EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
El seleccionado nacional de fútbol participaba de las Eliminatorias para el Campeonato Mundial Africa 2010. Ese sábado nuestro equipo recibía en el Monumental al seleccionado colombiano. Al mismo tiempo, en la política, dos partidos pugnaban ferozmente por ganar las simpatías de los electores. Con un detalle: el candidato opositor al Gobierno era nativo de Colombia. ¿Cómo no aprovechar una oportunidad así para desacreditarlo? Se lo intentó, reproduciendo su efigie en carteles de grandes dimensiones, con sus mejillas pintadas con los colores de Colombia, diciendo: “¿saben a qué equipo alentaré el próximo sábado?”. Conocidas nuestras inclinaciones deportivas, era como insinuar: “éste nos traicionará, alejémonos de él”. Dada la beligerancia política, es más que obvio de qué facción provenía el afiche, precisamente de aquella que más debía mostrar respeto por el orden jurídico. Por desgracia, este país fue pródigo en generar motivos para tener que elegir, muchas veces, entre el exilio o la vida. Y ello nunca se consideró razón suficiente para privar de plenos derechos de argentinidad a los hijos de argentinos nacidos en el extranjero. La Constitución equipara (art. 89) al nacido en el territorio argentino con el hijo de ciudadano nativo, habiendo nacido en país extranjero. Bien sabía Alberdi que los hombres no son plantas –que nacen, se desarrollan y reproducen en la tierra–, sino que son lo que son por la sociedad en que se insertan y a la que aportan. En el año del Bicentenario, ¿puede considerarse pequeño aporte haber presidido aquella gloriosa Primera Junta de Gobierno patrio? Pues bien, tal presidente tenía iguales características que las del aludido por el infamante cartel. En un país con un Estado omnipresente, ¿puede considerarse poco mérito haber creado el estudio de las finanzas públicas en el país, y haber sido ministro de Hacienda de tres presidencias (Luis Sáenz Peña, Roca y Quintana)? Fue el caso del doctor José Antonio Terry (una calle en Caballito lleva su nombre), a juicio de Carlos Saavedra Lamas “el verdadero iniciador de esta materia” en la UBA. En un país que sostiene el culto católico, ¿no fue valioso haber tendido un puente entre la economía y la religión? Fue el caso del profesor Emilio Lamarca (también una calle lleva su nombre). Todos ellos nacieron en el exterior y no fueron menos argentinos que Belgrano o San Martín.
Se dice que en los municipios del conurbano tuvo origen la siguiente historia: en un restaurante, un comensal ordenaba varios platos de comidas ordinarias y luego un plato de comida fina. El mozo, extrañado, se acerca y le pregunta el porqué de una conducta tan particular. “Pues pasa –le contesta– que tengo parásitos y primero les doy de comer a ellos y después almuerzo yo tranquilamente.” Asqueroso, ¿no? Pero no tanto, quizá, como la historia real que originó el cuento. En los distintos cordones del conurbano, y aun en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, durante años se siguió una secuencia temporal distinta para el flujo de ingresos y el de gastos. Respecto del primero, los municipios tienen constantemente abiertas sus cajas para percepción de impuestos. Pero respecto del segundo, hay un corte en el tiempo que divide en dos segmentos el flujo de egresos: el más breve, poco antes de las elecciones municipales, en el que se percibe cierto esfuerzo por marcar la presencia del gobierno municipal, con obras que le mejoran “la cara” a calles y lugares del municipio, como relleno con alquitrán de las grietas del pavimento, poda de árboles, relleno de baches, pintada de señalizaciones viales, etc. Todo ello, ejecutado con personal del municipio y con materiales baratos, solía verse dos o tres semanas antes de las elecciones municipales, lo cual, además de producir un clima de renovación, no dejaba de proponer el interrogante sobre dónde estaba y en qué gastaba la plata el municipio en el resto de su período de gobierno. La sospecha de los más desconfiados era: “se la gastan en ellos”, lo cual se confirmó en causas judiciales. Hoy vemos otra realidad. Acaso motivado por el hastío del simple ciudadano con los trucos de la clase política, que se reflejaría en una gran fuga de votos, el anzuelo para el indeciso es mostrar que se hace, no mera cosmética, como rellenar agujeritos o pintar calzadas, sino obras públicas de calibre mayor, tales como líneas de cloacas, recapado de asfalto en tramos de varias cuadras y renovación de tramos largos de pavimento de hormigón. Se trata de un gasto-anzuelo mucho mayor que el de anteriores oportunidades, que no podemos dejar de vincular con la adhesión de los respectivos intendentes a las cuestionadas candidaturas “testimoniales”. ¿En qué consiste el poder? Ya lo aclaró Calderón de la Barca: “Poderoso caballero es el dinero”.
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