EL BAUL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Así como uno (si tiene suficiente edad) puede recordar dónde estaba o qué hacía cuando se enteró de la muerte de Kennedy, o del arribo del hombre a la Luna, también podría recordar cuándo, cómo o con quién aprendió cada capítulo de la ciencia económica. Por caso: seguramente aprendió programación lineal o la curva de ingreso marginal del monopolista en algún curso, elemental o avanzado, de Microeconomía; y los anillos de Thünen, en algún curso de Economía Internacional (difícilmente, pero acaso sí, en uno de Economía Espacial). Y en aquel momento, si era estudioso, aquellos conocimientos, que después de la clase le quedaron como prendidos con alfileres, trató de fijarlos con hilo grueso leyendo algún buen texto, que no dejaba de ser una versión de segunda mano de aquellas teorías. Más tarde, si las vueltas de la vida lo llevaron a ser docente de economía, procuró saber más que el simple estudiante y trató de reconstruir su conocimiento a partir de las fuentes: procuró conseguir y leer el texto de Joan Robinson sobre competencia imperfecta (1933), el artículo de Dantzig (1947) y el más dificultoso de Von Thünen (1826), sólo disponible en alemán. Si estas experiencias, de reconstruir un conocimiento desde adentro, pudieron haber sido placenteras, qué no podrá decirse si usted se cuenta entre los poquísimos que buscan asociar la ciencia económica general con sus manifestaciones argentinas, y justo viene a descubrir que los tres casos fueron planteados primero en este país: los anillos de Thünen, por el ingeniero Pedro A. Cerviño, en 1801; la curva del ingreso marginal, por el ingeniero Teodoro Sánchez de Bustamante, en 1918; y los modelos con inecuaciones, por el doctor en Ciencias Económicas José Barral Souto, en 1941. Estos conocimientos, poco difundidos y que refutan la idea de que en la Argentina no hubo economistas, como sostenía el precursor de las presentes notas, el doctor Enrique Silberstein, aparecen reunidos en Economía y economistas argentinos, libro del autor de “El baúl de Manuel”, y que en cierta forma se construyó a partir de anteriores notas como ésta, publicadas desde 1991, y que este jueves 14 mereció el reconocimiento de la Academia Nacional de Ciencias de la Empresa, por lo cual expresamos nuestro sincero y profundo reconocimiento. Pero el libro no agota el tema, que queda abierto para todos los que deseen continuar el trabajo.
Para alumnos excelentes la expresión “primer cero” tiene resonancias como las que Waterloo habrá tenido para Napoleón. Recuerdo que una vez un alumno me conectó con un señor, propietario de un Citroën y poseedor de una respetable cantidad de libros, que no leía y cambiaba por dinero, al que ahorraba para cambiar de vehículo, y repetía “¡Un Ami ocho!”, con tanto arrobo, que parecía alcanzar irresistibles excitaciones de su libido. El señor de clase media-baja que nunca pudo acceder a un cero kilómetro, y que le serviría para ser más eficiente cuentapropista, seguramente experimentará lo mismo ante el reciente anuncio de allanar el camino del comprador que desee o necesite adquirir rodados. Para mí, que deambulo con un modesto vehículo por esas autopistas porteñas, sintiéndome como un visitante del zoológico, el anuncio me hace sentir que de pronto se van a abrir todas las jaulas. Es que una alta proporción de automovilistas circula, no como queriendo compartir de la mejor manera un espacio único y común, sino como una fiera que ha sido agredida y que desea tomarse venganza como sea y contra lo que sea: ¿este que va adelante a 130 y yo le hago luces, sin que se aparte y me ceda el paso a mí, para ir a 150?, pues le pongo mi camioneta pegada a su cola y le hago luces. ¿Que los carteles indican una máxima de 130 y yo quiero ir a 160 o más? Pues disfrazo mi patente trasera de todas las formas posibles: con una cintita antienvidia colgando, con una tela adhesiva tapando un número, lijo los números dejándolos ilegibles, o a ciertos números les añado un pedacito en blanco, o les tapo un pedacito con negro, para que en la imagen de la multa fotográfica parezca otro número. Etc., etc. Dado que la promoción del “primer cero” tiene por fin estimular la industria automotriz, sosteniendo o expandiendo el número de unidades producidas, es decir, cuantas más mejor, debe pensarse que habrá un alto número de “beneficiarios”, con el consiguiente incremento de delitos automovilísticos. Cabe imaginar una actividad preventiva de tales delitos, que podría consistir en: 1) la reválida del carnet de conducir, con un examen de manejo; 2) la “charla” a los que gestionan renovar dicho carnet; 3) la entrega de un Manual del conductor, bajo apercibimiento de que la violación de las prescripciones allí contenidas llevará al retiro del carnet, lo que supone la imposibilidad de manejar el “cero”.
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