NOTA DE TAPA
Desde 2002 la pobreza se redujo en más del 50 por ciento. Fue luego de alcanzar el pico histórico del 56,8 por ciento de la población. Esas cifras se ubican por encima de principios de los ’90 y bastante más arriba de un cuarto de siglo atrás. No sólo existe una alta correlación entre pobreza y desempleo, sino también entre pobreza e informalidad laboral.
› Por Claudio Scaletta
Desde 2002 la pobreza se redujo en más del 50 por ciento. Fue luego de alcanzar el pico histórico del 56,8 por ciento de la población. Sin embargo, los últimos niveles confiables registrados, 26,9 por ciento o 10 millones de personas, la ubican en un estadio superior al de principios de los ’90 y bastante por encima de un cuarto de siglo atrás. En el marco del explosivo aumento en los precios internacionales de los alimentos y del respingo de la puja distributiva vía inflación, el problema presenta una magnitud suficiente como para merecer mayor peso en la agenda pública. No obstante, el escenario continúa atestado por las demandas de los más ricos.
La crisis del Indec, por llamarla de alguna manera, no sólo afectó la medición de la inflación, sino, como quedó demostrado en el debate reciente, también la de indicadores sociales como el nivel de pobreza. Para quienes abordan estos problemas, la también sospechada manipulación de la Encuesta Permanente de Hogares representa una seria limitación. Al igual que muchos economistas en materia de inflación, los analistas se vieron obligados a recurrir, con distinta fortuna, a estimaciones o relevamientos acotados (ver recuadro). Los últimos datos disponibles al público son los del primer trimestre de 2008. Y si bien entre 2002 y principios de 2007 se registró una constante disminución, la continuidad del proceso en el último año no puede inferirse sobre datos fehacientes. Esta introducción no es sólo una crítica a la continuidad de la distorsión de las cifras oficiales, sino también una justificación para presentar datos sólo hasta 2006 inclusive.
En realidad, en materia de pobreza existe un dato anterior a la reciente discusión sobre su medición. Los últimos niveles confiables registrados la ubican bastante más arriba que a principios de la década del ’90 y aun de los ’80 (ver tabla 1).
De acuerdo con las cifras reseñadas en el último informe trimestral del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda), luego del pico histórico del 56,8 por ciento de la población alcanzado en 2002, la pobreza se redujo al 26,9 por ciento en el segundo semestre de 2006, una caída de casi el 53 por ciento. La indigencia tuvo una retracción más espectacular: se contrajo del 29 al 8,7 por ciento, un 70 por ciento.
Vale recordar que un pobre es indigente cuando su ingreso no le alcanza para adquirir una Canasta Básica Alimentaria determinada por la cantidad de calorías necesarias para su reproducción biológica. En tanto es pobre a secas cuando el ingreso es insuficiente para adquirir la llamada Canasta Básica Total, que además de los alimentos incluye otros rubros como vestimenta, educación, transporte, recreación. Dicho de otra manera, la diferencia entre el pobre y el pobre indigente es que este último pasa hambre.
La citada disminución de la pobreza es un dato conocido. Visto especialmente desde la disminución del hambre se trata de uno de los principales logros de la actual administración. Sin embargo, superada la crisis, se vuelve necesario detenerse en tres puntos:
La magnitud absoluta actual de la pobreza.
Su evolución histórica de largo plazo.
Su evolución futura.
El primer punto es muy concreto: la pobreza sigue afectando a más de 10 millones de personas (extrapolando al total del país una medición que se realiza en los principales aglomerados urbanos), una cantidad suficiente como para que ocupe una relevancia diferente en la agenda pública. Agenda que, sin embargo, continúa dominada por las demandas de los sectores más acomodados de la población. La apertura del segundo punto, en tanto, muestra un dato que podría calificarse de “contrahistórico”: el crecimiento estructural de la pobreza en el largo plazo. El tercero, inevitable, es pensar si la tendencia del punto 2 se quebró en 2002.
