejemplo, al 5 por ciento. No hay nada que garantice que esta caída de 4 puntos haga desaparecer las presiones inflacionarias”, describe. “Pero en el ínterin se dejarían de producir 12.000 millones de dólares”, explica. No son recursos de libre disponibilidad, pero para tener idea de la magnitud de la pérdida se trata de una masa de recursos suficiente para duplicar el ingreso del 25 por ciento más pobre de la población.
Schvartzer niega también el argumento de que los aumentos de precios respondan a problemas de oferta. “La economía local es abierta, lo que no se produce se puede importar”, indica. Pero además, la inversión productiva alcanzó en 2007 los niveles más elevados de su historia y eso se verifica, en especial, en el rubro de equipo durable. “La cifra actual de inversión no sólo es muy alta, sino que se ubica en un lugar preferencial en el ranking mundial y apenas por debajo de algunos casos exitosos del sudeste asiático”, ilustra.
Para el economista, la aceleración inflacionaria actual es de expectativas y de costos. La receta más viable para combatirla es solucionar el problema del Indec para reencauzar las expectativas y negociar precios con las cámaras empresarias y sindicatos. “Cuando un presidente no funciona no se piensa en abandonar el sistema presidencial, sino en elegir otro presidente”, resume. “No se puede evitar que el control de precios sea irritante, pero si además de irritar a todos los sectores no se combate la inflación evidentemente hay algo que no está funcionando”, concluye.
El docente de la UBA e investigador del Cenda Axel Kicillof sostiene que “la inflación es mundial”. “No es exagerado decir que estamos en una situación similar a la vivida a principios de los ‘70 con la crisis del petróleo”. En 2007 los precios de los alimentos crecieron, de acuerdo con datos de la ONU, más del 45 por ciento y el petróleo no deja de batir sus propios records. Es prácticamente imposible evitar que estos movimientos se cuelen en la economía local. De lo que se trata, aconseja Kicillof, es de establecer las barreras adecuadas, vía “retenciones, cupos y prohibiciones” a las exportaciones y en asumir que la política cambiaria no es per se una política de desarrollo.
Para el especialista también urge no solo recuperar el Indec sino “desarrollar una oficina de control de precios más rígida”, que no se limite a acordar con los más grandes porque resulta más sencillo, sino “que avance en análisis más integrales de los circuitos productivos”. Al mismo tiempo, esta información resultará útil para decidir el destino y objetivos de los subsidios y determinar los sectores favorecidos.
En cuanto a la inversión, Kicillof considera que “el mercado”, al concentrarse, por ejemplo, en rubros como la producción sojera, demostró que no es un asignador eficiente de recursos. “La guía estatal es imprescindible. Es el camino que siguieron todas las economías de desarrollo reciente, como Japón, Corea o China”, concluye.
Algunos economistas que pregonan la receta ortodoxa de frenar la inflación frenando la fase ascendente del ciclo económico con mayores tasas de interés lo hacen escudándose en un presunto consejo keynesiano. Sin embargo no es esto lo que surge de la obra del economista inglés. En el capítulo 22 de La teoría general puede leerse, por el contrario, que “el remedio para el auge no es una tasa más alta de interés, sino una más baja, porque ésta puede hacer que perdure el llamado auge. El remedio correcto para el ciclo económico no puede encontrarse en evitar los auges y conservarnos así en semidepresiones permanentes, sino en evitar las depresiones y conservarnos de este modo en un cuasiauge continuo”. Para despejar dudas Keynes agrega “un aumento de la tasa de interés como alivio para el estado de cosas derivado de un prolongado período de inversiones anormalmente fuertes, pertenece a esa clase de remedios que curan la enfermedad matando al paciente”.
Los 21 días de cortes de ruta de los piqueteros rurales cayeron como nafta sobre el incendio. En especial sobre la evolución de los precios de los alimentos. A ello se sumó una contracción de la producción en las actividades dependientes de insumos agropecuarios, con trabajadores cesantes. En conjunto, los fuertes aumentos de precios más la escasez de algunos productos afectó la esquiva “confianza de los consumidores”, que según el Centro de Investigaciones en Finanzas de la UTDT tocó su piso de los últimos cinco años. Este dato se encuentra en la base de las revaluadas expectativas de inflación que ya se encuentran muy por encima del 30 por ciento anual.
De acuerdo con la consultora Ecolatina, las ventas minoristas habrían mostrado en marzo una caída del 4,3 por ciento. La consultora, que desde que se intensificaron las clases de dibujo en el Indec comenzó a realizar su propio relevamientos de precios, sostuvo también que la inflación del tercer mes del año fue del 3,2 por ciento, impulsada por la suba de los alimentos que, vale aclarar, ya venía intensificándose con anterioridad a los piquetes verdes. Pero como suele suceder con los procesos económicos, la preocupación es el arrastre inflacionario que la escasez y su lenta recomposición dejaron para abril. La estimación del arrastre es una adición de 1,5 puntos sobre la inflación de base.
La aceleración de la inflación amenaza con poner en jaque los logros sociales obtenidos en los últimos años. El economista Ernesto Kritz, director de SEL Consultores, destacó a Cash la existencia de una disminución de la desigualdad por aumento de ingresos en pesos, en particular en el decil más bajo, pero con un paradójico aumento de la pobreza. Luego de aclarar que en su trabajo se vio obligado a desarrollar indicadores propios, explicó que si los datos de pobreza difundidos por el Indec, que para el primer semestre de 2007 eran del 23,4 por ciento, se ajustan por los precios relevados en forma independiente, el número salta a 28,3 por ciento. Casi 5 puntos más o 1,7 millón de pobres por sobre los oficialmente medidos.
Sin embargo al mismo tiempo creció el empleo junto con el Indice de Salarios y los aportes al Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones, lo que además se tradujo en caída de la desigualdad, pues el decil en el que más se recuperaron los ingresos fue en el inferior. Si se toma este crecimiento junto con la inflación según el Indec puede estimarse que durante el segundo semestre de 2007 la pobreza habría bajado al 22,4 por ciento.
La clave de la divergencia se encuentra, por supuesto, en la valuación de la canasta básica de alimentos. Siempre en el segundo semestre del año pasado, esta canasta habría registrado un incremento interanual del 11,1 por ciento según el Indec, pero del 38,3 por ciento según SEL. En cuanto a la Canasta Básica Total, la que determina la línea de pobreza, el valor ajustado por SEL para fines del año pasado alcanza a 1185 pesos contra los 955 del Indec. Con este número la pobreza llega al 30,3 por ciento de la población y la indigencia al 10 por ciento. El dato final es que en 2007 los pobres habrían aumentado en 1,3 millones quebrando la tendencia a la baja iniciada en 2003. “Todo ello mientras los ingresos crecen en pesos, en particular en la base de la pirámide distributiva”, concluyó el investigador.
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