Domingo, 24 de agosto de 2008 | Hoy
ALCANCES DE UNA DISCUSION “CLASICA”
El debate sobre las retenciones móviles permitió un acercamiento a la cuestión agraria, emergiendo con fuerza el tema de la renta de la tierra.
Por Claudio Scaletta
Al margen del los consensos que suscitan, algunas teorías económicas brindan mejores respuestas que otras en función de sus “énfasis”. Por ejemplo, si la pregunta es por la distribución del plusvalor, es probable que la mejor destinataria sea la teoría clásica. Si la pregunta es por el mercado, puede ser mejor preguntarle a un neoclásico. La aclaración inicial vale para considerar uno de los temas que comenzaron a desvelar a algunos académicos tras el lockout de los terratenientes de la Pampa Húmeda: la estructura del bloque de poder agroexportador consolidado a partir de 2002.
Es previsible que el punto “excite” a quienes trabajan en la tradición clásica porque pone en primer plano las viejas discusiones recordadas como ricardianas, pero que también son smithianas y marxistas, sobre la distinción entre renta de la tierra y ganancia capitalista. Vale reconocer que en el capitalismo avanzado esta separación comienza a diluirse entre espejos y resulta cada vez más difícil tratar a la tierra como un “factor productivo” distinto del capital, pero esta es otra discusión. La distinción inicial fue dicha durante el auge del conflicto y hasta formó parte de las legitimaciones más sofisticadas de las retenciones móviles. El actual secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, lo expuso en el Congreso durante el debate por la 125 cuando sostuvo que en el campo argentino existe una estructura de distribución del ingreso de “doble piso”. Traducido a la terminología de los economistas clásicos esto quiere decir que el plusvalor generado se distribuye en renta para el propietario de la tierra y ganancia para el sujeto activo del proceso de producción, el capitalista. Los clásicos estaban fascinados con este último sujeto porque era también el actor de la transformación radical del modo de producción que dio origen a la propia ciencia, la economía política, por eso tendían a ver como más legítima su participación en la distribución de la riqueza.
En muchos casos rentista y capitalista son uno solo, pero regresando a la aldea se dice que el 80 por ciento de las tierras pampeanas están arrendadas. La “ganancia” de cualquier explotación, entonces, debe dar para que gane el capitalista y para pagar al rentista. Si el análisis terminase aquí no se habría salido de los debates del siglo XIX, pero el presente suma 200 años de desarrollo capitalista y, en consecuencia, el aumento de los requerimientos de escala del proceso de producción. La maquinaria de siembra directa, los grandes tractores con control satelital, la agricultura de precisión, las aplicaciones de ingeniería genética. Es decir, todo ese conjunto de “vanguardia tecnológica” exaltado por los suplementos sabatinos (y contrario a la vieja imagen de la ranciedad conservadora, vacuna y oligárquica del sujeto social involucrado) ya no se paga con 200 hectáreas en la zona núcleo. Es necesaria otra escala.
El resultado social es que el pequeño capitalista dinámico del campo se quedó con sus hectáreas, arrendó más, generó empresas de servicios para amortizar las nuevas maquinarias, etc. Luego, el 80 por ciento de la tierra está arrendada. Esta es la radiografía sobre la que puede dibujarse el cuerpo del nuevo bloque. Y con el cuerpo vienen los números, la tarea más ardua.
En una flamante investigación sobre “Los cursos de apropiación de la renta de la tierra agraria 1882-2007” Juan Iñigo Carrera recoge el guante dejado por el reciente conflicto para los economistas de la tradición clásica. Allí presenta un dato que sólo en apariencia violenta una ley clásica, como es la tendencia a la igualación intersectorial de las tasas de ganancia y afirma que, salvo momentos marcadamente excepcionales, la tasa de ganancia del capital invertido en el agro se ubicó significativamente por encima de la del capital invertido en la industria. “A partir de 2002 la diferencia entre ambas tasas alcanzó niveles nunca vistos anteriormente, llegando a su máximo histórico absoluto en 2007.” Mientras que en 2001 esta tasa rondaba el 21 por ciento anual (sobre el capital desembolsado), en 2007 superaba el 56 por ciento. En el mismo año la tasa de ganancia de la industria rondaba el 16 por ciento. El diferencial de tasas evidencia “la presencia sistemática de una ganancia extraordinaria” que, entre otras cosas explica el ingreso de capitales extrasectoriales, como los financieros y sus estigmatizados pooles. Pero en rigor, la parte “extraordinaria” de la ganancia es la renta, tanto la emergente de “las propiedades naturales e inmanentes de la tierra” como la que surge de los precios externos. La diferencia entre 56 y 16 por ciento es entonces la que permite el sistema de distribución de “doble piso” y la puja por el reparto del excedente entre los actores del circuito y entre los actores y el Estado. Un conflicto que no se explica por límites en la rentabilidad sino por distribución de riqueza.
La Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario liberó la exportación de 1,4 millón de toneladas de trigo de la campaña 2007/2008.
Argentina exportó durante el primer semestre del año 7,4 millones de toneladas de productos de origen animal y vegetal a la Unión Europea, con un alza interanual del 40 por ciento, informó el Senasa.
La Oncca autorizó el pago de aportes no reintegrables a productores tamberos por 2,1 millones de pesos, y compensaciones por más de 8,5 millones.
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