Domingo, 4 de mayo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
El establishment empresario-financiero-mediático se encolumna tras una sola consigna: enfriar la economía. Abundan los discursos técnicos, supuestamente desprovistos de ideología, aconsejando una desaceleración del consumo como forma de frenar la presión inflacionaria. Pero las economías capitalistas crecen estimuladas por la demanda y dejan de crecer y languidecen cuando se cortan los estímulos a la demanda.
Por Alejandro Fiorito y Fabian Amico *
La inflación creciente es un problema real. Afecta los salarios, aumenta los niveles de pobreza, deteriora la competitividad del tipo de cambio y puede terminar por frenar el crecimiento en el futuro. Si no hay correcciones de parte del Gobierno, estos problemas pueden dar oxígeno a las propuestas antiinflacionarias ortodoxas. El tema de la nula credibilidad del índice del Indec es, efectivamente, parte del problema. Merced a la inacción del Gobierno, la ortodoxia económica y los medios de comunicación van instalando, subrepticia o abiertamente, la sensación de que el modelo ya fracasó y que el país se hallaría casi en bancarrota. En esa línea el establishment empresario-financiero-mediático se encolumna tras una sola consigna: enfriar la economía.
¿Por qué enfriar? El argumento sería más o menos así: habría un gobierno irresponsable y populista que estaría estimulando la demanda mediante la suba del gasto público, los aumentos de salarios y jubilaciones, y los gravosos y distorsionantes subsidios. Esa mayor demanda superaría la capacidad de oferta. Habría entonces un exceso de gasto (público y privado) presionando sobre un mismo nivel de producción. Resultado: suben los precios. Así, el remedio es sencillo: se enfría la economía (se reduce el nivel de gasto) hasta que la demanda y la oferta se equilibren. Eso frenaría la inflación. Para eso hace falta que el Gobierno deje de gastar a discreción. Pero eso no es todo. También debe terminar esta política de controles de precios, subsidios, regulaciones y prohibiciones de exportación. Es decir, la recuperación de la “confianza” permitiría, a su vez, aumentar la oferta.
El argumento que está en el fondo de esta medicina es que la demanda se adapta a la capacidad de producción, una visión que extrañamente presupone que la economía habitualmente se encuentra en un nivel de pleno empleo de los recursos, haciendo rediviva la famosa Ley de Say. A propósito, con tanto keynesiano yendo y viniendo al ritmo de la moda, convendría retener que en 1936 fue Keynes quien cuestionó esa noción de pleno empleo, instaurando el principio de la demanda efectiva como determinante central del nivel de actividad y de empleo.
Desde entonces corrió agua bajo el puente y surgieron nuevos aportes en el pensamiento heterodoxo. Algunos desarrollaron el principio de la demanda efectiva en el largo plazo, como resorte fundamental para explicar por qué crecen las economías, saliéndose de la matriz ortodoxa (“ofertista”) dominante. En suma, las economías capitalistas crecen estimuladas por la demanda y dejan de crecer y languidecen cuando se cortan los estímulos a la demanda o éstos son insuficientes. En suma, los empresarios ajustan la producción y la inversión al tamaño del mercado (la demanda). Y con ello, aumentan o reducen el empleo.
Más allá de la voluntad o de los motivos que guiaron la acción del gobierno desde 2003, el hecho es que en el último lustro los diversos estímulos a la demanda dieron por resultado las tasas más altas de crecimiento del Producto de los últimos treinta años, junto con fuertes alzas del consumo y la inversión. A los ojos de la ortodoxia (y de cierta heterodoxia colonizada) esto es un enigma indescifrable. Pero sin las anteojeras del ofertismo dominante no es tan extraño. Ante un mercado en alza, por aumento de la demanda, los empresarios venden más y hacen mejores negocios. Luego, cuando colman la capacidad de producción de sus fábricas, si sigue existiendo más demanda, terminan realizando nuevas inversiones y ampliando la capacidad productiva. Lo hacen porque es negocio. Y si ellos no lo hacen, otros lo harán. En suma, el crecimiento liderado por la demanda explica coherentemente cualquier proceso de crecimiento. Y esto es así no solamente cuando se está al inicio de una recuperación –como fue en los comienzos de la gestión Kirchner–, sino también en estos momentos, donde el retorno de la inflación hace perder una guía afín a muchos sedicentes heterodoxos.
