Dom 20.04.2008
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EL BAUL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Feliz, feliz en tu día

En un lugar de la Europa no ha mucho tiempo que vivía un sujeto, de cuyo nombre no quiero acordarme, y que justamente hoy cumpliría años. Aunque no buscamos festejarle el aniversario, no es ejercicio inútil recordar tramos de su vida. La historia es maestra de vida, no sólo cuando se refiere a sucesos memorables de la humanidad, sino también cuando evoca grandes tragedias. Este sujeto, sin la menor formación académica, de pintor frustrado y mendigo dependiente de instituciones de caridad, pasó a detentar la suma del poder público en un país que no era el propio y que había alumbrado a grandes genios de la literatura, la música y las ciencias. ¿Cómo lo había logrado? La fórmula parece muy simple, y de hecho en el Nuevo Mundo fue copiada, con mayor o menor éxito, por unos cuantos dictadores y reyezuelos varios: fuerza y propaganda. La primera consiste en la formación de un aparato leal al sujeto, integrado, por una parte, por gentes de baja condición, como fuerzas de choque paramilitares para castigar a quienes se opongan al sujeto; y por otra, por fuerzas económicas poderosas que respalden el crecimiento político del sujeto. La segunda consiste en machacar una y otra vez, en cada acto, en cada presentación pública, en el o los responsables de todos los males que afligen a los pobres, que siempre son mayoría; por otra parte, en el mundo de la imagen –ayer cinematografía, hoy televisión–, construir una imagen favorable y esperanzadora del sujeto, de voluntad inquebrantable, de fuerza ilimitada, de sabiduría insondable, llamado a levantar la condición de las masas y elevar al país por encima de las grandes potencias. El sujeto fue acusado de antidemocrático, y respondió con un argumento irrebatible en democracia: “nuestros votantes nos otorgaron 230 cargos, a los socialistas 133, los comunistas 89, al centro católico 75 y a los nacionalistas 37. ¿Quién hay más legítimo que yo?”. Ser ungido por el voto no asegura que los representantes sean operativos. Al mes de asumir el poder el sujeto, el Parlamento fue “destruido” por un voraz incendio. Acaso, si hoy viviera y tuviera el poder, sin quemar nada, le bastaría con gobernar a través de decretos de necesidad y urgencia; no necesitaría llamar a referéndum, le bastaría con desplegar sus fuerzas de choque. Sería una “democracia” sin límite alguno. Es un cumpleaños feliz, porque no lo tenemos entre nosotros ni cerca.

¿Buenos aires?

Rojo de furia su rostro, ante la imagen que le devolvía el televisor, Adolf Hitler vociferó: “¿Cómo que arde Buenos Aires? ¡París les dije, inútiles!” Mientras lo calmaban, uno de sus colaboradores informó que el denso humo se debía a un experimento norteamericano –como aquel que llevó a descubrir el LSD– dirigido a perfeccionar métodos para inmovilizar a grandes zonas pobladas; en este caso, con un costo mínimo, se había logrado inmovilizar gran parte del tráfico de mercancías y pasajeros, sin daños mayores a poblaciones humanas: como una bomba neutrónica en menor escala, aunque no menos eficiente. En efecto, iniciar trescientos o más focos de incendio en áreas inaccesibles a bomberos era muy sencillo; y por otro lado, era muy dificultoso acercarse a áreas en llamas. Y los factores naturales (una gran lluvia o 100 por ciento de humedad ambiente) eran de aparición improbable. En poco tiempo la eficacia del método quedó comprobada: puerto y aeropuerto de Buenos Aires debieron suspender sus actividades, se suspendieron las salidas de micros desde la terminal de Retiro, y asimismo se cerró al tránsito una decena de rutas y autopistas. En cuanto a daños a la salud pública, ellos se focalizaron en bebés y ancianos, en asmáticos y alérgicos; a pesar de que los niveles de monóxido de carbono en el aire se elevaron de 4 partes en un millón a 15 en un millón, no alcanzaron el nivel tóxico de 35 partes. Desde el gobierno se acusó a productores agropecuarios voraces de ganancias, que por pretender producir sin costos recurrían a métodos “ancestrales” sin tomar en cuenta los perjuicios a los demás. Y no faltó quien notase la coincidencia entre la reunión de diálogo agro-gobierno y la simultaneidad del comienzo de cientos de focos ígneos. Es posible que algunos, aunque no tomasen parte activa en los incendios, hayan festejado su aparición; y que otros hayan sacado una que otra idea. Aparte de ellos, sorprende, por un lado, lo inermes que parecen hallarse los gobernantes a nivel nacional o porteño, para resolver un problema tal, con rapidez y eficacia. Y por otro lado, asusta la indisciplina del automovilista particular para respetar la consigna de no ir a más de 80 Km/h, su irresponsabilidad para lanzarse a la ruta en vehículos sin luces o con sólo parte de las luces reglamentarias. El humo oscureció nuestro hábitat, pero desnudó falencias de nuestra vida en sociedad.

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