Dom 15.02.2009
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EL BAUL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Extraño amor

... o cómo aprendí a no preocuparme y amar la crisis

La relación más aceptada entre magnitudes macroeconómicas es la que vincula al consumo global [C] con el ingreso global [Y]. Ha habido discrepancias entre quienes creen que por ingreso debe considerarse el ingreso corriente o el “permanente”; o si el vínculo entre ambas magnitudes se representa mejor por una relación lineal, del tipo C = kY (k: constante), o una más general, del tipo C = C(Y). Tomemos la representación más simple. La relación, además, es directa y monótona, y la causación va de Y a C. Ello quiere decir, que si Y aumenta, C aumenta; y si Y cae, también cae C. Pero hay más: los cambios en C repercuten sobre Y. El consumo global comparte con la inversión, el gasto público y las exportaciones, la propiedad de que sus subas o bajas influyen en igual sentido sobre el ingreso nacional. Si de lo global bajamos a lo individual, entonces el consumo particular depende del ingreso disponible (y). En este último, el ingreso se ve acrecentado por subsidios (s) recibidos del Gobierno, y disminuido por tributos (t) que reducen el ingreso. La fórmula del ingreso disponible es, pues, y + s – t. Hoy por hoy, cada ciudadano imagina su y futuro con valor cada vez más bajo, ya sea por la crisis internacional, por la presión sobre la paritarias para limitar los ajustes salariales, o por el incremento del desempleo. Todo ello reduce el consumo. Por su parte, el Gobierno exhibe una inflexibilidad a la baja en ciertos gravámenes que recortan los ingresos disponibles de los particulares, como el IVA y las retenciones agropecuarias, a la vez que otorga la calificación de “emergencia agropecuaria”, que no exime de tributos, y se resiste a la calificación de “desastre agropecuario”, que sí exime. La suma de medidas va en conjunto a la reducción del ingreso disponible, es decir, a un menor consumo y como consecuencia a reforzar la reducción del ingreso y el incremento de la desocupación. No hace mucho, cuando se reclamaba alguna política antiinflcionaria, y la actividad económica continuaba firme, se dijo que de ningún modo se haría “enfriar” la economía. Más recientemente se exhortó a la población a consumir más. Sin ánimo de ofender, éste es un caso de esquizofrenia, más para el diván que para el escritorio. O como decía Böhm-Bawerk, un caso más para psicólogos que para economistas.

Feliz, feliz en tu día

Este jueves 12 de febrero Charles Robert Darwin cumplió 200 años. Y a la vez, de su principal aporte a la humanidad, el libro On the Origin of Species by Means of Natural Selection, el próximo 24 de noviembre se cumplirá el sesquicentenario de su publicación. La primera edición –1250 ejemplares– se agotó el mismo día que vio la luz. La obra revolucionó el pensamiento científico y religioso: Darwin se salvó de ir a la hoguera porque Enrique VIII oportunamente se desvinculó del Papado. En cuanto a la ciencia, Herbert Spencer intentó rehacer casi todas sus ramas desde el principio evolucionista, a partir de Sistema de Filosofía Sintética (1860). En ese programa, Alfred Marshall, el máximo divulgador de la economía neoclásica, aportó Principles of Economics (1890), obra que incorporaba los conceptos evolucionistas de lucha por la existencia y de supervivencia del más apto, y la tesis darwiniana de evolución por pequeñas mutaciones (“natura non facit saltum”), que interpretó como la condición matemática de continuidad, sobre la que se construye el cálculo infinitesimal, que Marshall generalizó a todos los campos de la ciencia económica. El principio de evolución referido al hombre sostuvo la transformación del mono en hombre: de lo inferior a lo superior. Cabe preguntar si tal evolución es ilimitada. Adam Smith (cap. 1 del Libro 5º de Riqueza de las Naciones) contestó que no siempre, que el trabajo manual y rutinario causa involución: el pueblo humilde, decía, “cuando se halla en condiciones de trabajar, tiene que dedicarse a algún oficio con el que pueda ganar para vivir. Este oficio suele ser tan sencillo y uniforme, que apenas les da ocasión de ejercitar su inteligencia... puede decirse de la torpe ignorancia y atontamiento que en las sociedades civilizadas entumece los entendimientos de las categorías inferiores del pueblo. El hombre incapaz de servirse debidamente de las facultades intelectuales resulta, si ello es posible, todavía más despreciable que el cobarde, y está como mutilado y deformado en una parte todavía más esencial de los rasgos de la naturaleza humana”. Incluso el marxismo intentó explicar la evolución del hombre a través del trabajo. La obra más representativa de Engels se publicó traducida en Buenos Aires (Editorial Anteo, 30 de mayo de 1958), con el raro título El papel del trabajo en la transformación del hombre en mono.

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