Domingo, 3 de agosto de 2008 | Hoy
EL BAUL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Francia ha dispensado siempre gran consideración a la agricultura, en los más diversos órdenes, desde la política económica a la filatelia: sus primeras estampillas lucían la efigie de Ceres (de ahí nació nuestro primer sello postal, emitido por Corrientes); y la más famosa y común tenía la efigie de una sembradora: una mujer descalza y ataviada con traslúcida túnica, que cargaba en su lado izquierdo una mochila con semillas y con su brazo derecho arrojaba con gracia la simiente a los surcos. Esa forma de agricultura, con trabajadores sin más ayuda que sus brazos, pudo existir en el Neolítico, o en el Olimpo. Ya en Grecia, Platón escribía sobre la necesidad de herramientas producidas por el herrero (“herramienta” y “herrero” tienen el mismo origen: ferrum). Con los siglos, los instrumentos necesarios del agricultor se hicieron más y más complejos y, por ende, más caros. En Francia misma, antes de la revolución de 1789, los fisiócratas iniciaron el análisis del capital, al advertir que las faenas agrícolas requerían costosos instrumentos para el cultivo, cuyo valor en dinero superaba la propia producción agrícola anual, aunque su vida útil excedía largamente a un mero ciclo agrícola. Por ejemplo, el arado y demás implementos valían el doble de la producción agrícola bruta, pero en promedio servían durante diez años agrícolas. Aunque se desgastaban paulatinamente, debía contarse con ellos desde el inicio mismo de la actividad. Por eso los llamaron “avances (o adelantos) primitivos”. Se distinguían de la tierra (capital predial) y los salarios y semillas (capital anual). Manuel Belgrano, lector y traductor de los fisiócratas, percibió que el alto costo de los bienes de producción durables era el principal obstáculo económico para poblar el campo, radicando en él a jóvenes labradores. Y propuso superarlo mediante ayuda del gobierno, “franqueándoles instrumentos para el cultivo y animándolos por cuantos medios fuesen posibles, haciéndoles los adelantamientos primitivos para que comprasen un terreno proporcionado en que pudiesen establecer su granja, y las semillas que necesitasen para sus primeras siembras, sin otra obligación que devolver igual cantidad que la que se había expendido para su establecimiento en el término que se considerase fuese suficiente para que, sin causarles extorsión ni incomodidad, lo pudiesen ejecutar”.
En la vida económica moderna la mayoría de los sectores productivos tiene una relación especial con sus proveedores de bienes de capital durables, como la que los fisiócratas (y Manuel Belgrano) analizaban para el sector agrario. Esa relación conecta la demanda de bienes de consumo final, dirigida a los sectores productivos, con la demanda de bienes intermedios por parte de los sectores productivos hacia los proveedores de bienes de capital durables (los “avances primitivos” de los fisiócratas). Lo preocupante de esta relación (precisamente llamada así por Roy Harrod) es que conecta la demanda de nuevos bienes de producción durables (que se agregan al capital existente y forman la inversión del período) con el cambio en la demanda de bienes de consumo final. Un caso reciente que todos conocemos es la relación entre la venta de granos y la demanda de maquinaria agrícola. La Resolución 125 de marzo pasado afectó sensiblemente la comercialización de granos, en momentos en que, dada la explosión de la demanda mundial de alimentos, todos los productores esperaban no sólo una venta rápida y segura de las producciones presentes y futuras, sino a precios muy altos. El complemento de esos cálculos era un incremento en la compra de maquinaria agrícola. El paro del campo hizo que las ventas de granos cayesen o al menos se estancasen. Eso, más temprano que tarde, dio por terminada la fiesta en las fábricas de maquinaria agrícola, cuya fotografía pudo verse no hace mucho en la feria de Armstrong. Lo dramático es que las fluctuaciones no se circunscriben al sector que las inicia –en este caso, la actividad agropecuaria– y se transmiten al conjunto de las actividades a través del circuito económico, que se encarga de añadirle otros condimentos, como incertidumbre, expectativas pesimistas, etc. De tal modo, lo que sólo era una reducción de las ventas de producciones agrícolas y su impacto en la fabricación de maquinaria agrícola se magnifica y se convierte en un caída global de consumo, inversión y empleo. Acostumbrados a no llamar por su nombre a los acaecimientos funestos, solemos decir: “la economía se ha enfriado”. La relación, comúnmente llamada principio de aceleración, tuvo un papel en la explicación del ciclo económico. Su descubridor fue el economista franco-búlgaro Albert Aftalion (1874-1956) en Les crises périodiques de surproduction (1913).
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