Dom 17.07.2011
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AMéRICA LATINA Y CHINA. MATERIAS PRIMAS Y ENERGíA

El precepto de Beijing

América latina se ha transformado casi exclusivamente en un proveedor de materias primas a China. La potencia asiática considera estratégica su seguridad alimentaria y energética.

› Por Jose Alberto Bekinschtein *

La “cuestión” China se ha transformado en uno de los ejes de preocupación o esperanza de líderes gubernamentales, empresarios y sociales. Es objeto asiduo de discusión académica y se ha vuelto cada vez más frecuente hablar de las crecientes vinculaciones entre América latina y China como un territorio de amenazas y oportunidades. Esa expresión en su conjunto merece ser analizada con mayor detalle.

La región no es un todo homogéneo, y menos lo es respecto de su relación actual y posible con China. Una diferencia esencial es el grado de integración en sus cadenas productivas que han alcanzado algunos de los países. Los efectos de una vinculación en un marco más o menos regido por el modelo de ventajas comparadas no tiene la misma significación, por ejemplo, para economías cuyo sector manufacturero representa un cuarto de su PBI, que para otras donde apenas supera el 10 por ciento. No enfrentan las mismas oportunidades ni amenazas economías embarcadas en procesos relativamente avanzados de diversificación de sus exportaciones y aquellas que han mantenido perfiles más tradicionales y concentrados de articulación con el mercado mundial. No es menor tampoco la cuestión de las diferencias en cuanto a desarrollos en materia de protección social y organización sindical. Ellos plantean retos específicos, sobre todo en materia de implantación de inversiones provenientes de un país cuyas empresas actúan en un contexto extraño a esos usos.

En la propia caracterización de la vinculación comercial con China, donde América latina se ha transformado casi exclusivamente en un proveedor de materias primas, debe distinguirse entre economías que suministran minerales de aquellas que exportan alimentos más o menos elaborados. En algunos casos, se producen con tecnologías y bienes de producción generados autónomamente y que pueden requerir que se traten cuestiones vinculadas con protección de patentes y diseños, ausentes en otros casos.

El rápido aprovechamiento por parte de China de las ventajas de su incorporación a la OMC en 2004 permitió que sus exportaciones (medidas en dólares corrientes) pasaran en estos pocos años de 6 a 10 por ciento de las exportaciones mundiales. Las de América del Sur y Central no tuvieron una evolución similar en su participación en el mercado global: el 3,8 por ciento del 2009 se compara con el 3,0 por ciento de cinco años atrás. Un resultado muy modesto si se tiene en cuanta la evolución de los precios de sus productos básicos de exportación. En esos años el proceso de industrialización de la región retrocedió, pasando la participación del sector manufacturero en el PBI medido a precios constantes, del 17 al 15 por ciento, según el Anuario Estadístico 2010 de la Cepal.

El flujo de inversiones chinas en la región, que data de los años ‘90 (explotación de hierro en Perú, forestal en Chile, pesquera en el Atlántico Sur), registró en estos últimos dos años un salto cuantitativo –y cualitativo por el carácter estratégico del sector– con la participación de grandes corporaciones chinas en empresas petroleras de la Argentina y Brasil. Es claro que se trata del comienzo de un proceso de magnitud por el momento impredecible. Una barrera se interpone aún para evitar que este proceso de expansión de las grandes corporaciones estatales y paraestatales chinas se profundice con mayor rapidez: su penuria de recursos humanos, especialmente de gestión de empresas, aptos para manejarse en culturas políticas y empresarias extrañas. Como se sabe, es una barrera que tiempo y capacitación pueden superar.

Desde 1949 la respuesta a la pregunta “¿quién alimentará a China?” fue “los chinos”. Ahora, algo está cambiando. Una nota reciente en The New York Times “China’s Interest in Farmland Makes Brazil Uneasy” expresaba otro flanco de la vinculación de América latina y China. La urbanización e industrialización de China con sus consecuencias en materia de pérdida de tierras cultivables, agotamiento y contaminación de acuíferos y demanda creciente de alimentos proteínicos ha determinado el paulatino abandono o resignación de las políticas de autarquía alimentaria que databan de los tiempos de Mao Ze Dong. Pero ello no ha sido reemplazado, en modo alguno, por una confianza en la aptitud del mercado mundial, en el cual los Estados Unidos son protagónicos, para abastecer con seguridad a más de mil trescientos millones de bocas.

De allí la consideración estratégica que China esta dando al tema de su seguridad alimentaria, y el posible papel que en esa estrategia tendrían áreas como Africa y América del Sur. Otro tanto se podría decir de la seguridad energética. El ascenso de China y la construcción de la política hacia su espacio económico externo están afirmadas en una decisión estratégica centralizada, y en agentes –corporaciones estatales confesas como tales o no– que son y actúan como instrumentos de la política del Centro, o del Partido. Enfrentar ese desafío exige, si no una centralización equivalente –fuera de lo concebible y deseable en nuestro sistema político y económico– al menos sí una coordinación eficiente a nivel nacional. A cambio de ello, las conductas han sido más bien defensivas y reactivas. Las restricciones comerciales aisladas, muchas veces legítimas, están lejos de cumplir el rol de una estrategia inteligente. Y lo que sucede clama por una visión de conjunto: un China Desk que en cada país centralice el estado de la relación y proponga las líneas de acción y negociación.

El desafío de China es una apuesta de extraordinarias consecuencias que requiere antes que nada el reconocimiento de la calidad estratégica y de la magnitud inédita de ese desafío. En segundo lugar, la claridad acerca de qué intereses y que objetivos son prioritarios para cada uno de nuestros países. Seguramente, por lo dicho al principio, ellos no serán necesariamente los mismos. Pero ello no obvia, sobre todo allí donde la ecuación oportunidad-amenaza es menos nítida, la necesidad de identificar qué se pretende en la relación con China. Y, en tercer lugar, una vez que hubiera claridad acerca de qué objetivos se pretende defender en la negociación con China, poder definir con qué instrumentos de negociación y con qué argumentos se cuenta y donde están los límites de lo resignable.

Los chinos usualmente solicitan que se incluya como marco y objetivos en textos de acuerdos y contratos: “la igualdad y el beneficio mutuo”. Habrá que garantizar que se logren

* Economista. Fue Consejero Económico de la Argentina en Beijing en los años ochenta. Desde 1998, director ejecutivo de empresas multinacionales en China, y profesor universitario. Ha publicado numerosos artículos sobre la vinculación entre China y América latina.

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