Domingo, 21 de diciembre de 2008 | Hoy
ENFOQUE
Por Jean-Claude Milner *
“Es la crisis de un capitalismo desconectado de sus recursos naturales.”
Libération, 8 de octubre de 2008. Todo el mundo lo dice: asistimos a la conjugación de dos crisis, la crisis financiera y el aumento de las materias primas, especialmente de las fuentes de energía. Más allá de la tautología “hay crisis porque hay crisis”, se explica menos claramente por qué la coyuntura ha dado un giro espectacular, sobre todo en los Estados Unidos.
Examinemos en primer lugar la crisis financiera. La burguesía europea se preocupa de la seguridad del ahorro. La burguesía americana razona en cambio en términos de seguridad del crédito. Lo cual quiere decir concretamente la posibilidad de obtener fácil y rápidamente un préstamo. La ley del sistema es que se puede comprar un bien con dinero que no se tiene, porque se debería poder recuperar fácilmente el dinero de la deuda revendiendo el bien que se compró gracias a un préstamo. No solamente se puede reembolsar la deuda, sino además embolsar una plusvalía. El mecanismo es viejo. Un personaje de Billy Wilder lo resume en Sunset Boulevard: “Compré un rancho. Tomé prestado de mi seguro de vida para garantizar el préstamo. Este año, debo hipotecar mi rancho para pagar mi seguro de vida”. Las subprimes sólo han llevado el proceso al extremo. Esquematicemos: en Europa occidental, la última palabra es del patrimonio. Se podría decir que el crédito es el medio de constituirse un patrimonio. En los Estados Unidos, es lo contrario; el patrimonio es el medio de obtener un crédito. En resumen, el crédito es considerado un creador de valor por sí mismo.
Para que esto sea verdad, es necesario que nunca haya depresión. Desde el traumatismo de 1929, el sistema americano hace de todo para evitarlo. Desde 1940, su mayor medio es esa forma particular de intervención estatal que es una política de armamento. El enorme presupuesto militar americano no tiene como única función la de permitir intervenciones armadas; es también y sobre todo una forma de sostén permanente a la economía. Contrariamente a lo que se dice, el capitalismo americano es un capitalismo de Estado, salvo que el Estado no es ni un empresario ni un propietario, sino el mayor cliente. Nada es más estúpido entonces que sorprenderse por verlo intervenir en tiempos de crisis, porque incluso en tiempos normales interviene. La mano invisible, tras el crédito invisible, es él.
Vayamos ahora al segundo aspecto, las materias primas. Durante casi dos siglos, se ha podido establecer como axioma: supremacía capitalista y dominio de los recursos naturales van de la mano. Sin embargo, este vínculo no tiene nada de lógicamente necesario. Teóricamente se pueden separar el uno y el otro. Esta posibilidad teórica se realizará prácticamente desde los años ‘70. Las reservas petrolíferas americanas se agotan, los países productores se autonomizan. El capitalismo americano cambia de modelo. Desde entonces la supremacía capitalista se desconectará de los recursos naturales. Es una verdadera cesura en la historia del capitalismo. Su efectuación ha podido variar. En el lugar dejado abierto por la desconexión, se ha instalado la innovación tecnológica (opción japonesa, que acaba por fracasar), se ha instalado sobre todo estos últimos años la financiarización, opción de los Estados Unidos. Antaño se hablaba de un complejo militar-industrial, hoy se debería hablar de un complejo militar-financiero. Lo que acaba cerrando el círculo, ya que Wall Street descansa sobre el crédito. El crédito descansa sobre la ausencia de depresión. El presupuesto militar trata de volver la depresión imposible. En el horizonte de la depresión imposible, las herramientas financieras no tienen otro objetivo que el de prolongar y volver más complejo el recorrido entre los bienes materiales y la plusvalía. Cada etapa de esta prolongación crea supuestamente valor. Cuanto más complicado es el recorrido, supuestamente es más fecundo: el que domina el recorrido, domina la creación de valor.
Es este capitalismo, fundado sobre el crédito y liberado de los recursos naturales, el que arde hoy. ¿Por qué arde? Todo el mundo acusa a las subprimes. Con razón sin duda. Pero hay otras razones. Primera razón, a escala de los Estados Unidos. Si el capitalismo americano es militar-financiero, si los pedidos militares alzan una barrera contra la depresión y al mismo tiempo garantizan la creación de valor, entonces una condición debe ser respetada: no hay que servirse demasiado del ejército para fines de conquista. El gran error de los neoconservadores habrá sido el de creer, tras Léo Strauss, que los Estados Unidos tenían por misión ética corregir ese error histórico que constituía la derrota del Imperio alemán en 1918. Ellos concluyeron que el ejército americano, como el ejército prusiano, era principalmente un arma. Grave error, el ejército americano es secundariamente un arma y en primer lugar un medio económico. Como dejaba entender Colin Powell, lo que hay en juego en las cosas militares es demasiado serio para arriesgarlo en una guerra.
Segunda razón, a escala del mundo. Los poseedores de los recursos naturales ya no aceptan la desconexión. Quieren la supremacía. Es el discurso común de Chávez y de Rusia. Si Al Qaida sigue una lógica, es esta: el petróleo reina sobre el mundo. Ahora bien, algunos países musulmanes reinan sobre el petróleo, luego, etc. Segundo razonamiento: lo que opera la desconexión, es el capitalismo financiero. Las Twin Towers son el símbolo del capitalismo financiero, luego, etc. La crisis del capitalismo desconectado tiende a devolver el poder a los propietarios de la naturaleza. Sin embargo, la obra todavía no ha sido interpretada. La desconexión también se encuentra fuera de los Estados Unidos. En Europa y Asia, especialmente. Privada de recursos naturales, China ha elegido, a su vez, un capitalismo fundado en el crédito, gracias al cual transforma su mano de obra barata en yuans. A pesar de sus diferencias, India y Japón funcionan también según el régimen de la desconexión parcial o total. Si el sistema americano debiera hundirse, arrastraría tras él a la mayor parte de los países desarrollados o emergentes. Permanecería como protagonista el capitalismo ruso que obedece a una lógica estrictamente opuesta: (a) sobreabundancia de materias primas; (b) control por el Estado de su inserción en el mercado. Europa acepta tácitamente este futuro. ¿Pero China? ¿Y Japón? ¿Y la India? No está claro.
* Ex presidente del Collége International de Philosophie.
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