Pueden existir –y es normal que ocurra– cuellos de botella sectoriales, pueden incluso temporalmente darse subas de precios, pero la persistencia de los estímulos a la demanda fungirán de acicate para una mayor inversión. Claro, surge la duda: ¿no puede haber inflación si hay “mucha” demanda? Sí. Sería el caso en el que la demanda creciera tan rápido que excediera persistentemente la capacidad de producción. Pero hoy la capacidad instalada en la industria se ubica, en promedio, en 72 por ciento. No hay razones para inflación por exceso de demanda y, por ende, no parecen justificados los llamados a enfriar la economía. Si el objetivo es que aumente la inversión (para aumentar la capacidad de oferta), el acicate a la demanda debe persistir y no decaer. Dicho en otros términos, si los empresarios hoy usan en promedio un 72 por ciento de la capacidad instalada y mañana, enfriamiento mediante (por ejemplo, mediante la reducción del gasto público o la suba de tasas), pasan a usar el 60 por ciento de esa capacidad, ¿por qué habrían de invertir ante un mercado que se retrae? La demanda efectiva trae consigo efectos multiplicadores (del gasto) y aceleradores (de la inversión) que también juegan “hacia la baja” cuando el impulso a tal demanda es puesto en reversa. Por estos motivos, las razones de la inflación deberían buscarse en otra parte. Por ello, una vez aplicada la medicina del enfriamiento, en vez de caer del 9 al 5 por ciento de crecimiento del PBI, lo más probable es que “sigamos de largo y caigamos más abajo”. Con el agravante de que si el diagnóstico de la inflación arriba esbozado fuera incorrecto (y es incorrecto) estaríamos en el peor de los mundos: estanflación.
En esta coyuntura buena parte de la inflación proviene del alza de precio de los alimentos a nivel internacional (inflación importada), aumento que se traslada al mercado interno de acuerdo con las condiciones de producción (productividad, rentabilidad) del agro y de la fuerza relativa que tenga el sector agropecuario para hacer ese traslado (parte de este asunto está, como se sabe, en discusión). Luego, al aumentar los precios de los alimentos en un contexto donde los salarios ya venían retrasados, los reclamos por alza de sueldos –característicos de una fase expansiva–- tarde o temprano prosperan generando una puja distributiva con los empresarios industriales, y transformando las subas de precios sectoriales (alimentos) en inflación por vía de mayores costos.
En este contexto comienzan a abundar los discursos técnicos, supuestamente desprovistos de ideología, aconsejando una desaceleración del consumo como forma de frenar la presión inflacionaria. Se sugiere el recorte o anulación de los subsidios bajo el pueril argumento de que benefician a los más ricos. Pero de hecho conduciría al aumento de tarifas para todo el mundo (¿o un asalariado que vive en Colegiales o Villa Crespo es rico?) y por ende a una reducción del consumo. Si lo que se buscara fuera en verdad un descenso del consumo “desenfrenado”, hay maneras alternativas más rápidas de alcanzarlo, por ejemplo, con un aumento sustancial (prohibitivo, si así lo desean) de los impuestos a los bienes de lujo, como autos importados, construcción residencial.
¿A qué apuntan esos discursos técnicos? Apuntan a detener la fase expansiva del ciclo argentino porque, a los ojos del establishment, el crecimiento genera “desorden” y “desequilibrio”, y porque significa, tarde o temprano, el retorno de un actor molesto: los asalariados y sus demandas. Con alto desempleo y marginalidad, la capacidad de negociación de los asalariados es muy baja. La desocupación disciplina de un modo impersonal los reclamos salariales. En cambio, con una expansión económica persistente, los trabajadores se fortalecen, la espada disciplinadora del desempleo ya no resulta tan efectiva. Se entabla así una batalla (larvada o abierta) por el ingreso.
