› Por Roberto Navarro
El debate sobre el proceso de alza de precios ha generado dos proyectos en disputa en el interior del Gobierno. Por primera vez desde que asumió el poder la administración kirchnerista, un sector del Poder Ejecutivo puja por realizar cambios en el núcleo del plan económico. El presidente del Banco Central, Martín Redrado, con el apoyo del nuevo jefe de Gabinete, Sergio Massa, le propusieron a la presidenta Cristina Fernández sostener un dólar más bajo en términos reales y una tasa de interés más alta. También recomendaron sostener el crecimiento económico con el impulso a la inversión vía una fuerte oferta de crédito del Banco Nación y el BICE. Un modelo diferente al que ha prevalecido desde la salida de la convertibilidad, y profundizado por el ex presidente Néstor Kirchner, que se basaba, fundamentalmente, en el incentivo al consumo y un tipo de cambio real competitivo y estable. El otro sector, representado por el ministro de Economía, Carlos Fernández, que está siendo asesorado por el economista Roberto Frenkel y cuenta con el apoyo del ministro Julio De Vido, quiere mantener el esquema económico que consiguió cinco años de crecimiento consecutivos, asentado en un dólar competitivo. Para la actual coyuntura proponen frenar el alza de precios cobrando fuertes impuestos a las clases altas y medias altas, ajustando tarifas segmentadas y más altas por elevados consumos domiciliarios, y logrando un superávit fiscal superior al 4 por ciento.
Redrado piensa que el dólar alto cumplió una etapa, que las empresas industriales tuvieron cinco años para aumentar su competitividad y que ya están listas para salir al mundo a pelear mercados. Estima que puede haber dos o tres sectores que no puedan superar ese desafío, “pero esos son los que todos sabemos que son inviables”, afirma Redrado a sus colaboradores. Además les señala que el escenario local e internacional cambió. “El mundo está viviendo un período inflacionario, en Estados Unidos marchan hacia una inflación del 10 por ciento. Nuestra prioridad debe ser evitar que los precios sigan subiendo”. El jefe de Gabinete apoya la idea más que por entender de economía por motivos políticos: cree que la inflación perjudica más a los que menos tienen, que son la base electoral que le queda al Gobierno, luego de la pérdida de apoyo de gran parte de la clase media que sufrió el kirchnerismo.
En la Casa Rosada denominan esa propuesta de Redrado como Plan Brasil, por los rasgos similares que tiene con la política que lleva adelante el presidente Lula da Silva. Los defensores del proyecto dicen que un dólar bajo y una tasa de interés alta aseguran una reducida inflación. La iniciativa incluye un fuerte apoyo crediticio a las empresas, lo que significaría mayor producción a futuro, con el consiguiente aumento del PBI, del empleo y un mayor saldo exportable. Esto último se registraría –afirman– porque el consumo no crecería al mismo ritmo. “No se va a crecer al 9 por ciento –señalan cerca de Redrado–, pero se puede crecer veinte años al 5 por ciento sin riesgos inflacionarios, ni cuellos de botella en la oferta.”
El Plan Brasil tiene poderosos apoyos: el primero es el campo. Los dirigentes del sector prefieren tener un dólar bajo, que implica una reducción de las retenciones hasta, se ilusionan, su eliminación. Señalan que así pagarían más baratos los insumos y se sacarían de encima la intervención del Estado. También está de acuerdo con el esquema de Redrado el sistema financiero, que en el primer semestre de 2008 consiguió excelentes balances gracias a las altísimas tasas de interés que está cobrando en préstamos, descubiertos en cuentas corrientes y financiaciones con tarjetas de crédito. Otro sector que siempre pugnó por un dólar bajo es el de los servicios públicos. Esas empresas quedaron endeudadas en dólares y además prefieren un tipo de cambio apreciado para poder enviar más divisas en concepto de utilidades a sus casas matrices. Incluso en la Unión Industrial hay empresarios que, o porque diversificaron sus negocios y hoy tienen más capital invertido en campos que en fábricas o porque están endeudados en el exterior, simpatizan con el modelo Brasil.
Carlos Fernández piensa que es un error imitar la estrategia económica brasileña. Explica a sus colaboradores que la industria del país vecino tiene cuarenta años de crecimiento, que posee uno de los bancos de desarrollo más grande del mundo y que el argentino todavía no nació. Cree que si bien las empresas locales tuvieron cinco años de dólar competitivo, arrastraban veinte años de sufrir un ataque indiscriminado por la apertura, que provocó el cierre miles de fábricas y que las que quedaron estaban en agonía y recién ahora se han recuperado. Asegura que falta inversión en recursos humanos, tecnológicos y científicos. Y afirma que no se puede frenar el consumo en un país con tantos pobres. “Los argentinos no tienen la paciencia de los brasileños”, suele decir el ministro.
El principal asesor de Carlos Fernández, el economista Roberto Frenkel, le acercó algunas ideas para desacelerar la inflación sin modificar las bases del modelo, ni perjudicar a los más pobres. Según Frenkel, el recalentamiento del consumo está basado en el gasto de las clases alta y media alta. Su idea es subir y crear nuevos impuestos para esos segmentos para que tengan menos saldos disponibles para gastar. Algunos de ellos podrían ser un ajuste en el impuesto a los Bienes Personales, en el Inmobiliario, en el impuesto a las Ganancias y crear un gravamen a los bienes y servicios suntuarios.
Carlos Fernández asegura que la inflación no es tan alta como aseguran las consultoras privadas. La Fundación FIDE, que preside Héctor Valle, estima una inflación anual del 20 por ciento. Para julio midió 0,4 por ciento, igual que el Indec. Esa Fundación mide precios desde hace más de 15 años. “Si Estados Unidos marcha hacia un índice del 10 por ciento, nosotros, que sufrimos el desabastecimiento del campo, no estamos tan lejos”, dice Fernández. “Pero podemos bajarla”, afirma. El ministro piensa que si en 2009 se puede contabilizar un superávit del 4,2 por ciento y bajan el consumo de los que más gastan, la inflación se reduciría en cinco puntos.
El proyecto del ministro de Economía tiene el apoyo del sector automotor y de autopartes, que ha hecho enormes inversiones en los últimos años. También del sector de la Unión Industrial que apoyó al Gobierno desde el primer momento, liderado por Techint. Lo acompaña además la CGT de Hugo Moyano, que tiene la experiencia de que con el dólar alto se generaron más de 3 millones de puestos de trabajo. Y, obviamente, cuenta con el apoyo del ex presidente Néstor Kirchner. Pero el 0,4 por ciento de inflación de julio, índice en el que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cree, le dio aire al proyecto de Redrado. El titular del Banco Central atribuye a su política de tasas altas y dólar bajo el resultado del indicador de precios del mes pasado.
La administración kirchnerista no es proclive a los cambios. Mantuvo el mismo plan económico durante cinco años, aun reemplazando cinco ministros de Economía. Las alteraciones que realizó en el gabinete fueron casi siempre obligadas. Incluso en la sucesión presidencial mantuvo casi intacto a su equipo, lo que induciría a concluir que no habría modificación al rumbo económico. Sin embargo, el plan Redrado está en vigencia desde hace más de dos meses. El dólar comenzó a bajar y las tasas a subir durante el conflicto del campo, y no se vislumbran medidas para cambiar esa tendencia. El Banco Central tiene vendidos dólares a futuro para octubre a 3,08 pesos por unidad, que por ahora significa mantener el dólar bajo y las tasas de interés altas.
Por primera vez en cinco años hay dos proyectos en pugna.
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