Dom 13.03.2011
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ENFOQUE

Anomalías del discurso

› Por Claudio Scaletta

Para cierto discurso opositor, mantener la coherencia para explicar la evolución de la economía es una tarea compleja. Algunos indicadores, como la superación de la crisis internacional en 2009 y la posterior recuperación del crecimiento o bien datos más cotidianamente palpables, como el boom del consumo de los sectores medios o, sin ir muy lejos, el pleno de las principales plazas turísticas en cualquier fin de semana largo, solo serían notas discordantes entre la sucesión de malas noticias que se acumulan en algunas páginas.

Un segundo nivel de argumentación opositora aspira, con iguales intensiones, a una sofisticación un poco mayor. Es el análisis de quienes sostienen que las principales medidas del gobierno fueron tomadas por la presión de las circunstancias, no por convicción. En el fondo, a todas las decisiones se llegaría por una sola razón: el mantenimiento de “la caja”.

Así, la conservación del flujo de recursos cuando se avecinaba la crisis internacional sería la causa que llevó al conflicto por la 125 y, meses después, también a la recuperación de los fondos jubilatorios. La AUH, la Asignación Universal por Hijo, sería una simple medida demagógica para tratar de remontar el revés electoral y, también, un uso indebido de “la plata de los jubilados” (que ahora sí importa y no cuando se la apropiaban las AFJP). Si así no fuese, se argumenta, las medidas “se habrían tomado antes”.

En esta línea de análisis todo es pragmatismo, fuerza de los hechos. No hay diagnóstico, no existen los economistas del Gobierno que crean en la necesidad de tipos de cambio diferenciados frente a una estructura económica desequilibrada. Nadie en el gobierno diagnosticó jamás la necesidad de terminar con el negocio del filtrado de los salarios de los trabajadores ejecutado por las AFJP, sólo se trató de hacerse de los fondos previsionales.

La síntesis es previsible: sólo con mucha ingenuidad pueden encontrarse sesgos “progresistas” en la actual administración. El Gobierno no sería progresista de alma, sino que fue compelido a serlo por la fuerza de la necesidad y, frente a las amenazas, fugó por izquierda. Es una lástima que la misma lógica no haya sido empleada en los anteriores momentos de la historia reciente en que se presentaron problemas de caja. Por el contrario, las soluciones fueron, entre otras, el endeudamiento público y la baja de jubilaciones y salarios.

En este árido panorama, en el que a los críticos les cuesta encontrar el lado bueno de la economía, existen algunos flancos: la inflación y la pobreza; dos fenómenos interrelacionados, pero que no pueden separarse del conjunto del modelo económico. El crecimiento provoca una puja distributiva que favorece a los trabajadores formales y, luego, los aumentos de precios son convalidados por la demanda. Los sectores informales y los excluidos del sistema no pueden seguir esta dinámica, lo que consolida un núcleo duro de pobreza, con sectores a los que sólo le llegan marginalmente los beneficios del crecimiento.

La AUH apunta precisamente a estos sectores, también los acuerdos de precios.

Otros problemas más estructurales, como la inflación en dólares, son por ahora absorbidos por la sobrevaluación cambiaria de muchos de los principales socios comerciales, con Brasil a la cabeza, y adicionalmente, por el alza en las cotizaciones en dólares de los precios de los alimentos, lo que no borra la evidencia de problemas de competitividad en muchas economías regionales.

Todo indica que es un buen momento para ocuparse de la oferta, desde los déficit externos de algunas ramas industriales al aumento de la provisión de insumos y la sustitución de importaciones, lo que conduce tanto a políticas industriales como a la reforma financiera.

Pero el punto es que la inflación, si bien es un efecto del crecimiento, también representa un problema para una porción de la población. Los indicadores privados de febrero muestran que el fenómeno avanza más despacio que en el primer mes del año, aunque todavía en niveles altos.

En un año electoral, y frente a la carencia de otras alternativas de crítica, la inflación volverá a ser el principal objetivo del debate de la política económica. Si se escuchan las recetas para combatirla, se verá con facilidad dónde se agazapa el discurso del pasado

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