Al margen de cuál sea el resultado final de esa batalla, el establishment no está dispuesto a esperar el resultado y apunta a abortar antes el proceso. Ahí adquieren verdadero significado las tesis de enfriar la economía: si la economía crece estimulada por la demanda (o sea por el gasto), la reducción del gasto y el control de la demanda conducen a menores niveles de producción. Poco a poco, esa política de enfriamiento empieza a generar desempleo (¿por qué mantener trabajadores empleados cuando la producción se contrae?). Con el desempleo creciente reaparece la espada disciplinadora. La puja distributiva cede; la “confianza” y la “tranquilidad” renacen.
El economista polaco Michal Kaleki sostenía que los empresarios se oponen a ciertas intervenciones estatales aun cuando pudieran beneficiarse de ellas. Aunque ganen más, la ausencia prolongada de desempleo conduce lentamente al crecimiento de las demandas salariales y a las tensiones políticas. Su olfato les dice que el pleno empleo duradero es algo artificial y que el desempleo constituye una parte natural del sistema capitalista normal (¿se acuerdan de la tasa natural de desempleo?).
Obviamente, no es de buen gusto confesar el objetivo real perseguido con la tesis del enfriamiento en los marcos formales de una democracia (aunque ocasionalmente hay algunos desprejuiciados que lo hacen). También hay muchos bienintencionados confundidos. Debe registrarse, sin embargo, que ese desempleo inducido como herramienta disciplinadora implica una considerable –y evitable– pérdida de capacidad potencial de producción futura. Ya se vivió eso con la convertibilidad.
Si la puja distributiva y especialmente la suba fenomenal de precios de las commodities son los núcleos duros de la inflación, entonces el desafío reside, precisamente, en anudar una política de ingresos y un plan de desarrollo que coordinen hacia la baja las presiones inflacionarias provenientes por el lado externo y por los mayores costos. Por supuesto, nada es fácil y la vida es dura. Pero vale la pena intentarlo antes de suicidarse con la receta ortodoxa.
“La ortodoxia realiza un diagnóstico inercial. Evalúa la situación actual proponiendo un ajuste como si la realidad de la economía fuese similar a la de 2001 o a la de tantos otros momentos de crisis y ajuste del siglo pasado. Sin embargo, aunque no debiera ser necesario repetirlo, hoy no hay crisis de Balance de Pagos y no hay cuentas fiscales en rojo. También es muy distinta la situación internacional. Argentina juega un nuevo rol en el mercado mundial y la expansión de sus exportaciones es inédita. No se está frente a un problema de ajuste, sino de crecimiento. Hay un diagnóstico equivocado de la inflación. La inflación no es de demanda, sino por aumento de precios internacionales, mercados oligopólicos y expectativas. Aunque pueda haber algún problema en algún sector particular no existen cuellos de botella por el lado de la oferta. No es verdad que haya una inflación salarial o por exceso de gasto público. Quienes sostienen que los problemas son éstos quieren perpetuar la inequidad. Si el Gobierno sigue este discurso se estará disparando en los pies, pues su base de sustentación política son los sectores que recuperaron ingresos y se incorporaron al consumo. El combate a la inflación requiere intervenir con los mismos instrumentos que actualmente se usan pero de manera más eficiente y, sobre todo, coordinada. Deben continuar separándose los precios internacionales de los internos, pero a la vez, para no distorsionar la oferta, mantener los subsidios al interior de algunas cadenas de valor. La diferencia principal es que debe trabajarse con la cadena de costos completa. Hoy los mayores precios no son provocados por los costos primarios, sino por lo que pasa más arriba en la intermediación. La clave es que no se pueden controlar precios en forma global, sino cadena por cadena. Si se tiene un buen diagnóstico de cada cadena también se podrán aplicar bien los subsidios, los que deben administrarse mejor y siempre contra resultados y con seguimiento. Por último se puede usar una herramienta pendiente y muy útil en cualquier negociación, que es la impositiva, desincentivando algunos consumos y facilitando otros, como los alimentos.”
