Domingo, 11 de julio de 2010 | Hoy
EL CASO L’ORéAL
Por Carlos Weitz
Durante casi un año, Pascal Bonnefoy –el mayordomo de lujo contratado por la mujer más rica de Francia– se ocupó de servirle a la señora de la casa, Liliane Bettencourt, dueña de la empresa L’Oréal, una taza de té en una bandeja plateada acompañada por una abundante variedad de bombones. El mayordomo se ocupaba también de ocultar discretamente un grabador recubierto por una fina tela negra en una cercana mesa del living para registrar secretamente las conversaciones que la multimillonaria mantenía con sus visitas, entre las que se destacaba el administrador de su fortuna, Patrice de Maistre.
La publicación de estas conversaciones privadas desató una tormenta política en Francia que salpicó hasta el propio presidente Nicolas Sarkozy. De las mismas surge que la multimillonaria olvidó declarar ante la autoridad impositiva francesa algunas propiedades, como una isla (pequeña) que tiene en el archipiélago de Seychelles y algunos activos por cerca de 800 millones de euros. El affaire impositivo no termina allí, ya que también se descubrió que el Estado francés le había reintegrado a la potentada impuestos por cerca de 30 millones de euros, gracias a una medida del gobierno de Sarkozy que estableció un límite del 50 por ciento a la tasa del impuesto a las Ganancias para ciudadanos de elevados recursos. Para mayor bochorno se descubrió que la empresa que administraba la fortuna de Liliane había contratado a Florence Woerth, la esposa del ministro de Trabajo francés, Eric Woerth, quien era el responsable de administrar el presupuesto francés al momento de abonarse el reintegro impositivo a la acaudalada empresaria.
En las conversaciones aparece una y otra vez mencionada “la esposa del ministro, que trabaja para nosotros”. Aconsejada por su gestor, Liliane Bettencourt hizo sucesivas y cuestionadas donaciones para campañas electorales de políticos de derecha, entre los que se destacan Sarkozy y Eric Woerth.
En las grabaciones se distinguen las voces de los interlocutores que, forzados por la sordera de la millonaria, se ven obligados a repetir todo varias veces. Incluso en una ocasión se escuchan los ronquidos de la potentada. Sin embargo, las penurias de la anciana Liliane empezaron tiempo atrás, cuando en 2008 su hija Françoise Bettencourt denunció ante los tribunales al famoso fotógrafo y amigo de su madre, François-Marie Banier, por “abuso de debilidad”, acusándolo de aprovecharse de la senilidad de su anciana progenitora, induciéndola a efectuarle regalos por una cifra cercana a los mil millones de euros repartidos entre cheques multimillonarios, cuadros de Picasso, Dalí y Matisse, además de –obviamente– una isla (pequeña). De las grabaciones también parece desprenderse que la multimillonaria (26 años mayor que su afortunado amigo) tenía la memoria un poco débil, ya que en una ocasión le preguntó a su administrador: “¿Y yo le regalé una isla a François-Marie Banier?”, recibiendo como flemática respuesta: “Bueno, sí, madame Bettencourt, pero el problema no es ése; el problema es que él, al menos, debería ocuparse de mantenerla”.
La prensa ha informado que la adorada hija, preocupada por la salud de su anciana progenitora, sostiene que ésta le entregó esa fortuna al (relativamente) joven fotógrafo debido a que sufre un trastorno neurológico desde 2002 que afecta a su equilibrio mental, pidiendo en sede judicial que le otorguen la tutela sobre todos los bienes de su madre.
A esta altura del culebrón no queda claro si lo que se está discutiendo en Francia es cómo debe relacionarse el Estado con los empresarios más poderosos guardando cierto decoro, o qué extraños caminos encuentran los hijos para expresarles afecto a sus padres cuando hay algunas monedas de por medio
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