ENFOQUE
› Por Daniel Azpiazu y Martin Schorr *
La reciente “irrupción” de la crisis internacional y las medidas “anticrisis” implementadas en otros países (en especial, las devaluaciones en Brasil y Chile) han generado las condiciones para que a nivel local gane consenso la idea de que “hay que devaluar”. Se trata de una visión compartida por el sector empresarial (la UIA principalmente), un amplio arco de la academia y diversos referentes del sistema político. En todo caso, la discusión gira sobre si la suba del tipo de cambio tiene que darse en forma de shock o gradualmente.
Para esos sectores, un mayor nivel cambiario constituiría un estímulo clave para fortalecer al sector industrial en esta coyuntura compleja y preservar las fuentes de trabajo. Naturalmente, en estos planteos en pos de una devaluación nada se dice respecto de lo sucedido entre 2002 y 2007, bajo la vigencia de un “dólar alto” y una suerte de “piloto automático” en materia de políticas hacia la industria.
Entre esos años, el fuerte crecimiento fabril permitió desandar en parte el proceso de desindustrialización iniciado en 1976 y derivó en una importante creación de puestos de trabajo. Pero también se consolidaron muchos aspectos críticos del regresivo modelo desindustrializador:
n Redistribución del ingreso en detrimento de los trabajadores y las pymes. En el marco de la crisis de 2002, la transferencia de recursos al capital, en particular a los sectores más concentrados, estableció un nuevo estadio en la distribución del excedente que, de allí en más, hasta la paulatina erosión de las ventajas “competitivas” del “dólar alto”, devino en holgadas tasas de ganancia (muy superiores a las de los ’90).
n Mayor concentración económica: en 2007, las 100 empresas más grandes explicaron el 43 por ciento del PBI industrial, frente a un 32 por ciento en 2001 y un 24 por ciento en 1993.
n Acelerada centralización del capital con eje en una creciente extranjerización.
n Afianzamiento de una modalidad de inserción del país en el comercio mundial pasiva y subordinada, a favor de un mayor predominio exportador de la elaboración de commodities y la “armaduría automotriz”. En todos los casos, controladas por un puñado de grandes firmas, en su mayoría transnacionales.
n Profundización del carácter trunco de la estructura industrial por los marcados déficit que presenta la misma en segmentos estratégicos, como los ligados a la elaboración de bienes de capital. Prueba de ello es que el crecimiento reciente conllevó un incremento notable de las importaciones de manufacturas: en 2007, el sector fabril registró un déficit comercial superior a los 1100 millones de dólares.
n Débil formación de capital, con fuerte apoyo estatal vía desgravaciones impositivas, y muy sesgada hacia los núcleos oligopólicos predominantes.
Se trata de elementos críticos que se manifestaron en una fase expansiva nacional e internacional. Es decir, se dieron antes de la irrupción de la crisis internacional y no a raíz de ella. En ese marco, una vez más el tipo de cambio se presenta como la variable “salvadora” y, como tal, pretende ser impulsado como el eje ordenador casi excluyente de la política estatal hacia los sectores manufactureros.
Sin embargo, por las características sobresalientes del actual escenario internacional y el cuadro descripto de la trayectoria industrial 2002–2007, se plantean muchas dudas en cuanto a que la devaluación por sí misma (esto es, sin políticas activas que la complementen e incluso la trasciendan) siente las bases necesarias para una nueva e importante expansión fabril con preservación de las fuentes laborales y considerables mejoras distributivas (que continúen morigerando la brusca transferencia de recursos al gran capital, desencadenada a partir de la implosión de la convertibilidad). Ello, básicamente por dos factores:
1. En el marco de una de las crisis más profundas del sistema capitalista a escala mundial, las ganancias de “competitividad-precio” asociadas a una devaluación en la Argentina no necesariamente van a redundar en mayores exportaciones industriales. Las perspectivas de la demanda internacional, si bien inciertas, se inscriben en una marcada tendencia recesiva. Pero seguramente propiciarán una caída de los salarios de los trabajadores argentinos en dólares para beneficio de los grandes exportadores y en el salario real, salvo que la manipulación de los índices de precios por el Indec “intervenido” la oculte. Dada la estructura de los mercados industriales es muy discutible la afirmación, ampliamente difundida en el medio local, de que la devaluación no se traduciría en incrementos de los precios internos, básicamente por el “parate económico” existente. Al respecto, cabe recordar lo sucedido a fines de la convertibilidad, cuando desde diversos ámbitos se señalaba que si se devaluaba no habría inflación porque el alza de precios tenía un límite en la aguda recesión económica que atravesaba el país. Sin embargo, en 2002, el PBI global y el industrial cayeron un 11 por ciento, los precios minoristas crecieron un 26 y los mayoristas un 77, el salario real se contrajo un 25 por ciento y la pobreza y la indigencia aumentaron exponencialmente. ¿Se supone que los actuales promotores de la devaluación no pretenderán que la misma tenga la intensidad y los rasgos de 2002?
2. Ante la retracción económica e industrial verificada en el último tiempo en el país, también surgen interrogantes en cuanto a que el “dólar alto” supondría un mayor crecimiento industrial por vía de una sustitución de importaciones por producción nacional. En todo caso, en el actual escenario local, signado por una desaceleración industrial, y en ausencia de políticas activas que complementen o trasciendan el “dólar alto”, es de esperar una caída en las importaciones, pero no un proceso virtuoso y sustentable de sustitución de importaciones que desande el sesgo trunco de la estructura fabril.
En este sentido, de persistir, como se prevé, el actual cuadro internacional, las medidas recientemente anunciadas (“blanqueo” de capitales, impositivo y laboral sin segmentación alguna, obra pública, creación del Ministerio de la Producción) difícilmente logren evitar el señalado ajuste regresivo. En otras palabras, es poco probable que estas medidas contribuyan a revertir o morigerar el cuadro existente y las críticas “herencias” del neoliberalismo instaurado con la dictadura militar, profundizado en los ’90 y aún no revertido en la postconvertibilidad.
De lo dicho se desprenden varios elementos de juicio en cuanto a los límites y el contenido de clase del planteo “hay que devaluar” y del “dólar alto” como eje ordenador prácticamente excluyente de la política económica hacia la industria. De allí se sigue la necesidad de redireccionar el debate, máxime si a lo que se aspira es no sólo a capear el temporal de la crisis mundial sino también, y fundamentalmente, a avanzar en una reindustrialización sustentable de la Argentina con generación de empleo y redistribución del ingreso.
* Investigadores Flacso.
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