BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
En estos días, con una intensidad mayor que la habitual, el doble estándar en la evaluación de medidas económicas y comportamientos sociales se ha consolidado en la construcción del sentido común. No es una tarea sencilla eludir el bombardeo reduccionista de realidades complejas, más aún en un escenario donde se juega con inusitadas pasiones. En realidad, pese a que trata de ocultarse detrás de mejores o peores marcos de negociación, ese cuadro de ánimos exaltados discute la transferencia de millonarios recursos. En general, la fogosidad del discurso se intensifica en desproporcionadas críticas a tibias e incompletas medidas que implican modestas intervenciones públicas en la reasignación de ingresos entre sectores sociales. Debido a que una reforma tributaria con sesgo progresista no ha sido considerada por la administración kirchnerista, el modo de intervención que ha privilegiado para esa redistribución ha sido el mecanismo de subsidios por varias vías. Con una calificación arbitraria, que tiene que ver con los factores de poder económicos involucrados, se consideran distorsivos algunos y razonables otros. Resulta un saludable ejercicio realizar un rápido recorrido de quiénes se benefician de subsidios no cuestionados por el discurso dominante. Y también es interesante transitar el camino opuesto.
La política energética que implica el destino de millonarios recursos del sector público recibe muchas observaciones. Algunas con más fundamentos que otras, en especial las referidas a la transparencia en la asignación, pero poco se menciona que esa estrategia es funcional al objetivo de crecer por encima del potencial, con los beneficios que implica tanto para el cuadro de resultados de las empresas cuanto para la creación de puestos de trabajo. También se insiste sobre el retraso en la estructura tarifaria vía subsidios que estimularía el consumo excesivo, aunque no se muestran estudios serios que evidencien que un aumento de la luz y el gas lo desalentaría. Por lo pronto, el régimen de premios y castigos ha probado la inelasticidad de la relación consumo/tarifas en un contexto de crecimiento económico.
Los subsidios al transporte son también cuestionados y, al igual que los destinados al rubro energético, el aspecto más débil no se encuentra en su finalidad sino en la escasa claridad a la hora de distribuirlos. Ese dinero que subvenciona el servicio de trenes y colectivos actúa como un salario indirecto para la población que utiliza esos medios de transporte. Mantener las tarifas controladas implica no afectar el ingreso de los pasajeros, en la mayoría trabajadores, estudiantes y jubilados.
En un interesante informe sobre el sector público del Instituto de Estudios y Formación de la CTA, realizado por Claudio Lozano, Ana Rameri y Tomás Raffo, se rescata en uno de los cuadros el gasto público en servicios económicos (subsidios). El rubro Energía y Combustibles representó en 2006 el 1,0 por ciento del PIB, mientras que Transporte insumió 1,8 por ciento. A valores de hoy, implica unos 9000 millones de dólares. Dinero que beneficia a millones de personas, seguramente algunas sin necesidad. Pero así funcionan las asignaciones (subsidios) universales, política que entusiasma al arco progresista.
Ahora bien, el sector público también subsidia mediante otros mecanismos actividades sin generar discusiones tan apasionadas. Por caso, las empresas fabricantes de biodiésel capturan un subsidio implícito (proveniente de la compra del aceite de soja a un precio menor al internacional por la aplicación de retenciones diferenciales) de unos 1000 millones de pesos por año, según estimó el economista Andrés Tavosnanska (en un artículo publicado en Cash, 23 de marzo de 2008). Unos 300 millones de dólares para un puñado de grandes compañías.
Incluso en forma más amplia la política de dólar alto significa una estrategia estatal subsidiaria del interés de los exportadores, incluidos los agropecuarios. Sin mucho esfuerzo en la búsqueda de información se puede observar la situación crítica en que se encuentra el sector exportador en Brasil y Chile, que tienen monedas domésticas que se fortalecen respecto del dólar. Por primera vez en cinco años, la banca central trasandina tuvo que intervenir en el mercado de cambios para amortiguar el proceso de revaluación del peso, además de presentar un plan de ayuda (subsidios) a los productores del sector agropecuario. En Brasil, por su parte, la millonaria asistencia del Banco de Desarrollo a los exportadores permite compensar en parte la tendencia firme del real. Aquí, el Estado destina fondos del superávit fiscal o de emisión del Banco Central, dinero que la entidad monetaria reabsorbe con un costo de tasa de interés, para mantener a contracorriente un tipo de cambio competitivo para los exportadores. Según el aumento anual de las reservas, unos 10 mil millones de dólares se invirtieron para sostener una política cambiaria que, además de otros objetivo macroeconómicos, favorece al sector agropecuario y al industrial exportador. En forma adicional, en doce meses el Estado ha distribuido 1500 millones de pesos en compensaciones (subsidios) a diferentes agentes de la cadena agroalimentaria. Y ahora se instrumentará un mecanismo para acercar fondos al pequeño productor como reintegro de las retenciones a las rentables exportaciones de soja y otros granos.
La aplicación de subsidios es una medida que genera controversias porque el sector público determina en forma arbitraria, en base a ciertos objetivos, los favorecidos de esa redistribución de recursos. Discutirlos permite mejorar la transparencia de su asignación y, en especial, su eficacia para evitar el despilfarro y la captura de ese dinero por grupos económicos que no lo necesitan. Pero ese debate resulta más enriquecedor cuando es amplio y general, y no recortado según quién sea el beneficiario. Sin embargo, en el doble estándar dominante se destacan en forma crítica solamente los subsidios destinados a gran parte de la población, la mayoría de sectores económicos vulnerables, ocultando en cambio otros millonarios que reciben unos pocos poderosos y otros agraciados por la diosa naturaleza.
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