“Estamos frente a una situación de fracaso de los subsidios a la oferta tal como fueron ejecutados. Ello se debe a que no puede haber política de precios sin un programa de política industrial. En el actual contexto, subsidiar la oferta sólo sirve para favorecer a los extremos superiores de las cadenas sin enviar señales hacia abajo; le pone el sello a las rentas extraordinarias. Por el lado de la demanda hay que tener en cuenta que el 65 por ciento de los alimentos son consumidos por el 30 por ciento de la población con mayores ingresos. La discusión no reside entonces en enfriar o calentar la economía. Lo que hay que hacer es discutir el modelo. El crecimiento funcionó más o menos bien hasta 2006, cuando empezaron las presiones inflacionarias. Lo que en realidad sucedió fue que recién a partir de entonces comenzó a hacerse evidente la puja por la distribución del ingreso. Esto es lo que se discute y todavía no se encontraron mecanismos civilizados para resolver esta puja; sólo los cataclismos macroeconómicos, como la maxidevaluación o los procesos inflacionarios. De este diagnóstico surge el camino para luchar contra la inflación. El primer paso es hacer una política fiscal redistributiva: por el lado de la demanda son necesarios subsidios universales a los sectores más postergados. El mercado, en particular el mercado de trabajo, luego de 5 años de crecimiento demostró que no está en condiciones de resolver el 30 por ciento de pobreza. Esto no es una medida aislada sino que debe integrarse, por el lado de la oferta, con la intervención sobre las cadenas de valor según un programa de política industrial. Primero hay que decidir cuáles son los sectores que se van a priorizar, luego decidir cuáles son los beneficios a lo largo de la cadena y, tercero, ampliar la oferta hacia abajo diversificando la estructura productiva, con decisiones de financiamiento del sector público. Además, la separación entre los precios internos y los internacionales no está funcionando. Provocó mayores ingresos en los eslabones superiores. Por supuesto que si a todo esto se agrega la falta de una unidad de medida, se vuelve difícil racionalizar y adaptar las expectativas.”
“La inflación actual es una combinación de suba de costos externos (importada), cuellos de botella productivos en algunas actividades, puja distributiva entre sectores y expectativas de los agentes económicos. La solución al problema es atacar con decisión a todas estas causas. En la inflación importada deben tratarse de separar los precios internos de los internacionales, bajando en lo posible los aranceles de los productos importados insustituibles para compensar subas. En los cuellos de botellas se necesita estimular la oferta (créditos para inversión, subsidios para expansión de producciones prioritarias, importaciones transitorias si son bienes muy relevantes para el consumo popular) y promover la aparición de productos sustitutivos de los bienes más demandados. Esto también debería incluir la construcción masiva de viviendas populares. En cuanto a la inevitable puja distributiva se requiere un manejo básicamente político, un marco de comportamiento civilizado que castigue la posibilidad de acudir al chantaje o al desabastecimiento para lograr ventajas sectoriales. Es indispensable un poder político fuerte y consensos amplios que acoten las prácticas antisociales. En cuanto a las expectativas, es necesario recuperar al Indec como organismo respetado que proporcione información creíble, lo que sacaría de escena a los pronosticadores catastróficos. Al mismo tiempo, se debe aplicar en serio la legislación antimonopólica y de defensa del consumidor ya existente, así como la ley de abastecimiento. Eso no debería depender de acuerdos particulares entre determinados funcionarios y sectores, sino que debería ser un mecanismo automático, despersonalizado, para lo que se requiere voluntad pública de hacer cumplir la ley sin excepciones, y la existencia de organismos públicos preparados al efecto. En ese sentido, sería útil una fuerte participación de la población para la detección de los abusos de poder en el mercado, que se verifican cotidianamente, en los más variados ámbitos de la vida económica. Los organismos de consumidores, los sindicatos y otras organizaciones deberían tener un protagonismo mucho más activo y efectivo que el actual.”
* Economistas de la Universidad de Luján.
Poco a poco, la política de enfriamiento empieza a generar desempleo. Con el desempleo creciente reaparece la espada disciplinadora. Y La puja distributiva cede.
Las economías capitalistas crecen estimuladas por la demanda y dejan de crecer y languidecen cuando se cortan los estímulos a la demanda.
Pueden existir cuellos de botella sectoriales. Pueden incluso temporalmente darse subas de precios. Pero la persistencia de los estímulos a la demanda alienta una mayor inversión.
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