CRECIMIENTO E INFLACIóN
› Por Alberto Müller *
La inflación es actualmente uno de los problemas importantes. No es el único. La brecha social sigue abierta, y el aumento de precios es un factor que tiende a profundizarla. Pero cualquier persona razonable convendrá en que estamos mejor que en la convertibilidad. Entonces la actividad estaba más que fría y el desempleo atornillado en los dos dígitos. La ortodoxia nos introdujo en el déficit fiscal o externo (sin crecimiento había superávit externo pero déficit fiscal) y en el endeudamiento impagable. Eso sí, los precios estaban quietos, e incluso en deflación.
Hay entonces un déjà vu en la propuesta de enfriamiento por la vía “normal”: elevación de la tasa de interés y revaluación cambiaria. Aplicar ahora estas medidas sería algo así como el plan que el infausto Machinea nos propinó, abortando una tímida recuperación en curso entonces. Y si bien no estamos en un tren oriental (chino o indio), hay señales aleccionadoras que no deben desecharse: por ejemplo, una tasa de inversión en torno del 24 por ciento y un mercado de trabajo más tenso. Nadie en su sano juicio querría detener este proceso, lo que no quita reencauzarlo en lo que haga falta. Se supone que estamos frente a una oportunidad y que debemos aprovecharla para que quede alguna construcción duradera.
Revaluar y detener el crecimiento, además, torpedea el plano fiscal, porque el ingreso es más elástico al PIB que el gasto. Volveremos al Estado lanzado a la captura de fondos en el mercado financiero, elevando la tasa de interés. La trampa, otra vez la trampa.
Hay que hacer algo con la inflación. Pero otra cosa, porque parafraseando a Groucho, he visto una hermosa receta antiinflacionaria, pero no es ésta. La inflación hoy no responde a las causas tradicionales, sino a pujas que no encuentran freno. La prepotencia agropecuaria de estos días es un buen ejemplo. Hay dos maneras de detener las pujas: arbitrando o neutralizando a alguna de las partes. La convertibilidad hizo lo segundo; sabemos entonces que debemos hacer lo primero.
El camino debe pasar ante todo por un Estado que muestre estar al frente, como lo vimos con el atisbo de corrida cambiaria. Un Estado que no macanee estúpidamente con los indicadores, que exponga planes y que pacte acuerdos públicos de gobernabilidad, política y económica.
No será una receta fácil o simple. Pero nadie dijo que las cosas en economía son simples.
* Economista FCE-UBA.
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