La pobreza es un fenómeno histórico que tiende a morigerarse con la evolución de las sociedades. Sin embargo, hace 25 años el índice de pobreza era un cuarto del actual. Si se repasa lo sucedido desde mediados de los ’70 hasta 2002 se observa un ciclo largo de aumento del peso del problema.“La pobreza –sostiene el mencionado informe del Cenda– creció de manera escalonada a lo largo de las crisis cíclicas que sacudieron la economía nacional. Los años 1982, 1989, 1996 y 2002 marcan picos del nivel de pobreza, en los que ésta creció abruptamente debido a fuertes descalabros económicos. A excepción de 1996, los niveles máximos fueron generados por fuertes procesos inflacionarios, que hicieron añicos el ingreso real de los hogares más vulnerables, arrastrándolos a la miseria.”
La serie de la tabla 1 muestra esta tendencia de largo plazo. La tendencia es “escalonada”, porque después de los picos alcanzados durante las crisis, los procesos de recuperación mejoraron los indicadores, pero dejándolos siempre un escalón más arriba que en las precrisis.
La interrupción del modelo sustitutivo de importaciones y su reemplazo por los procesos de ajuste neoliberal tienen como evidente contracara el constante aumento estructural de la pobreza, alza que se refuerza durante la década del ’90. El deterioro de los indicadores sociales resulta concomitante a la “reprimarización” de la economía. Dato este último inquietante cuando todavía hoy se insiste en la revaloración del paradigma agroexportador como modelo de desarrollo excluyente.
Los datos de la tabla 1 permiten algunas conclusiones adicionales para la posconvertibilidad:
Por primera vez desde 1980 la caída sostenida del nivel de pobreza se ubicó en un piso inferior al escalón previo.
No ocurre lo mismo con la indigencia, que con 8,0 por ciento todavía supera al 6,7 de 1997.
En ninguno de los dos indicadores se mejoraron los niveles de preconvertibilidad y, por supuesto, los de las décadas inmediatas anteriores.
Según el Cenda, el ritmo de crecimiento experimentado desde 2002 sugiere una detención e incluso “una reversión de la tendencia ascendente de la pobreza”. Sin embargo, la ausencia de un patrón confiable de medición a partir de 2007 impide afirmar con seguridad la continuidad del proceso. Tampoco el sospechado “amesetamiento” que existiría desde el segundo semestre del año pasado.
A todo esto debe sumarse que la inflación (otra vez el problema de medición) fue más intensa en el rubro alimentos, especialmente por el contagio de los precios internacionales a pesar de las retenciones, aspecto particularmente negativo cuando se trata de indigencia.
A partir de 2002 surge, como dato positivo, que el cambio de modelo económico, caracterizado por una alta elasticidad empleo-producto (es decir, por una alta generación de empleo por cada punto de crecimiento del PIB) explica sustancialmente la caída constante del nivel de pobreza.
Como dato negativo se intuye la persistencia de una pobreza estructural, intuición que se completa con la observación de su perfil demográfico: no sólo existe una alta correlación entre pobreza y desempleo, sino también entre pobreza e informalidad laboral. Adicionalmente la pobreza afecta especialmente a la población más joven: el Cenda calcula que el 40,5 por ciento de los niños del país son pobres, lo que pone en primer plano el problema de su transmisión transgeneracional.
El segundo dato preocupante es el regreso al centro de la escena de la puja distributiva vía inflación, punto que no requiere mayor detalle y consiste sólo en que los salarios crezcan por debajo de los precios. Sin embargo, la naturaleza de la inflación actual agrega un elemento a tener en cuenta: más allá de los problemas internos de mercados oligopólicos la inflación actual se explica especialmente por el aumento de los precios internacionales de los alimentos. Las retenciones como mecanismo de política económica sólo consiguen morigerar parcialmente el contagio interno. Ello ocurre en un mercado donde alrededor del 8 por ciento de la población urbana pasa hambre.
Parece claro que reducir la pobreza significa esencialmente aumentar la ocupación junto a los ingresos reales. Desde 2002 se registraron avances en los dos aspectos, aunque a distinta velocidad. Si bien el PIB supera holgadamente al de 2001, los ingresos reales se encontrarían en el mismo nivel que dicho año.
La paradoja es que no son los más de 3 millones de pobres que no acceden a una canasta básica de alimentos quienes hoy cortan las rutas, sino, por el contrario, quienes se encuentran en el extremo opuesto de nivel de ingresos.
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