AGRO > DEBATE POR LAS TEORíAS DE LA RENTA
El conflicto con el campo permite revisitar a los economistas clásicos para comprender en términos amplios la intensidad de esa puja.
› Por Claudio Scaletta
Es imposible hablar de “renta de la tierra” sin remitirse a David Ricardo, uno de los padres fundadores de la economía política. Las retenciones post convertibilidad primero y, con toda su fuerza, la esmerilante movida tras la Resolución 125 después, trajeron al presente esta problemática. Para quienes piensan la economía en el marco de la tradición clásica fue tiempo de relecturas. Y como siempre que se trata de esta tradición, de relecturas luminosas. La luz proviene del poder explicativo de la teoría; un fuerte contraste con la decadencia neoclásica. Sin embargo, se trata de una luz que atraviesa dos siglos. Y no todas las verdades son eternas. Quizá sea necesario hacer una relectura no anacrónica de los clásicos. Leer lo que se escribió en un determinado contexto sociohistórico, como le gusta decir a los sociólogos, en el contexto actual. La lectura tradicional del pensamiento clásico es que en el proceso de producción intervienen tres factores; el trabajo, el capital y la tierra. Cada uno de estos factores tiene su retribución; el salario, la ganancia y la renta, respectivamente. La renta, entonces, es la “renta de la tierra”. ¿De dónde proviene esta renta? De las propiedades inmanentes del suelo, de sus condiciones naturales. Sobre esta concepción básica, se elaboraron luego teorías más sofisticadas. De gran utilidad para concepciones posteriores de la teoría del valor fue la teoría ricardiana de la renta diferencial, que muestra como el nivel de renta es determinado por las parcelas más fértiles. Debe tenerse en cuenta que la economía política es la ciencia del capital, su nacimiento es contemporáneo al del capitalismo, y aun en férreos críticos como Karl Marx, se advierte una clara admiración por el nuevo modo de producción. Las concepciones teóricas nacientes, entonces, reflejaban el enfrentamiento con el antiguo régimen. De los industriales saintsimonianos, hoy diríamos empresarios shumpeterianos, versus la vieja nobleza rentista. El sesgo valorativo en favor del capital, motor de los nuevos tiempos, resultaba evidente. Finalmente, el planteo ricardiano era, como en el presente, un problema de distribución a favor del capital. Si la renta es una propiedad inmanente de la tierra, no hay que hacer nada para obtenerla y alcanza con el ocio contemplativo del crecimiento de las mieses. Todo lo contrario ocurre con la ganancia, que es producto merecido del carácter industrioso del capitalista.
Pero traer al presente esta concepción no está exento de problemas, porque el modo de producción capitalista en el campo no es el feudal. Que haya problemas quiere decir que no hay una respuesta acabada o unívoca. En tanto existe un nivel de rentabilidad tal que permite el famoso sistema de doble piso en la distribución de los resultados de la producción agraria, quiere decir que hay una ganancia muy por encima de la ganancia media. El economista clásico verá entonces confirmada su teoría. Dirá que esa masa suma renta y ganancia, lo que en el mundo de los actores se confirma con la presencia del rentista. Se estima, por ejemplo, que el 60 por ciento de la producción local de soja se realiza sobre superficies alquiladas.
¿Pero qué pasa con aquellos cultivos que no permiten este doble piso? O bien, ¿qué pasa cuando los contextos económicos internacionales anulan el diferencial? ¿En estos casos desaparece la renta o disminuye la ganancia? Es muy probable que el problema se solucione, al menos desde la economía, considerando a la tierra como cualquier otro capital. De hecho, en la agricultura moderna para mantener la fertilidad “inmanente” de los suelos se necesita capital a través del agregado de fertilizantes y la producción demanda cantidades de capital suficientemente grandes como para que el aporte de las “propiedades naturales” sea marginal. El precio de los bienes agropecuarios, además, se determina como el de cualquier otra mercancía. Lo mismo ocurre con las valuaciones de los campos, de la tierra, que son conducidas por la rentabilidad esperada. No parece haber mayores razones para considerar de manera distinta al que alquila un campo del que alquila otro bien inmueble, como un departamento. ¿Por qué uno se considera capital y el otro no? Una respuesta podría ser que la tierra preexiste al capital y no es producto humano o trabajo acumulado, como el capital. Sin embargo, bajo el modo de producción capitalista la tierra funciona como cualquier otro capital y es también una mercancía. No hace falta regresar al siglo XIX o a la visión fisiócrata de que la tierra genera riqueza per se para justificar las retenciones. No hay problemas con decir que las retenciones gravan ganancias extraordinarias (y no rentas extraordinarias) originadas en la naturaleza de la demanda mundial o en diferenciales cambiarios y no en la fertilidad de la Pampa, el ciclo del agua y el calor del sol. Salvo que se acepte aquella pancarta leída durante la revuelta campera que rezaba: “Somos la tierra y el paisaje”
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