› Por Federico Bernal
Philip McMichael nació en Adelaida, capital del Estado de Australia del Sur. Es actualmente profesor de Sociología del Desarrollo en la Universidad de Cornell, Estados Unidos. Ha sido autor de varios libros dedicados a la cuestión agraria y los sistemas alimentarios globales y su relación con el capitalismo internacional. Sus artículos aparecen en infinidad de revistas especializadas, mientras que la FAO lo ha tenido como consultor. Este prestigioso investigador dialogó con Cash sobre todos esos temas, que en la Argentina toman cada vez más temperatura por el debate sobre las retenciones agropecuarias y la consolidación del modelo de agronegocios.
McMichael conoce perfectamente el caso argentino. En un artículo que publicó en una revista internacional no bien terminó el conflicto por la Resolución 125, destacó que desde 2007 varios países como India, Pakistán, Ucrania y China –no sólo la Argentina– ejecutaron políticas de freno a la inflación global de alimentos a través de la imposición de derechos a la exportación de granos.
¿Fueron efectivas esas medidas?
–Haber aplicado restricciones a las exportaciones de granos, ya sea con mayores impuestos o con la limitación en el volumen de envíos permitidos, fue importante durante la crisis inflacionaria como mecanismo para la provisión segura y barata de alimentos a la población de esos países. Ahora bien, no estoy muy seguro de si cabe responder en términos de “eficiencia”, puesto que creo que no pasa por allí lo que verdaderamente está y estuvo en juego. Las restricciones a las exportaciones reducen la disponibilidad mundial de alimentos con el consiguiente impacto en los programas de ayuda alimentaria, razón por la cual medidas de este tipo deben ser consideradas como algo temporal. Quiero decir, contrarrestar crisis del estilo con reflejos nacionalistas puede resolver el problema durante un tiempo, pero sólo la “redomesticación” de la agricultura podrá reducir el tránsito hacia un sistema mundial que tiende progresivamente a alimentar a los ricos a través de un régimen agroexportador “preocupado” en “alimentar” a consumidores y no a ciudadanos. En este sentido, allí donde existan Estados no autosuficientes en materia alimentaria, los acuerdos regionales se convertirán en necesarios para asegurar los alimentos a todos los ciudadanos sin excepción.
¿El mundo asiste a una crisis alimentaria?
–Efectivamente. La crisis alimentaria es un rasgo permanente del mundo en el que vivimos. Hoy día, más de mil millones de personas viven desnutridas y hambrientas. Esto obedece a muchas razones. Una de ellas tiene que ver con el alza de los precios de los alimentos, que si bien hicieron pico en 2008 y desde entonces algo han disminuido, en algunas regiones o países, sobre todo de la periferia más atrasada (como por ejemplo sucede en algunas zonas de Africa), los precios de las materias primas alimentarias se mantuvieron altos. Más allá del proceso inflacionario de 2007-2008, la crisis alimentaria global es una crisis estructural endémica del capitalismo en su actual estadio.
¿Existen alternativas cercanas de solución?
–Por desgracia, no creo que pueda ser fácilmente resuelta. Sus causas fundamentales son tres. Cito en orden de importancia. La primera es la financierización de las economías, que ha convertido a la agricultura en un activo como cualquier otro. La especulación, la desregulación y el caos financiero internacional fueron las causas estructurales de la inflación de los alimentos. Dado que la raíz de la crisis financiera no ha sido resuelta, sus perjuicios sobre el sector agrario dudo que cambien o sean mitigados. Todo esto resulta muy irónico, porque la crisis alimentaria revela la importancia política y económica que la agricultura representa como frontera ilimitada para la inversión. La segunda causa es la expansión de las políticas económicas privatizadoras en el sector agrícola a nivel mundial, políticas que engendraron los conflictos sociales y económicos vinculados con los alimentos en buena parte de la periferia sur. Y la tercera, la creciente interrelación entre los precios de los alimentos y los precios de la energía, que han comenzado a moverse en tándem como nunca antes se registró.
¿Los precios de los alimentos seguirán altos?
–Por desgracia sí. Particularmente creo que mientras el sistema alimentario global continúe siendo monopolizado por financistas y corporaciones que a la hora de decidir dónde invertir les dé lo mismo hacerlo en biocombustibles, software o agricultura, los precios seguirán altos.
¿Hay sectores que se benefician con la crisis?
–Las elites políticas y económicas globales se están aprovechando de esta crisis a través de la insistencia de los agronegocios como la única y usual solución. Además, ahora tenemos el agravante de que a su accionar le han incluido no sólo una dosis de tecnología transgénica ilimitada y desregulada sino, y más importante aún, han colocado al pequeño productor como un eslabón más de la cadena de valor. Esto último lo considero sumamente nefasto, porque significa una ampliación del mercado para productos como pueden ser los fertilizantes y pesticidas, las semillas y los alimentos para un tercio de los consumidores a nivel mundial que no pueden adquirir los productos alimentarios tradicionalmente comercializables.
Usted señaló que algunos países de Asia lograron esquivar la crisis alimentaria. ¿Cómo lo hicieron?
–China, Japón y Corea del Sur aplicaron diversos mecanismos de prevención de la inflación de alimentos en sus mercados internos. Además, estos países producen sus propios recursos alimentarios y, fundamentalmente, mantienen una reserva nacional de granos. Desde mi punto de vista, estos países ejemplifican el valor que tiene lograr un manejo nacional de la agricultura.
¿Cómo funciona la reserva nacional de granos?
–También se la conoce como Reserva Nacional de Alimentos (RNA). ¿Para qué sirve? Cuando no se la utiliza para la exportación de granos o alimentos –tal como sucede con el Sistema Nacional de Reserva de Granos de la India–, la RNA deviene un elemento indispensable para la protección de los consumidores locales, así como también, y fundamentalmente, deviene un elemento estratégico que al dotar de estabilidad al mercado doméstico, termina beneficiando a los pequeños y medianos agricultores. Además, si bien no es la única manera de proteger a los productores y consumidores locales no vinculados a las grandes corporaciones de los agronegocios, la RNA es un mecanismo estratégico para impedir la conversión de los alimentos en simples commodities. Las remeras o las computadoras pueden ser comerciadas en los mercados globales al mejor postor. Con los alimentos no puede ocurrir lo mismo
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