ENFOQUE
› Por Enrique M. Martinez *
Toda la prensa internacional y buena parte de la dirigencia política del planeta tienen la mente absorbida por los efectos de la nueva debacle financiera de los centros especulativos del mundo central. El hecho no es para nada nuevo, salvo que su magnitud cuantitativa, al originarse esta vez en las hipotecas de inmuebles de todo tipo, incluyendo por supuesto la vivienda familiar, tiene y tendrá efectos importantes en la economía real.
Es necesario salir un momento de la espectacularidad de la dimensión de los fondos de salvataje y de la desconfianza profunda de los actores, para ratificar una y otra vez que el problema es recurrente: lo causa la existencia de grandes masas de dinero que por vocación o por falta de oportunidades se destinan a la especulación en lugar de la inversión. Se busca fabricar dinero con dinero, en lugar de pasar por la producción de bienes o de servicios.
La letra chica de la ley aprobada en Estados Unidos incorpora varias iniciativas de los senadores para favorecer la inversión, que buscaron cubrir el grosero déficit de ideas del proyecto enviado por George Bush.
Esa letra chica ayuda a entender dónde creen esos senadores que falta inversión en el Norte. Esencialmente buscan estimular a las llamadas iniciativas verdes, que mejoren la ecuación energética, con una mayor proporción de energía renovables y a los pequeños industriales o comerciantes. De la pobreza o de las diferencias por origen racial no se habla. Allí siguen pensando que el derrame resuelve las cosas. Pero allá ellos.
¿Qué podemos aprender y hacer en casa en estas circunstancias?
Ante todo convendría cortarla con esa avidez de medios y de economistas para entender en qué nos afectará coyunturalmente esta crisis. Conviene ser más ambiciosos, por varias razones.
Primero, porque con el tratamiento actual la cuestión gira hacia discutir qué hacer con los ahorros, lo que interesa a una fracción menor de la población, cuando el problema nos debe preocupar a todos.
Segundo, porque se convalida esta idea que nada de fondo se puede hacer; que la vida viene y va, y que cuando aprieta la tormenta hay que agarrarse a un árbol hasta que pase.
Aun alejándose de la lógica del ahorrista a plazo fijo, la mirada actual en la Argentina es limitada, por no decir pobre. Hemos descubierto que en términos financieros locales no deberíamos tener descalabros y, por lo tanto, los principales problemas surgirán de las dificultades que tengan otros, los que nos compran bienes. En efecto, la primera evidencia de que esa lógica podría ser correcta es que la demanda de autos y autopartes de Brasil ya se resintió, porque allí la ola de la “pálida” financiera ya llegó a la economía real. La segunda evidencia es que la burbuja especulativa, que abarcaba a los precios de los granos, reventó con tanta fuerza que ahora los precios deberán rebotar luego de llegar por debajo del piso esperable, determinado por la fuerte demanda real. Los dirigentes agropecuarios, de mirada más que corta, miope, se limitan a gritar reclamando el auxilio del Estado, entendiendo como natural un escenario basado en la cómoda exportación de granos sin procesar o con transformación mínima.
Es cierto. Esa es la situación hoy. Pero también la dependencia era la misma cuando la crisis del Tequila; cuando quebraron las sociedades de ahorro y préstamo en Estados Unidos; cuando se especuló al alza con soja y petróleo. O sea, siempre.
¿Se puede cambiar? Sí.
¿Se buscó cambiar? No.
La magnitud de la crisis actual y, por ende, de los volúmenes de dinero volador presenta paradójicamente una oportunidad muy relevante. Basta aplicar el mismo método que los senadores estadounidenses, pero en serio. Esto es: identificar dónde falta inversión en la Argentina y promoverla a fondo. Si se quiere simplificar, para que todos entiendan, cuatro ideas centrales:
1. Tenemos que salir de las exportaciones sin valor agregado. No sólo porque hoy generamos trabajo en otros países que se pierde acá sino también porque la carne de pollo o de cerdo o la leche en polvo sufren mucho menos las burbujas especulativas de los mercados a término. Menos cuanto más a medida de las necesidades del comprador es el producto vendido.
2. Tenemos mala distribución espacial de la producción. El Norte argentino, una parte de Cuyo y una parte de la Patagonia ni siquiera aprovechan sus recursos naturales de manera eficiente.
3. Tenemos mala distribución del ingreso. Por encima del tironeo salarial actual, el problema necesita una política agresiva para construir tejido productivo que reduzca nuestro déficit comercial de más de 15 mil millones de dólares anuales en bienes industriales. La manera más corta de mejorar la distribución del ingreso es tener más industria de buen nivel técnico.
4. Estamos muy lejos de una economía verde. Necesitamos mejorar nuestro medio ambiente, procesar nuestra basura, usar de manera eficiente la energía, usar más energía solar o eólica. Necesitamos incorporarnos a la producción de autos híbridos, con mucha tecnología nacional.
Una política a la vez agresiva y solvente para cubrir todas estas brechas no sólo podría absorber el ahorro nacional sino incluso convocar a parte del ahorro argentino hoy colocado en el exterior. Se necesitan instrumentos adecuados para canalizar la inversión. Se necesita mucha técnica aplicada. Sobre todo se necesita que toda la dirigencia política argentina se convenza de que la mejor –tal vez la única– manera de escapar de las crisis recurrentes del loco capitalismo con excedentes financieros es creer en la economía real y, en consecuencia, marchar a contramano de la tendencia del mundo central.
* Presidente del INTI.
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